Ahora bien podemos ver la verdadera cara de España. Y su jeta. Ahora podemos ver cuán grande es la mentira que repite el Gobierno de Mariano Rajoy. Por un lado, según el PP, PSOE y Ciudadanos, Carles Puigdemont, su Gobierno y la mayoría parlamentaria independentista están al margen de la ley y la proclamación de la República Catalana es claramente un golpe de Estado. Pero, atención, si por ventura, si ocurriera que el golpista Puigdemont convocara elecciones autonómicas, si fuera al Senado a decir que aquí paz y allá gloria, entonces, señoras y señores, entonces, por arte de birlibirloque, le volverían a llamar Muy Honorable Presidente y, de pronto, volveríamos a ser amigos y amigas y bailaríamos juntos la sardana. Entonces la vida volvería a sonreír con generosidad. Como si en unas nuevas elecciones autonómicas el independentismo no tuviera todas las posibilidades de ganar otra vez. Nos llenan la cabeza con la ley y la ley, con la obediencia inexcusable de una ley que Madrid se ha hecho a medida, nos certifican con todos los impresos y todas las pólizas necesarias que los jueces españoles gozan de una independencia política inmaculada pero, mira por dónde, que según los ministros Dastis y Catalá, si Puigdemont convocara elecciones autonómicas, entonces, milagrosamente no se debería encarcelar a nadie, no habría motivo, dejando entender que, en realidad, quien encarcela o deja de encarcelar, quien decide en realidad, es Moncloa.

Cuando alguien es responsable de una acción tan grave contra el Estado de Derecho como un golpe de Estado no se puede mirar hacia otro lado, cuando alguien compara el presidente Puigdemont con Antonio Tejero luego no puede decir que sería “un gran honor” que asiste al Senado a decir que Cataluña quiere la independencia. ¿Qué Estado de guasa es éste que usa con tamaña ligereza palabras tan pesadas? ¿Qué Estado de guasa es este que tan pronto nos amenaza con una represión política sin precedentes y después está dispuesto a saltarse una ley que nos ha recriminado no acatar? ¿Cómo puede Cataluña tomarse en serio el proyecto político español si, después de todo, los primeros que lo desprestigian son los mismísimos políticos de Madrid? Por las vías democráticas, nos dijeron, a nosotros, ellos, precisamente ellos, que Cataluña podía ser lo que quisiéramos ser. Que mientras pasara por las urnas, cualquier proyecto político podía ser aceptable y que, sin violencia, civilizadamente, siempre se respetaría la voluntad mayoritaria del pueblo catalán. Y he aquí que el Estatuto de 2006, el que no quería Jordi Pujol, fue cepillado después de haber sido aprobado en referéndum y que hoy Euskadi y Navarra continúan disfrutando en solitario del privilegio del concierto económico. Porque la igualdad ante la ley española es así, siempre aproximada, y la aplicación de la ley siempre puede ser muy laxa con los amigos y terrorífica con los enemigos. A esto le llaman imparcialidad.

Si Puigdemont y los suyos son unos malvados golpistas, ¿cómo es que, según Moncloa, pueden organizar unas elecciones autonómicas sin más? ¿Qué credibilidad tienen los que ven con tan buenos ojos que el independentismo eche por ahora pelillos a la mar? De hecho, ni las frases amables ni las amenazas tienen ahora la más mínima seriedad. De hecho, ni piensan dialogar con el independentismo ni pueden técnicamente reprimirlo, todo ello sólo son palabras, cantos de sirenas y una gigantesca campaña de intoxicación informativa. El Gobierno de Rajoy sabe que la separación de Cataluña es inevitable y que si nuestra sociedad y nuestro Gobierno se mantienen firmes no tienen nada que hacer. Absolutamente nada que hacer. ¿Cuánto tiempo podrían aguantar el euro y la economía europeas una huelga general indefinida en Cataluña? ¿Cuánto tiempo debería durar un paro general para que entiendan que ellos perderían mucho más dinero que nosotros? Porque sólo de dinero está hecho su patriotismo.

(Continuará)