Entre la guerra interna del PP, que ha desaparecido de nuestras vidas tal y como llegó, y la invasión de Ucrania, que Putin denomina "operación militar especial", no he tenido mucho tiempo de hablar de Josep Martí Gómez. Y, de hecho, no hay nada que tenga más relación que hablar de él y de la guerra o de la crisis del PP. Porque la muerte de Martí Gómez es el recordatorio de que está muriendo una generación de periodistas, pero también un cierto tipo de periodismo que muy de vez en cuando vuelve. Por ejemplo ahora que hay guerra.

Martí Gómez, como Josep Pernau, Josep Maria Cadena, Margarita Rivière, Joan Barril, Xavier Foz y muchos otros (yo cito estos porque son los que conocí), eran aquellas personas que existían hasta no hace mucho en las redacciones. Eran el google de cuando ni tan sólo sospechábamos que tres uves dobles te abrirían la puerta a un conocimiento tan ilimitado como plano. Porque ellos eran enciclopedias que, además, te situaban los hechos en un contexto, desde varios puntos de vista y te los hacían comprensibles. Ah y, sobre todo, no te colaban ninguna fake new. Aquello que entonces le llamabámos mentiras. En un mundo donde la mitad del día te lo pasas intentando entender qué sucede y la otra mitad intentando saber qué es verdad y qué mentira de todo lo que crees haber entendido, los Martí Gómez de turno fueron desplazados por un periodismo que sabemos de todo a una velocidad tan imposible de seguir que realmente no sabemos de nada.

Las noticias, convertidas en un producto de consumo, son estrujadas hasta el aburrimiento. Y cuando ya nos hemos cansado, vamos a la siguiente. No nos informamos, nos entretenemos. Las cosas que van sucediendo son como juguetes que nos entretienen un momento y que, enseguida, son reemplazadas por otras que nos hacen más gracia. Y, de repente, llega una guerra y las radios y las televisiones se llenan de periodistas que analizan, explican e informan. La brigada Martí Gómez. Y vuelven los corresponsales, aquello que habíamos olvidado que existían y que consiste en personas que están en los lugares de los hechos y explican qué ven. En contraposición con individuos que hablan de todo lo que sucede en el mundo desde redacciones con silencios sepulcrales que se rigen por el sistema de los ordenadores calientes. Sí, uno hace su horario explicando el mundo sin moverse de delante de su pantalla, cuando acaba apaga su sesión y su sitio lo ocupa otra persona que seguirá explicando todo lo que sucede en el planeta mirando lo que otros dicen que está sucediendo en el planeta. Pero sin que nadie salga a la calle a mirar que narices está sucediendo en el planeta.

Martí Gómez formaba parte de un periodismo que sacaba la cabeza por la ventana para mirar si llovía, hacía sol o estaba nublado. Después de él ya llegó el mundo que para saber qué día hace, consulta el radar meteorológico en su ordenador. Ya no se escriben noticias, se producen. Y con el rigor de consultar google a ver qué han escrito otros, no por el conocimiento adquirido a base de leer, observar, preguntar, aguzar el oído, entender, descansar y procesar la información y sacar una conclusión.

¿Por qué gastar dinero enviando a un profesional si puedes hacer una videollamada en directo a alguien que, gratis, explicará qué ve en aquel momento (o qué cree que está viendo) y te enviará vídeos quemados y fotos movidas, pero llenos de emocionalidad? Que eso es lo que importa y no entender por qué está pasando lo que ves. ¿Qué preferimos consumir, gente corriendo con cara de horror o llorando o alguien que nos explique la causa que provoca el horror o el llanto? Huy no, donde va a parar, entender es demasiado esfuerzo. Y si no tenemos imágenes con el suficiente impacto, podemos hacer como las cadenas privadas de TV y abrimos los informativos con bombardeos sacados de videojuegos o rescatamos imágenes de hace siete años y que pasaron en otro lugar. Y eso no es ninguna metáfora sino que lo hemos visto esta semana.

Señoras y señores, ya no nos interesa la mujer barbuda, ahora la queremos ver en su camerino llorando con el rímel corrido porque ha descubierto que cerca de la mejilla le ha salido un pelo blanco. Martí Gómez y el resto de los Martí Gómez que han existido en esta profesión ya son una raza extinguida. Descansen el paz ellos y la profesión.