Es una larga tradición que, cada vez que se acercan citas electorales en España, la cuestión catalana enseguida aparezca, aflore. Da igual que las urnas se abran al otro lado de la Península. Siempre sale. Si bien eso no es nuevo, en los últimos tiempos, o sea, desde que gobierna Pedro Sánchez con Podemos, el uso de la catalanofobia en campaña por parte de la derecha españolista es casi obligado, preceptivo, un must, como se dice ahora. Las elecciones madrileñas y las andaluzas últimas son dos ejemplos entre tantos. Visto que la catalanofobia es una receta que siempre funciona, Alberto Núñez Feijóo ha decidido utilizarla también para intentar tumbar a Pedro Sánchez. Una guerra en la que Feijóo jugará tan sucio y tan fuerte como haga falta. En estos momentos, parece como si, en solo unos meses, del político moderado, centrista y pragmático que nos vendieron no quede absolutamente nada. Es como si el Madrid más salvaje lo hubiera engullido, fagocitado. El gallego ha tardado muy poco en tener cara de Ayuso (y de Aznar, y de Casado).

Esta posesión demoníaca se ha ido manifestando progresiva e inexorablemente desde el preciso instante que llegó a la capital española. Sin embargo, el paso definitivo, sin marcha atrás, se ha dado en los últimos días, cuando el PP ha pasado de decir que el acuerdo para la renovación del CGPJ estaba hecho, y que nadie sufriera porque una eventual reforma del delito de sedición era un asunto a parte, otra carpeta, que no interferiría, a reventarlo todo porque Sánchez querría cambiar el Código Penal. Además, nuevamente, en los próximos meses los catalanes seremos magreados y chapuceados para intentar ganar elecciones en España (el año que viene hay municipales, un conjunto de autonómicas y, después, las legislativas), ya que el PP ha decidido que la cuestión de la sedición, además de servir como enésima excusa para no renovar un CGPJ, también le puede venir bien para hacer mucho daño al PSOE. Que el bloqueo a la justicia sea un ataque directo a la Constitución y que la UE y otras instancias internacionales le hayan tenido que dar un tirón de orejas al PP le importa aproximadamente un rábano.

Prepárense, pues, para ver como el PP, con la ayuda entusiasta de la prensa de derechas de Madrid, convierte la reforma del delito de sedición —con una tipificación y unas penas pasadas de rosca comparadas con lo que es normal en Europa— en el gran hit de la temporada. A base de repetir eslóganes, querrán hacer aparecer el asunto de los cambios en el delito como lo más grave que ha sucedido en España en los últimos trescientos años. Todo apunta a que la estrategia está decidida, a pesar del fracaso que recogió el PP cuando quiso excitar al personal con los indultos.

A base de repetir eslóganes, querrán hacer aparecer el asunto de los cambios en el delito de sedición como el más grave que ha sucedido en España en los últimos trescientos años

Mientras tanto, el president Aragonès y los suyos han ido vendiendo a los catalanes la desjudicialización del conflicto, en cuyo centro está la reforma de la sedición, como el futuro éxito de la mesa de diálogo. El plazo acordado, nos han dicho, acaba el 31 de diciembre. Que el PP haya puesto el negro cuerno en el delito de sedición es, pues, una pésima noticia para ERC. Además, si Aragonès quiere tener presupuestos, Esquerra tendrá que votar los del gobierno PSOE-Podemos, haya o no haya finalmente reforma del delito de sedición.

Que Junts esté fuera del gobierno catalán tampoco no ayuda nada. Si antes parte de los dirigentes de Junts se reprimían a la hora de desacreditar directamente la mesa de diálogo y, con ella, la estrategia republicana de colaboración con el gobierno central, ahora ya no hay freno que valga. Barra libre. Este domingo pasado, Puigdemont, que sigue ejerciendo una fuerte atracción en el independentismo, aparecía en Twitter para decir que la reforma de sedición se la pusiera ERC en el cogote y que él seguiría guerreando desde el exilio.

No se olvidó el expresident —que fue clave a la hora de decantar a los militantes de Junts a favor de abandonar el gobierno catalán— de lanzar un último y destructivo misil contra la mesa de diálogo. Puigdemont reveló que dirigentes del PSOE habían hablado, con el conocimiento de Sánchez, para convencerlo de las ventajas que para él tendría la modificación del Código Penal. Naturalmente, esta es una información preciosa para el PP, que brama reclamando explicaciones ("¿Quién es el nuevo señor X del PSOE"?, grita Cuca Gamarra) sobre la —siempre es lo mismo— supuesta postración de Sánchez ante los que "quieren romper España".

Probablemente a Aragonès solamente le queda rezar o recurrir a un rito azteca para intentar evitar que la famosa mesa de diálogo —y con ella la estrategia y el relato actuales de Esquerra— se vaya al garete y acabe convertida en un montón de astillas.