Ayer dos de cada tres franceses votaron por Emmanuel Macron y, como el valiente D’Artagnan, derrotó a dos rivales al mismo tiempo, Marine Le Pen y el fantasma de François Mitterrand. Hasta ayer el antiguo ministro de Economía Macron sólo era el niño de mamá, al que no sabíamos qué darle que le gustara, nos lo tenían demasiado consentido la tía Angela Merkel llevándole el oro, Jean-Claude Juncker el incienso y François Bayrou la mirra, pero ya después, y teniendo en cuenta la polarización de una elección a dos vueltas, con dos tercios de los votos con su nombre, eso es tener muchos votos. D’Artagnan también comenzó siendo el niño de mamá, pequeño y francés. Y Astérix. Y Napoleón. Una vez se supo victorioso, Emmanuel Macron pronunció un discurso a la nación que contrastaba con el de hace quince días, cuando superó a todos los demás candidatos. Un discurso emotivo, creíble, grave, sin concederse una sola sonrisa ni tampoco la más leve sombra de legítima satisfacción. Si mintió, que no lo sé, si hizo teatro, que lo ignoro, mintió de manera muy sincera y convincente. Supo mostrarse abrumado por la responsabilidad y no como alguien que acaba sacar un premio en la Loto. Era el discurso de un joven que ha entendido que deberá hacerse mayor a toda prisa porque ser el presidente de Francia no está al alcance de todo el mundo y tiene que pasar inmediatamente de las promesas de amor a luchar con el florete en los campos de la batalla de la política nuestra de cada día.

Macron ofrece juventud y esperanza, una manera de hablar que recuerda las palabras de amor sencillas y tiernas del Serrat de antaño pero todavía no sabemos realmente quién es. Una pena que nuestra sociedad ya no sea virgen, ni casta, ni enamoradiza y haya conocido antes a muchos otros amores y muchas otras palabras. Nuestra sociedad recuerda perfectamente cómo estos mismos sentimientos altruistas, cómo esas ganas de cambio y de mejora, como estas mismas divinas palabras salieron de la boca del joven Kennedy, del salado Felipe González o del rumboso Obama. Cuando nos encontramos desengañados necesitamos algo más que la blandura tibia y verde de la esperanza. La opción de Marine Le Pen, la opción de la ultraderecha francesa, por su parte, tiene más diferencias que similitudes con el proyecto de Adolf Hitler, pero tampoco se puede negar que más que una opción política constituye un recurso a la desesperación, a la rabia, a hacer saltar el mundo en mil pedazos porque nos sentimos estafados. Es como cuando el público inunda el campo de fútbol, una opción extraordinaria que no se puede repetir cada día si queremos que continúe la liga. Un tercio de los votos para Marine Le Pen quiere decir un tercio de franceses que, por ahora, están instalados en el resentimiento negro, en la autocompasión solitaria, en la desesperación, en la frustración que provoca la ausencia constante de dinero y de perspectivas. Los votantes del Frente Nacional son los que creen que el Estado debe velar por sus ciudadanos in loco parentis, en el lugar de los padres. Esto nos demuestra que todavía hay gente que está dispuesta en creer por creer, como último recurso. En Francia hay gente que cree que el Estado son como los padres del mismo modo que hay gente de Mallorca que cree que cada mañana los ovnis les visitan.

La Quinta República francesa es una especie de Santa Transición que hicieron los franceses de la mano de De Gaulle en 1958 para pasar del parlamentarismo bastante inoperante a la resolución de un ejecutivo fuerte y casi monárquico. Aunque muchos dicen que ayer Macron enterró este sistema político lo que parece, más bien, es que el nuevo presidente de Francia terminó con el Partido Socialista Francés, haciendo ver a los electores que el liberalismo progresista es factible, que el centrismo político es algo más que un compromiso equidistante. Esto votaron ayer los franceses. Ya que la herencia de Mitterrand, encarnada en François Hollande y en el catalán Manuel Valls, se ha mostrado más amiga que nadie de los banqueros y de las cajas fuertes, más pendiente de la climatología de las Islas Caimán que de la de el extrarradio de París, tal vez elegir directamente a un banquero pero que no sea muy amigo de Nicolas Sarkozy. En Francia ya han visto que Sarkozy es amigo de Aznar quien, como todo el mundo sabe, está a la derecha de Atila.