Este es el último artículo que escribo en este medio. La razón es, como ya es sabido, que he decidido aceptar la invitación del presidente Puigdemont para acompañarlo en la candidatura ideológicamente amplia e independentista que se presentará en las elecciones del 12 de mayo. Por lo tanto, como es preceptivo, aunque este sea un medio de comunicación privado, debo dejar de escribir. No puedo ser juez y parte. Quiero decir que he traspasado la línea del mero comentarista de la política para convertirme, al menos en parte, en protagonista. Antes de continuar, permítanme agradecer al editor-director de este diario, José Antich, la oportunidad que me dio al ofrecerme la columna que ustedes han estado recibiendo durante los últimos ocho años, si no me equivoco. Incluso cuando estuve enfermo, en el fatídico año de la pandemia, él y todo el equipo del diario me ayudaron a seguir publicando los artículos. Gracias, pues.

Ustedes se preguntarán por qué he decidido dar este paso. En otras etapas de mi vida estuve muy cerca de la política, asesorando a olíticos o dirigiendo espacios de pensamiento político, pero nunca quise traspasar la línea y asumir un compromiso que es, innegablemente, muy superior. Pero llega un día en que uno debe tomar una decisión. Los acontecimientos de 2017, que no terminaron bien para el independentismo, han provocado una especie de dislocación que hay que superar. Con la represión brutal del Estado, que personalmente fue mínima, pero eficaz, cuando el gobierno español me destituyó en abril de 2018 como director de la Escola d'Administració Pública de Catalunya, y los roces entre los partidos independentistas, el objetivo de separarse de España quedó sepultado bajo un aluvión de reproches. Llevo tiempo defiendo que debemos poner punto final a esta etapa con una inicialización entusiasta de lo que quedó a medias. Si la unidad no puede ser de partidos, que al menos lo sea de aquellas personas que quieren unirse, independientemente de las preferencias ideológicas. Yo me siento cómodo con la etiqueta socialdemócrata y en las listas de Junts hay muchos más que así se definen. Como también incluyen a liberales y democristianos. Entiendo la lista como un frente patriótico.

Sin la resistencia de mucha gente no estaríamos donde estamos, pero también debemos reconocer que sin la persistencia del presidente Carles Puigdemont, refugiado en un exilio duro, aunque a veces ridiculizado por supuestos independentistas, hoy tampoco estaríamos donde estamos. La coyuntura es ahora propicia para retomar el camino, como se ha visto con el trámite de la ley de amnistía. Esta ley es una victoria del independentismo sobre una parte, al menos una parte, de la coalición del 155 y no una claudicación, como dicen algunas personas. Hay quienes lo proclaman de buena fe, pero otros no. Si abandonas a su suerte a los rehenes que el Estado utiliza para amenazarnos a todos, para atemorizarnos y demostrar que nos tiene subyugados, está claro que te has rendido. Si la amnistía fuera “el aplazamiento o la renuncia de los objetivos” independentistas, ni el PP ni los jueces fascistas la combatirían tanto. Ellos saben que la amnistía es nuestra primera victoria. Estoy tan convencido de ello, que por eso he decidido dar este paso.

Si el 12 de mayo soy elegido diputado, cosa que espero, estaré a su servicio, que es lo mismo que decir que estaré al servicio de Catalunya

Soy de la generación que aún nació bajo la dictadura y que en el año 1973 era uno de los participantes en la reunión de la Assemblea de Catalunya que acabó con la detención de los 113. Yo pude escapar, y dos de mis hermanos no. Pero a pesar de la represión, aunque ninguno de nosotros podía saber que el 20 de noviembre, dos años después, moriría el dictador en la cama, jamás nos rendimos. El franquismo todavía condenaría a muerte a Salvador Puig Antich, ajusticiándolo poco después, como también hizo en septiembre de 1975 con los dos militantes de ETA y los tres del FRAP. ¿Qué habría pasado si hubiésemos tirado la toalla por un reflejo de desesperación? A veces se dice que durante la transición “la traición de los líderes” frustró las esperanzas del cambio, obviando algo básico, elemental, que mi estimado Joaquín Maurín supo ver desde su exilio en Nueva York, que los treinta y tantos años de dictadura se cobrarían un precio una vez recuperada la democracia. Permítanme reproducirles un fragmento de una carta que el viejo dirigente del POUM envió a sus compañeros en 1971. Es tan actual que provoca pavor: “Los que creen que cuando Franco desaparezca, y Juan Carlos sea proclamado rey, cambiarán políticamente las cosas, son, en el mejor de los casos, unos ilusos. Durante los treinta y pico de años de régimen franquista, España se ha industrializado, ha crecido una burguesía reaccionaria, y el ejército se ha convertido en la espina dorsal del régimen. Cuando Franco eclipse, quedarán en pie el ejército, la Banca, la burguesía industrial y la gran propiedad agraria, los cuatro puntales del régimen”. ¡Clarividente! Cambien el ejército por los jueces, y ya lo tendrán.

