Hasta una institución politizada por la Generalitat como el Centre d’Estudis d’Opinió ha tenido que admitir que el PSC será el principal beneficiado de la amnistía en términos electorales y que, a pesar de la progresiva degradación de la esquerrovergència, el nivel de independentistas se mantiene casi intacto. El futuro triunfo del PSC en las elecciones de la Generalitat es perfectamente explicable: pese al revival que pueda tener con los indultos generalizados y el posible regreso al país de Carles Puigdemont, Junts ha perdido cualquier conexión con las élites culturales y económicas catalanas. Es, por lo tanto, lógico que el votante de centro (e incluso algún independentista del partido de la abstención) se decante por una opción política que, cuando menos, hará ver que pacifica el conflicto catalán, tendrá línea directa con el poder madrileño, y utilizará la servidumbre de Esquerra para mantenerse en el poder de una forma más que cómoda.

En el fondo, Catalunya inicia como mínimo una década de tiempo muerto en el que el único interrogante con interés será qué capacidad le queda al independentismo para forjar nuevos liderazgos. El CEO manifiesta que la masa indepe se mantiene, pero que la gente ya está cansada de unos políticos que se han demostrado inservibles: esto es una grandísima noticia y, de hecho, habrá que mantener el abstencionismo hasta las próximas elecciones al Parlament para que los liderazgos de Puigdemont y Junqueras vayan deshaciéndose (a Pere Aragonès no lo contemos, pobre hijo mío, porque no llega ni a la condición decadente de sus capataces). Ello puede implicar que Salvador Illa reine en la Generalitat durante dos legislaturas con cierto margen para brillar (algo superior al de Collboni en Barcelona, cosa no muy difícil), pero con una mediocridad compartida que resulta un adecuadísimo signo de nuestro tedioso presente.

La masa indepe se mantiene, pero la gente ya está cansada de unos políticos que se han demostrado inservibles

Con el beneplácito de Europa, Pedro Sánchez podrá mantener los equilibrios en la Moncloa con mucha más facilidad de lo que podría parecer a raíz de las movilizaciones de la derecha madrileña. De hecho, a Sánchez ya le va bien que el PP se procesice con hashtags de protesta como el #HelpSpain y que Alberto Núñez Feijóo acabe recorriendo a la ayuda de las élites europeas con la misma impotencia de Carles Puigdemont. De hecho, en Bruselas ya están hasta el gorro de los asuntos internos sobre política española y ven la mar de normal que haya un gobierno de coalición en España, sobre todo si la respuesta política que obtiene son unas manifestaciones con cierto aroma totalitario. Europa suele respetar los asuntos internos de sus estados, y Sánchez ha ganado presencia en el entramado de Bruselas gracias al curro invisible de un curioso embajador catalán como es Josep Borrell.

De nuevo, todos los caminos llevan a una futura hegemonía tranquila del PSC en Catalunya. De hecho, entre los muchos éxitos que Sánchez ha logrado negociando con Puigdemont, hay que contar que, después de las enésimas conjeturas de los convergentes sobre una posible cohabitación en el consistorio, Jaume Collboni siga tan tranquilo sentado en la trona de la alcaldía de Barcelona. Con la amnistía como bandera y la posibilidad de una consulta sobre el texto del Estatut original de 2006 (anterior al cepillado del Constitucional), Salvador Illa podrá ganar mucho tiempo mientras contempla como sus rivales se destruyen en el Parlament. Para combatir esta mediocridad generalizada y la decadencia nacional, empieza el casting que pueda devolver la ilusión a los ciudadanos (sin prostituir los anhelos) y que se resista ante la metadona de la tercera vía que ha pactado Sánchez con Erc y Ciu.

Este superhombre se esconde entre nosotros, inconsciente de su misión histórica, limitándose a tomar apuntes de la decadencia para no caer de nuevo en ella. Todavía es joven y, justo por eso, será fácil de comprar. Esperemos que rehúya la tentación y que se espabile; que el tiempo, aunque sea gris y de espera, pasa muy rápido.