El peculiar segundo congreso de JuntsxCat ha dado un buen susto a quien creía que los nuevos Masters del Universo eran los Masters de Twitter. Para ganar, en política, hace falta algo más que ser ingenioso, ocurrente o más o menos erudito. La política, en los sistemas democráticos representativos, se construye a base de votos, y el ciudadano, sea en unas elecciones institucionales o en unas elecciones partidarias, lo que quiere es que le pidan el voto: en el fondo, eso tan molesto de bajar del pedestal y de ir puerta por puerta pidiendo el voto. Las proclamas tuiteras, sucedáneo de las arengas militares, son lo que el descafeinado es al café.

Llamamos café a lo que no es café, como llamamos aceite a grasas que no vienen del olivo. Y así nos va. Impostura por realidad. De vez en cuando, las gentes, las buenas gentes anónimas que pueden comulgar con nuestros afanes, mira por dónde, quieren un trato personalizado, cosa que parece que los posmodernos han descubierto y que pocos practican: piel con piel. Una participación inferior al 38% en una militancia de poco más de 6.000 almas habla por sí misma de un fracaso en la estrategia política tal como la ha desarrollado hasta ahora.

La política tuitera y el talante que desprende han marcado el resultado, inesperado por parte de algunos, de la elección al secretariado de JuntsxCat. La corriente mayoritaria de los juntaires se decanta por el organicismo partidario, una vez Puigdemont se ha autoexcluido y acuartelado no por casualidad en el Consell per la República, que sí es un movimiento. La inflamación del movimiento pasa a segundo término. Sin territorio, sólo con simpatías y emociones, no se hace un partido, es decir, una máquina para conquistar el poder. Porque, como Birgitte Nyborg dice con toda claridad: esto va de poder; no va de filosofía ni de moral. Otra cuestión es cómo se ejercite el poder, pero la política va de poder. En las democracias representativas, el vehículo consolidado son los partidos políticos, no las efervescencias casi adolescentes, que tienen mucha espuma y poca densidad.

En las democracias representativas, el vehículo consolidado son los partidos políticos, no las efervescencias casi adolescentes, que tienen mucha espuma y poca densidad

Dicho esto, hay dos cosas que producen cierta inquietud, cuando no sonrojo. En primer lugar, se ha ventilado la posibilidad de un cambio de reglas congresuales, con el fin de permitir a los candidatos que no lograron el 50% de los votos emitidos poder alcanzar cargos orgánicos de relieve en el secretariado. Una de dos: o es no saber perder o es un gesto de falso apaciguamiento. Quien ha perdido ha perdido, en los congresos y en las generales. Al minuto siguiente de la oficialidad del escrutinio se tiene que aceptar sin ningún tipo de pesar y con total y manifiesta sinceridad. Es indigno menospreciar a quien no nos ha votado. Sobran más comentarios al respecto. Por lo tanto, no hay nada que apaciguar. A las elecciones se va con el billete de vuelta a casa para el primer transporte. No hay nada más que decir.

Bueno, sí, sí que hay una cosa que decir. ¿Cómo haremos creer a la ciudadanía —que algunos ya han ofendido censurando su voto erróneo— que las normas que nos damos, que no nos las ha impuesto nadie, las cambiamos cómo y cuándo queremos, a puro capricho? El cambio no es por fuerza mayor: es por conveniencia de los dirigentes. Si esto se hace dentro del partido, ¿qué no se hará con las estructuras institucionales de poder? Siempre tienen que estar al servicio de los jerarcas. Mal ejemplo, especialmente para los que creen —creemos— que la política tiene un indeclinable contenido de pedagogía.

El otro aspecto que merece una breve nota es el de convocar muy pronto las bases juntaires para que decidan si hay que seguir dando apoyo al Govern o no. El enunciado, como se ha comunicado o se ha entendido —¡seguro que si hay manipulación es culpa de la canallesca!—, es más de seguir en el Govern que apoyar al Govern. No es una mera cuestión nominalista. No es lo mismo formar parte de un gobierno que darle ayuda cuando le haga falta. Son dos opciones perfectamente válidas, pero tienen que quedar claras. La situación actual no es de si se sigue dando apoyo al Govern, sino si sale del Govern.

Establecido eso, una moda diría que postpopulista reside en trasladar la responsabilidad de las decisiones a terceros, sea haciéndose el inocente, librándose, o, directamente, manipulando a terceros para la obtención de un fin buscado. La CUP ha dado ejemplos ya clásicos de cómo los órganos estatuarios, en nombre de un milenarismo participativo, dejan las decisiones complejas a otros colectivos más amplios con una respuesta binaria: sí o no. Si populismo es dar respuestas simples a problemas complejos, estamos ante un ejemplo de manual.

La idea, que no es nueva en JxCat, de dar voz a la militancia, como mucho, algo más de 6.000 ciudadanos y ciudadanas, sobre si hace falta salir del Govern y, en consecuencia, crear una crisis de final imprevisible, pero, en todo caso, perturbador para el común de la gente, supone negar la propia responsabilidad de los cuadros electos del partido, delegar en una minoría que no ha escogido nadie y malversar el capital político de los centenares de miles de votos populares (en concreto, 567.421, si no me equivoco), consecuencia, aquí sí, del ejercicio de la soberanía popular. Estamos delante, lisa y llanamente, de un secuestro de la auténtica voluntad nacional, democráticamente expresada. Eso se puede calificar de maniobras populistas envueltas en demagogia. A pesar de todo, es de esperar que se imponga la razonabilidad.

Volviendo a la ya también clásica Birgitte Nyborg —me temo que más nombrada que vista y disfrutada—, el cambio en el partido, le dice a la primera ministra, no supone un cambio de gobierno. ¿No aspirábamos a ser la Dinamarca del sur? ¿O era otro eslogan para engañar a la gente?