Sí, quizás cuando el viernes acabe el debate de política general los diferentes oradores finalmente habrán hablado mucho de sanidad, crisis económica y social, mercado laboral, enseñanza, infraestructuras, vivienda, modelo económico y del futuro... o para acercarnos más a la realidad que vemos venir, del no futuro. Pero los titulares les ocuparán la mesa de diálogo y la propuesta de referéndum de la CUP. Es que la cosa funciona así.

Si el jueves pasado el president Aragonès tenía más o menos pensado por dónde podrían transitar los efectos del debate, seguramente calculaba que debería surfear por las siempre procelosas aguas de las sistémicas discrepancias con Junts. Pero después de lo que ha sucedido los últimos días y las últimas horas, sí, por aquello de mantener las tradiciones, quizás vemos a los dos socios de Govern marcando perfil en alguna propuesta de resolución, pero me temo que esto acabará con Esquerra y Junts uno a cada lado del hemiciclo y corriendo a cámara lenta hasta encontrarse y fundirse en un voluptuoso abrazo de deseo. Y, casualmente, todo gracias a Llarena y a la CUP. Mire por dónde.

El movimiento llarenista solitario del viernes, del cual cada día sabemos más cosas sobre su origen, composición e intenciones y, como sucede con el volcán de La Palma, la cosa ha pasado de estromboliana a hawaiana, ha provocado un efecto ventosa entre los dos socios de gobierno. Esquerra ha dado apoyo público al president Puigdemont sin fisuras. Por muchos motivos, pero sobre todo porque es un símbolo. Guste o no a algunos. Y el partido que gobierna el país no puede ponerse de culo contra el símbolo del país. Y eso cose heridas.

El llarenismo enmascarado y golpista (sí, porque lo es intentar hacer caer gobiernos democráticos a golpes de euroorden Guadiana. Aquí y en la China Popular) ha provocado el llamado efecto l'Alguer. Muchos querrían que Puigdemont se perdiera en el olvido de una casa en las afueras de Waterloo, que está en las afueras de Bruselas, que está en las afueras de Girona en una Europa sin fronteras que observa y calla. Pero el estado español paralelo es como el escorpión, no lo puede evitar y acaba picando a la rana en medio del río. Y, obsesionado por su negociado privado, ha dado aire al president en el exilio y ha unido a un independentismo que no se pone de acuerdo ni en cómo no ponerse de acuerdo.

Total, que a este gobierno ahora unido como una piña lo ha cimentado la CUP con su propuesta para intentar escribir el relato del debate. ¿Un referéndum ahora? ¡Dónde va a parar! Esquerra intenta la posesión de esta pelota jugándola en la mesa de negociación con el Gobierno. Y la prueba es como giró rápidamente el argumento de los efectos provocados por el golpe llarenista: "Van a por Puigdemont porque el estado paralelo quiere que fracasemos. Por lo tanto, ahora más mesa que nunca. ¡Que traigan más sillas!". Pero es que Junts, en la voz de Laura Borràs —una voz no menor, por cierto—, ya ha dicho que nada de referéndum "porque esto ya lo hicimos el 1-O". O sea que la oferta de los cupaires ha acabado poniendo de acuerdo al Govern, no en la estrategia —válgame Dios, no pida imposibles—, pero sí en decirle que no. Y tal como estaban las cosas no hace mucho, eso es una hemorragia de amor.

Ahora bien, la cuestión son los efectos que puede tener esta propuesta de la tercera pata indepe. Si la mantienen, ¿afectará a los presupuestos, por ejemplo? ¿Si los partidos del Govern no le votan este nuevo referéndum, adiós apoyo? Y, a partir de aquí, ¿qué? ¿Esquerra llamará a la puerta de sociatas y comunes en busca de votos, tensando la cuerda con Junts, o los prorrogará? El primer escenario tiene una solución política —más o menos—, pero el segundo sería terrible. Sobre todo desde el punto de vista social. Justo en un momento en que en esta cuestión, bromitas las justas.