Si en 1973 no me rendí, ¿por qué lo haría ahora? He escrito, y lo repito, que el presidente Carles Puigdemont es el símbolo de la resistencia, el furúnculo que no deja vivir tranquilo al establishment, que lo combate por tierra, mar y aire. A menudo se suma a la destrucción del personaje lo que podríamos denominar “fuego amigo”, que lo acusa de tibio y de cosas peores. La historia de los movimientos de liberación nacional está plagada de este tipo de actitudes tóxicas, que convierten en enemigo al compañero. Que se lo pregunten a Michael Collins, el dirigente nacionalista irlandés asesinado por otra facción nacionalista irlandesa contraria al tratado que llevó a la partición de la isla de la calma. Las historias de malvados y traidores son épicas, aunque inútiles y retrógradas. El resultado es el cansancio, la frustración y el mal humor. Tres síntomas inequívocos de la depresión. Hay que remontar e incrementar la autoestima de un independentismo que ha demostrado resiliencia durante los diez años de movilizaciones y ante una represión contundente del Estado. A pesar del aprecio que le tengo, discrepo del amigo Salvador Cardús cuando asegura que debemos tocar fondo antes de la reanudación del independentismo y que la única virtud de estas elecciones es lograrlo. No lo comparto porque para mí ningún acto político es irrelevante. Y unas elecciones, sean autonómicas, estatales o locales, aún lo son menos. Nunca he sido partidario de la práctica inútil de presentarse a unas elecciones y no acudir al parlamento, como durante unos años hacían los radicales vascos e irlandeses. La prueba es que cuando han decidido hacer lo contrario, cuando se han sentado en los parlamentos respectivos, incluso cuando lo han hecho en el parlamento del enemigo, su fuerza ha crecido. ¿O es que hoy el Sinn Féin no es el primer partido en la República y en el Ulster irlandeses (aunque en el sur no pueda gobernar), y los abertzales no pisan los talones del PNV?

Es necesario generar ilusión y ofrecer solvencia. Esto es lo que nos conviene y me siento con fuerzas para contribuir a ello. Desde el gobierno de una autonomía se puede hacer mucha política y al mismo tiempo velar por los intereses y el bienestar de los ciudadanos de tu país. ¿No es así cómo actúa la presidenta de la Comunidad de Madrid? Combate al PSOE con todas sus fuerzas, es la oposición conservadora y extremista a los socialistas, al tiempo que, con la complicidad del estado, absorbe la mayoría de las inversiones y los proyectos que generan riqueza sin que nadie diga nada. Lo que quiero decir es que no es incompatible mantenerse firme ante los partidos unionistas y gestionar bien. Catalunya necesita políticos y no solo técnicos. Políticos con ideas para hacer que los hospitales funcionen, que las escuelas y las universidades salgan del estado de deterioro crónico, para evitar que la inmigración sea un problema, para gestionar la salvaguarda del catalán en un contexto multilingüe, o bien para ofrecer seguridad a los ciudadanos (alimentaria, ambiental o de orden público).

Esto solo es posible enfrentarlo con un poco de confianza si uno asume, de entrada, que ni el PSOE ni el PP son aliados de Catalunya, y al mismo tiempo se pone al frente del país para liderarlo hacia el futuro. El horizonte es la independencia, encontrar el camino para acceder a ella es una obligación. Una de las maneras es borrar el triunfalismo y aprovechar los resortes de poder disponibles, por pequeños que sean, para denunciar el abuso, la discriminación y el agravio de un Estado que, seamos realistas, lo tenemos en contra. Las sucursales catalanas del PP y el PSOE son los herederos en Catalunya del testamento fúnebre pactado por el Estado para destruir el país, si así se hunde al independentismo. No olviden lo que pasó en el Ayuntamiento de Barcelona. La coalición PSC-PP-Comuns-Sumar cerró el paso al ganador de las elecciones por puro unionismo. Dependerá del resultado de Junts poder evitar un escenario como este o la reedición del tripartito, que en términos prácticos tendría los mismos efectos. Estos pactos no son contra natura, sino que son un simple reflejo del españolismo. Todavía no he escuchado ninguna crítica de Salvador Illa o de Alejandro Fernández, por ejemplo, al decreto para favorecer la deslocalización de las empresas de nuestro territorio. Parece que lo celebren. Al fin y al cabo, son los gendarmes del estado en Catalunya.

Las listas del presidente Carles Puigdemont en las cuatro circunscripciones contienen lo que para mí debía ser esencial: diversidad ideológica, juventud y solvencia profesional. Hay gente de partido, evidentemente, y gente independiente, a la que han cedido un puesto los militantes que legítimamente podrían aspirar a ocuparlo. La generosidad es una virtud en política, tan importante como el compromiso. Hay perfiles más liberales y lo hay que son más socialdemócratas. Pero a todos, estoy plenamente convencido de eso, nos anima lo mismo que finalmente me ha llevado a pasar de escribir comentarios políticos a la acción política directa. Se puede resumir con un eslogan: Defender la Libertad y el Progreso (así todo en mayúsculas). Es la síntesis del #NoSurrender que aún cuelga en muchas plazas de este país.

Este no es un adiós para siempre, como entona la canción. Es tan solo un hasta luego. Si el 12 de mayo soy elegido diputado, cosa que espero, y necesitan algo de mí, si necesitan un político que los escuche, estaré a su servicio, que es lo mismo que decir que estaré al servicio de Catalunya. ¡Salud y adelante!