En cierto sentido, la Transición fue una ampliación del negocio del Estado. Los franquistas, que dominaban el ejército, la policía y los jueces, necesitaban aplacar las ansias de libertad de la gente y conseguir el aval internacional a la-joven-democracia-española, así que aplicaron la lógica lampedusiana ―que todo cambie para nada cambie― y aceptaron como mal menor la incorporación de nuevos socios en el negocio con un veto explícito a los comunistas. Con el cambio, la oposición moderada al franquismo se incorporó al establishment, a algunos se les ha permitido enriquecerse legal e ilegalmente y todos los franquistas sin excepción, incluidos los Franco y los Borbón, han multiplicado sus fortunas. Unos y otros han compartido los beneficios y el poder inherente a las élites extractivas.

Ahora, la evolución de los acontecimientos ha provocado que la formación del nuevo gobierno español derive en una seria confrontación entre las fuerzas recalcitrantes del régimen del 78, que defienden sus intereses como si fueran derechos adquiridos, y los ciudadanos que con su voto dieron el triunfo a las izquierdas. La gran preocupación del establishment político español no es el independentismo catalán. Usan el independentismo como arma arrojadiza para vestir de patriótica la ofensiva para reventar lo que más les angustia, como es el pacto del PSOE con Podemos.

La caverna, ampliada hasta la vieja guardia del PSOE, ha decidido liquidar políticamente a Pedro Sánchez, así que su única opción es armarse de coraje, no hacer caso, enfrentarse a los adversarios que le quieren derribar y encontrar una salida dialogada al conflicto catalán

Ilustran la batalla las declaraciones de la vieja guardia del PSOE, empezando por Felipe González, que contrastan con la posición rotunda de los militantes socialistas a favor de un gobierno de coalición de izquierdas. González, que entre otras ocupaciones ha ejercido de asesor de los hombres más ricos del mundo, combate el acuerdo Sánchez-Iglesias no por razones políticas o ideológicas, sino porque la incorporación de Podemos en el ejecutivo español no sólo le obligará a él ya sus contemporáneos a actualizar sus agendas de contactos, sino que los relega de su privilegiada situación para el tráfico de influencias "al servicio de los poderosos", que diría Rafael Ribó si aún fuera leninista como cuando era joven.

Desde este punto de vista, el casi unánime apoyo de los militantes socialistas a la coalición del PSOE con Podemos es la mayor desautorización del sanedrín socialista que desde el congreso de Suresnes (1974) ha venido imponiendo una estrategia política contraria a las ansias transformadoras de sus militantes. Estamos, de hecho, ante una nueva lucha de clases, entre los socialistas que forman parte del poder y la infantería harta de ser manipulada.

Pedro Sánchez ha consultado a los militantes socialistas porque era la única manera de contrarrestar la ofensiva de su propia caverna, pero no le bastará. Ahora mismo, la prioridad del PP, de la vieja guardia del PSOE, de la caverna mediática, de la oligarquía financiera y del poder funcionarial es tumbar a Pedro Sánchez de la presidencia del Gobierno y de la secretaría general del PSOE. Lo intentarán antes de la investidura y, si no lo consiguen, continuarán la cruzada después hasta hacerlo caer. No ha hecho Sánchez apenas nada todavía y ya lo tratan de traidor a la patria. Irán contra él haga lo que haga, lo que significa que si interioriza, si se asusta por los discursos apocalípticos de sus adversarios, está perdido. Así que la única opción que le queda a Pedro Sánchez para sobrevivir políticamente el máximo de tiempo posible es encomendarse a los aliados que están dispuestos a ayudarle. Y esto significa Podemos, pero también ERC, y, según cómo, el sobernanismo catalán en su conjunto. Vienen tiempos muy difíciles en todos los campos, pero el conflicto catalán, en vez de ser un obstáculo, representa la gran oportunidad de Pedro Sánchez de ganar y dejar huella histórica. Lo conseguirá si es capaz de encontrar una salida dialogada, pero esto, obviamente, requerirá un coraje político enorme. Si actúa con miedo, cobardemente, no tiene nada que hacer, porque entre todos lo liquidarán.