San Ignacio de Loyola no previó una rama femenina para los jesuitas. Con todo, su idea de crear la Compañía de Jesús, uniendo el espíritu apostólico y misionero, atrajo a mujeres que solicitaron ser admitidas en esta nueva orden religiosa que se fundó el siglo XVI en ambientes universitarios en París y que fue aprobada por el Papa en 1540.

Manresa está celebrando ahora los 500 años del paso de San Ignacio (el fundador) por la ciudad, donde vivió experiencias místicas que configuraron su vida y sobre todo lo que llegaría a ser una de las congregaciones religiosas más relevantes del mundo. San Ignacio necesitó recursos para su obra, y algunas de las benefactoras fueron mujeres que quisieron ser jesuitas. Desconocemos los motivos por los cuales san Ignacio no quiso una rama femenina de los jesuitas. Logísticamente no era fácil: no se permitía a una mujer una vida arriba y abajo que la alejara de la guarida familiar o, en alternativa, de un convento. Mujeres peregrinando por el mundo, yendo para Roma o París, no eran frecuentes. Una de las más perseverantes y que lo quiso seguir era catalana: Isabel Roser, noble y mecenas, que incluso consiguió que el Papa Pablo III la dejara hacer los votos y entrar en la Compañía con dos compañeras. Durante unos meses, Ignacio, en obediencia papal, lo aceptó, pero eso no fue posible a largo plazo y la autorización fue revocada. Esta protectora de Ignacio de Loyola se llamaba Isabel Ferrer, y al casarse tomó el nombre del marido, Roser. Se conocieron con Íñigo de Loyola en Barcelona, cuando él se paró de camino a Jerusalén, y ella lo acogió y ayudó económicamente. Cuando Isabel entendió que no podía ser jesuita, volvió a Barcelona y continuó la relación epistolar y correcta con el ya fundador de los jesuitas, a quien tenía en alta consideración.

Poco después, entra en escena la que sí se puede considerar la única mujer jesuita de la historia: Juana de Austria. Juana, princesa, era la hija pequeña de Isabel de Portugal y Carlos V. Una mujer de los Austrias que vivió entre 1535 y 1573. Quería entrar en los jesuitas y lo hizo con un nombre masculino: Mateo Montoya Sánchez, SJ. Juana está enterrada en Madrid, en el céntrico Convento de las Descalzas Reales, monasterio que fundó ella misma.

Juana entra en contacto con los jesuitas a través de quien fue su tercer superior general, Francisco de Borja, que intercedió para aceptarla. Entró y discretamente fue jesuita hasta su muerte. No prosperó y no ha habido más casos. Con todo, la Compañía de Jesús, de la que forma parte el Papa Francisco, por cierto, sigue inspirando a mujeres que han sentido el espíritu jesuita y han fundado congregaciones inspiradas y próximas. Una de ellas es la Congregación de las Hijas de Jesús o Jesuitinas, o también las Adoratrices o las Esclavas de Cristo Rey, las Esclavas del Sagrado Corazón o la Institución Javeriana. No tenemos a "las jesuitas", pero sí un grupo de mujeres que han seguido el carisma, porque las instituciones pueden decidir y delimitar su orden interno, pero no evitar ser inspiración. Las mujeres religiosas, en este caso, no se dejaron vencer.