¿Llevas mucho tiempo esperando? "Toda la vida", oímos en Érase una vez en América. Cuando nos enviábamos felicitaciones de Navidad, una costumbre cuya desaparición me entristece, recibíamos una que me gustaba especialmente. Era la Madonna de Antonello di Messina, una virgen joven con un velo azul, que está leyendo, y que hace un gesto con la mano: espérate. Ahora sé que es la Anunciación y que es quizás el cuadro más célebre de Sicilia, que se encuentra en el Palazzo Abatellis del caótico y fascinante Palermo, pero en aquellos momentos desconocía si era un momento en que todavía no está embarazada o si era ya una virgen con Jesús nacido. Lo que me llamaba la atención era el mensaje: aquella Madonna encarnaba la espera con el típico gesto con la mano de indicar: un momento.

Cuando llegaba a casa este villancico, yo no tenía ningún indicio de si el pintor quería mostrar que ella habla con el Ángel cuando le viene a notificar contra todo pronóstico que será madre. De hecho, pensaba que ella ya había tenido la criatura y tenía tiempo para leer y lo que hacía era dejar claro que no quería que la molestaran.

Esperar tiene sus escollos. Y sus compensaciones y sus códigos. Y añadir la espera como un valor podría mejorar procesos, personales, laborales, colectivos. Que nos esperen.

Dejadme un rato, ahora estoy leyendo, ahora quiero tiempo para mí. Que nos esperen es interesante, y también educativo. No todo puede ser para el ahora y el aquí. Y María ha pasado a ser el consuelo y la esperanza de todo el mundo, y me gusta constatar que los pintores también la defendieron: espera, yo también necesito que me esperen. Aquella María es la misma de la Sagrada Familia. Estaremos secularizados, sí, pero miles de lugares están celebrando estos días un hecho que está ligado a una familia. Una concreta. María, José, Jesús. Barcelona lo ha encapsulado en uno de sus edificios estrella. De hecho, la Sagrada Familia contiene la espera en su nombre. Aparte de un edificio, admirado hasta la saciedad por muchos y considerado un disparate arquitectónico por otros, es en ella misma una metáfora de la espera. No solo hay que esperar hasta el 2026 para el centenario (y quizás beatificación) de Antoni Gaudí, sino que siempre se tiene que ser paciente hasta poder ver un día su construcción final.

Aparte de las celebraciones religiosas y de las visitas, el lugar se presta a conciertos de altos vuelos.

La basílica ha visto en este Adviento como David Bisbal, en una misa criolla orquestada por la incombustible sor Lucia Caram, llenaba de vivacidad el vacío que dejan las columnas, y tres días después se ha inaugurado la cantata inspirada en el Amic i Amat de Ramon Llull, una pieza cautivadora de Bernat Vivancos para celebrar los 75 años de la Fundación Blanquerna. En las misas, y en las composiciones musicales, saber esperar es esencial. Si no lo haces correctamente, aplaudes cuando no toca. Si no sabes los tiempos de una pieza, te pones nervioso porque todo dura demasiado. Si no entiendes el papel de los instrumentos y la ve en cada intervalo, no captas los clímax intencionados. En Adviento, igual. Si no sabes qué es el Adviento, quién tiene que venir, no entiendes los calendarios con chocolatinas y no ves sentido a no abrirlas todas de golpe, sino pacientemente, una cada día. Las coronas de Adviento que venden a las tiendas llevan una vela y no cuatro, y entonces tampoco se ve el significado de esperar las cuatro semanas de Adviento y encender una vela, pacientemente, cada semana. Esperar tiene sus escollos. Y sus compensaciones y sus códigos. Y añadir la espera como un valor podría mejorar procesos, personales, laborales, colectivos. Que nos esperen.