Thornton Beach. Parque Nacional de Daintree en Cairns. Queensland. Norte de Australia. Un lugar remoto. La zona es tan conocida por los cocodrilos que viven allí que varias agencias organizan excursiones en ferry. El lugar está lleno de indicaciones que avisan del peligro.

Domingo pasado. 10 y media de la noche. Dos mujeres que habían ido a hacer la visita deciden bañarse. Saltándose las recomendaciones, los carteles, los avisos y el sentido común. ¿Resultado? Una de las turistas fue atacada. No se ha sabido nada más de ella.

Por aquellas cosas que a veces tiene la vida, una noticia cómo ésta ha llegado a medios de todo el mundo. Sobre todo por la opinión poco habitual que sobre el tema ofreció Warren Entsch, diputado de North Queensland en el Parlamento.

Entsch dijo que la tragedia era evitable, pero que la culpa no había sido del cocodrilo sino de la víctima. Y, sin que la noticia aclare cuál fue la pregunta exacta que se le hizo, añadió: “No se puede legislar en contra de la estupidez humana”.

Pues mire, completamente de acuerdo. Si te avisan, si hay carteles, si sabes que aquello está lleno de cocodrilos y por la noche decides darte un chapuzón y un cocodrilo te utiliza como menú de la cena, te fastidias. Y ninguna ley tiene que amparar o justificar las imprudencias de los descerebrados.

El caso me ha recordado una escena vista hace unos años en una playa. Bandera roja. Un grupo de gente pretende bañarse. Desde su posición, el socorrista usa repetidamente el silbato avisándolos de que está prohibido porque es muy peligroso. El grupo pasa de él. El socorrista se acerca. El grupo se le enfrenta, le dice que quién es él para impedirles el baño y lo insulta. El socorrista se va a llamar a la Guardia Civil (entonces no había ni móviles ni Mossos). Mientras, el grupo (con niños incluidos) aprovecha para meterse en el agua. Pasan 10 minutos y el socorrista, arriesgando su vida y gracias a la ayuda de unos cuantos bañistas que también arriesgan la suya, consigue sacar a dos niños que acaban en el hospital.

Reconozcámoslo, en estos casos el cuerpo te pide un rotundo: “Mire, imbécil, ahóguese mucho, a ver si aprende”. Suerte que al final, el juicio gana a la estupidez.

A veces, sin embargo, el paternalismo de la administración mezclado con la mala conciencia acaba premiando actitudes como ésta. Es aquello del “ay, pobrecito”, como si fuéramos adolescentes.

No sólo no se puede legislar en contra de la estupidez humana, como dice el diputado australiano, sino que no se debe hacer. Por el bien de la comunidad. Y, sobre todo, de la sensatez.