Pues no, el 2020 no fue aquel año en que ya lo habíamos visto todo. No, todavía nos faltaba ver 1/ una señora haciendo mundialmente conocidos sus pechos gracias a una rave, 2/ una borrasca que se llama Filomena y que provoca tanta rasca que las vacunas congeladas las podríamos guardar en el balcón de casa y 3/ a Donald Trump sin twitter, ni facebook ni instragram porque las propias compañías se los han capado. Porque miente e incita a la violencia. ¡FELIZ 2021!

Pero en estos sólo siete días del nuevo año, todavía hemos visto dos cosas más que nos pinchan y no nos sacan sangre. Ni más allá de Orión en llamas. La una es que al Capitolio de los EE.UU. se puede entrar como quien va a unos grandes almacenes el primer día de rebajas. Eh, y abriendo los cajones de los despachos y llevándose los bocadillos de manteca de cacao que allí guardan sus señorías. Por cierto, gracias al asalto del edificio hemos sabido que los senadores de los Estados Unidos tienen debajo de su escaño una mascarilla antigás. ¡SEN-SA-CI-O-NAL!

La ultraderecha política hispana, que nunca caminará sola gracias a su fiel ultraderecha mediática, ayer se vio desconcertada. Han dado apoyo a Trump y algunos reciben dinero y estrategia trúmpica, pero una tarde de Reyes, sobre todo un día como este, no podían bendecir el asalto de un parlamento. No porque que no los ponga calientes (y las ponga) sino porque no queda bien. No queda bien defenderlo. De momento. Y así fue como, enseguida, se lo organizaron para que lo que estaban haciendo "los suyos" fuera culpa "de los otros". ¿Y quiénes son "los otros"? Pues todos los que no son ellos. Vaya, como siempre. O sea, usted y yo. Lo que nos faltaba por ver este año que ya se nos está haciendo muuuy largo. Es como si quien vende alcohol a los menores exclama: "¡A ver si controlan la venta de alcohol a los menores y detienen a sus responsables, porque al final los menores no podrán ni emborracharse tranquilos en mi local!".

Total, que sí, que asaltar el Capitolio es muy feo, pero le dieron la vuelta. Y la cosa pasó a ser "¿Y usted qué, eh? ¿Usted algún día se ha manifestado? ¿Ah sí? ¿Y usted algún día ha protestado? ¿También? Vaya, vaya... ¿Y usted es indepe? ¡Ah, caray! ¿Y usted ha votado cosas inconvenientes en urnas de plástico? Pues no me diga más. Usted es un golpista violento (o una golpista violenta) y el veredicto es... ¡CULPABLE!". ¡Usted ha incitado el asalto al Capitolio! "Doctor Llarena, doctora Lamela, pasen por recepción".

Según el manual aplicado, resulta que usted es ellos y ellos, que realmente hacen lo que dicen que hace usted, no saben de que les estamos hablando porque están demasiado ocupados defendiendo la democracia. ¡ELLOS! Y también ellas, por supuesto. Es el mundo al revés. El Polo Norte está en el sur, el ecuador está en el Norte y el Polo Sur está en Ganímides. ¡Fiu, fiu! Pero más allá de lo que construyen los arquitectos del neofascismo, existen las personas que los votan. Sí, porque a Trump lo han votado 74.223.744 de personas, una cifra que escrita así impresiona menos que si lo escribimos con letras: setenta y cuatro millones doscientas veintitrés mil setecientas cuarenta y cuatro personas.

Las encuestas dicen que un 70% de ellos (y de ellas) todavía hoy creen que en las elecciones hubo fraude. ¿Qué sucede, pues, cuando en el país más "importante" del mundo unos 50 millones de personas, más o menos la tercera parte de los electores, niegan la realidad cierta y quieren oír una realidad que es la que les gustaría que fuera. ¿Y ahora que Trump tiene que dejar el despacho, alguien ocupará su lugar o esta gente se resignará a volver a la realidad? Dicho de otra manera, pongo sobre la mesa una pregunta rompiendo una lanza: ¿En una sociedad adolescente donde no se acepta el "no" este trumpismo que era quien les decía a decenas de millones de personas las mentiras que querían oír, ha venido para quedarse, pero con otra cara?