La conga de ciudadanos ofendidos y de periodistas ultrajados por los audios de Villarejo en los que Antonio García Ferreras dice estar a punto de disparar calumnias sobre Pablo Iglesias me ha parecido un buen espejo de la selva de resentimiento y violencia que marcará la España autonomista de los próximos años. Quien mejor ha anticipado este futuro de hombres lobo famélicos de sangre es el propio comisario, encendiendo el ventilador de la mierda con el fin de desacreditar el sistema político, judicial e informativo del estado que lo ha alimentado durante lustros con el objetivo de prosperar entre los excrementos como un simple catalizador freelance del alcantarillado. Como han demostrado muy bien los políticos procesistas, la mejor forma de salvar la propia miseria es bajar el listón de la conversación pública para que el ciudadano se acostumbre a la mediocridad; que Villarejo nos regale carnaza a los catalanes, precisamente ahora, no tiene nada de casual.

De los audios de Ferreras lo único que hay que comentar es que surgen de conversaciones privadas y, como tales, diálogos en los cuales un periodista puede jugar a placer con todo el cinismo y las acrobacias morales que quiera con tal de seducir a su interlocutor y arrancarle información. En un reportaje o un off the record, el único imperativo moral de un periodista es hacer vaciar todo el buche de quien tiene en frente; si para conseguir camelarse al animal en cuestión y hacerle bajar la guardia tiene que abjurar de sus principios, abrazar la filosofía moral hitleriana o renegar de su propia madre, pues santamente que hará. El peligro y la erótica de la tarea periodística (leed The Voyeur's Hotel de Gay Talese y consultad el correspondiente documental en Netflix) se basa justamente en conseguir la información más veraz posible a través de personajes que están acostumbrados a sobrevivir en la propia telaraña de mentiras.

Lentamente y a paso seguro, el comisario está consiguiendo que los ciudadanos de Catalunya lo tengan como una contrastadísima fuente de verdad

Por otra parte, el periodismo es un trabajo de contexto. Rehaciendo una sentencia que Ferreras conocerá de sobra, el periodismo nunca nos dice "estos son los hechos, usted saque las conclusiones", sino "he explicado así los hechos para que usted acabe teniendo unas conclusiones muy parecidas a las mías". Pues bien, el contexto es justamente lo más importante (y lo más desconocido) de la conversación Villarejo-Ferreras. ¿Podría ser que el capataz de La Sexta hubiera aprovechado la pulsión del alcantarillado estatal contra Iglesias para acercarse al inmenso balneario de secretos políticos que guardaba Villarejo? Podría ser. ¿Podría ser que Ferreras hubiera engordado a los podemitas para meter el miedo en el cuerpo del bipartidismo español, y acabar apuñalando a Pablito, para así ganarse el favor de las élites madrileñas? Podría ser. Pues bien, si Villarejo lo ayudó en sus objetivos, sinceramente, no veo problema.

Lo que más gracia me hace de todo es comprobar cómo una grandísima parte de la casta periodística enemiga y tribal finge que se escandaliza de unas prácticas tan ancestrales como el periodismo mismo por el simple hecho de no haberlas sabido rentabilizar tan bien como Ferreras. Cuando veo tanta pose de indignación, tantos aspavientos sobre las fake news y tanta polla en vinagre sobre la verdad en el periodismo, sinceramente, pienso que Villarejo ha hecho bien en remover la mierda para que los críos se peleen y el cinismo de todos juntos emerja sin trabas. Cuando esta indignación la imposta el periodismo catalán, que se ha pasado más de diez años regurgitando la mayoría de trolas inventadas por la clase política del país, me dan incluso ganas de sentarme en el sofá para mirar la horterada esta de Al rojo vivo. Puestos a vivir en el esperpento, en eso los madrileños no tienen rival.

Dicho esto, el canal de noticias de Villarejo tendrá muchísimo futuro en esta nueva España del pistolerismo. Lentamente y a paso seguro, el comisario está consiguiendo que los ciudadanos de Catalunya lo tengan como una contrastadísima fuente de verdad. En el arte de ejercitar la ironía, ciertamente, sí que somos únicos en el mundo.