¿Podemos poner la mano en el fuego asegurando que Pablo Iglesias no volverá a la política? No. Como no debemos hacerlo tampoco con Albert Rivera, por ejemplo. ¿Por qué? Porque nunca se sabe y si no queremos acabar como Joana de Arco, ¿evitemos cualquier riesgo, no? ¿Puede ser que Iglesias haya ido de candidato a Madrid para poder irse de una manera elegante buscando una excusa que no tendría si se hubiera directamente desde la vicepresidencia de Sánchez? Pues mire, sí, es probable que haya optado por un aterrizaje suave ya que marchándose desde el Gobierno habría tenido que dar unas explicaciones y unas excusas que ahora no le han hecho falta. Venía a salvar un partido al que las encuestas le daban cero diputados y ha mejorado resultados, pero él dice que eso es un fracaso y, si él lo dice, no se le puede discutir. Se va y listos.

Y, sí, también es probable que pensara que Iñigo Errejón aceptaría aquella oferta que le hizo consistente en: "Yo llego, tú te apartas y vamos juntos, pero tú siempre detrás mío". Lo que no entiendo es como es que pensó, si es que llegó a pensarlo seriamente, que Errejón aceptaría. Pero todo eso no invalida lo que probablemente es el motivo primordial para haber tomado la decisión. Y es que Pablo Iglesias y su familia han sufrido una campaña de acoso como no se había visto hasta hoy.

A los políticos les entra en el sueldo ser insultados, ridiculizados y humillados diariamente varias veces. Es descripción, no defensa de estas prácticas. Pero a Pablo Iglesias y a su familia más próxima los han estado asediando en su casa durante semanas. Y se ha asediado a sus padres y a varias personas de su entorno. Sobre él se ha mentido, se ha manipulado y se han inventado historias increíbles y han sucedido cosas y ha habido situaciones que si algún día se saben, más de uno tendrá que recoger la mandíbula del suelo porque son absolutamente marcianas. Por lo tanto, es humanamente comprensible que haya dicho basta y que ya se lo harán.

La ultraderecha ha conseguido su objetivo y el enemigo número 1, por fin, ha sido apartado de la vida pública. Lo han empujado fuera del espacio público. Se le decretó la muerte civil y no han parado hasta que ha cumplido la pena. ¡Ojo, pero voluntariamente, eh! Ellos, pobrecitos, no han hecho nada malo. Pablo Iglesias ha sido como un lazo amarillo más. Aquí varios grupos con una organización, una preparación, una jerarquización y una violencia gestual que demostraban no ser venerables vecinos preocupados no pararon hasta eliminar todos los lazos amarillos de las calles. Ahora con Iglesias han actuado igual. "A por ellos" y "a por él". Tú no tienes derecho a existir, a estar, por lo tanto, no paramos hasta echarte. Eliminado. Borrado. Anulado. Extinguido. Y como eso les sucede a golpistas y comunistas, la masa calla. Por miedo a recibir pero, sobre todo, porque ellos no son ni golpistas ni comunistas. Porque ahora la libertad es poder tomar cañas en una terraza y ya no es poder tener derecho a colgar un lazo amarillo. En este momento la libertad es divertirse con los amigos después de una pretendida dura jornada de trabajo y ya no consiste en reunirse para protestar ante una injusticia y usar el espacio público, que es de todos, para poder expresarla. No, no, la dictadura de la intolerancia totalitaria no permite ninguna expresión que ofenda lo que una minoría considera que ofende a todo el mundo. Son los guardianes de la ley (la suya) y el inestimable silencio cómplice de los equidistantes oficiales.