Un millón de refugiados -según cifras oficiales-, básicamente mujeres y niños, han cruzado las fronteras de Ucrania en dirección oeste hacia Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania. Y detrás suyo vienen unos cuantos centenares de miles más. Huyen de la guerra de Putin y provocan una imagen que en Europa no se veía desde hacía 80 años. A la vez, dos mil quinientas personas, la inmensa mayoría hombres jóvenes, han intentado saltar la valla de Melilla los últimos dos días. Ellos también huyen de las guerras, pero sobre todo de la miseria. Unos y otros tienen en común intentar salvar la vida, pero sobre todo buscar un futuro y una esperanza. Y hasta aquí los paralelismos. Porque unos tienen solidaridad y los otros una valla que si consiguen saltarla, es a cambio de acabar como un steak tartar gracias a los cuchillos que la coronan.

Según explican los diferentes periodistas que están en las fronteras de Ucrania y ven lo que sucede, "nuestros" refugiados son recibidos con ayuda humanitaria, incluso hay ludotecas para los chiquillos y rápidamente son transportados en autobús en lugares más o menos seguros ya que la intención es que en la zona no se acaben creando campos de refugiados. Y una vez resituados, la Unión Europea le ha sacado el polvo a una directiva comunitaria del 2001 y estas personas tendrán un estatus "similar al de un refugiado" con una validez de un año renovable.

En Melilla, en cambio, no hay periodistas. Hace tiempo hubo algunos, pero los millares de personas que están allí intentando entrar en Europa ya fueron noticia, pero no mucho, en su momento y les ha pasado este turno. Ahora tienen que coger número a ver si tienen suerte y en la siguiente ronda de actualidad alguien les hace caso. Y si sucediera, entonces, huy sí, durante un rato nos daremos cuenta de que en Ceuta y Melilla tenemos un problema. Porque ya se sabe que estas cosas y estas personas sólo existen si alguien habla de ellas.

Pero no crea, llegado el momento, a los refugiados del sur tampoco les haremos mucho caso porque en general no nos gustan mucho. Fíjese si son prescindibles que allí para no haber, no hay ni campos de refugiados. Miles de personas viven en un bosque que por allí y ya se espabilarán. O no. Allá ellos. Que realmente nos resbala. Los campos donde se controlan los desplazados del sur están en otros puntos de la costa mediterránea más hacia el este, incluidas algunas paradisiacas islas griegas. Son parkings humanos que Europa ha subcontratado a gente como Erdogan diciéndole aquello de: "mire buen hombre, aquí tiene unos millones y algunos contratos de cosas de ganar mucho dinero a cambio de parar y entretener gente que no queremos". Es la realidad. Y usted y yo no la cambiaremos. Lamentablemente.

No paran de suceder cosas que ponen en cuestión el sistema que nos han organizado. Y todas demuestran que el mundo no funciona. Todo está en crisis, todo se cae a trozos y las certezas se deshacen como un azucarillo ante nuestras narices. A la derecha y a la izquierda les ha superado la realidad y sus discursos se han demostrado antiguos. Y, lo que es peor, absurdos. Suceden cosas muy gordas y nadie tiene soluciones. Quizás porque todo es tan complicado que nada tiene solución. Seguramente. Pero las contradicciones viven en el sofá de nuestro comedor. Y eso nos hace reconfirmar que la humanidad en general va por la cornisa, pero que individualmente hay gente maravillosa. Como los que hacen centenares de kilómetros en su coche para llevarse refugiados ucranianos a su país. Muy loable. Si no fuera por los dos mil quinientos de Melilla a quien a nadie les hace el más mínimo caso y a quien nadie se le ha ocurrido irlos a buscar. Sobre todo porque si los trajeran, seguramente no los dejarían pasar ni la primera frontera. Por aquello del color y tal.