Josep Asensio publicó ayer en Núvol un artículo sobre el papel del duelo que explica muy bien cómo se hizo la Transición y qué papel juegan las emociones en el momento político actual. Cuando los sistemas de valores entran en crisis, las emociones cogen fuerza y el recuerdo del dolor que no ha sido digerido toma una intensidad dramática perturbadora, normalmente poco saludable.

Como explicaba Asensio, a través del caso de la inmigración que llegó a Catalunya durante las dictaduras de Franco y de Primo de Rivera, la principal estrategia de la democracia española ha consistido en mantener abiertas las heridas del pasado. Cuando la gente no encuentra mecanismos para sobreponerse de manera constructiva a sus historias personales se vuelve más fácil de controlar y de dirigir.

El choque emocional que ha generado el 1 de octubre también está descrito en la obra del psicólogo que Asensio cita para explicar los problemas del duelo incompleto. La aparición de Vox y de Tabàrnia, igual que la deriva populista de los partidos que gobiernan la Generalitat, da la razón a Valmik Volkan: los traumas del pasado emergen en momentos difíciles, justamente cuando más necesidad tenemos de pensar bien y de explorar soluciones creativas.

Como dice Volkan en otro libro, en los momentos de más presión las naciones experimentan regresiones hacia el pasado que pueden ser muy destructivas. De sus tesis sobre psicoanálisis y geopolítica se desprende que las secuelas de la historia se transmiten de padres a hijos y que los mismos mitos que mantienen el orden en una época pueden convertirse en una fuente de conflicto o de estancamiento cuando el contexto cambia.

Como dice Asensio, si Catalunya no fuera una nación, ningún político habría tenido interés en explotar el dolor de los inmigrantes y sus herederos. Así mismo, si la mayor parte de los catalanes pensaran que son españoles por voluntad propia, los partidos procesistas no habrían podido engañar a más de dos millones de electores durante más de cinco años.

Las estafas de la Transición tienen una relación directa con la estrategia de una clase dirigente que hacía ver que trabajaba por la independencia mientras se disputaba el presupuesto autonómico. No es casualidad que los mismos que antes decían que Catalunya sería libre el día que los diarios llevaran una fotografía de la Guardia Civil retirando una urna ahora crean que tener un alcalde en la prisión es la mejor manera de continuar luchando por la independencia.

A veces, los miembros de un grupo se aferran a una identidad victimista durante décadas o incluso durante siglos después del trauma original para mantener vivo un sentimiento de superioridad que, en el fondo, creen que es el único rasgo sólido que da sentido a su existencia, dice Volkan. Los psicólogos explican que la personalidad de cada individuo se forja de manera entretejida con la experiencia histórica de su grupo y la manera como se cuenta.

A pesar de que los intereses nacionales se presenten como un cálculo desapasionado y crudo, dice Volkan, a menudo son más bien la expresión de una maraña de procesos inconscientes poco conocidos y aún menos analizados. Las heridas mal cerradas del pasado hacen que muchas veces haya un abismo entre lo que los políticos dicen que quieren, lo que realmente quieren y lo que se dicen a ellos mismos que quieren.

En una democracia, los muros psicológicos que enfrentan a los países y fragmentan las sociedades no tendrían que ser insalvables. El problema es que estos muros son más fáciles de crear y de explotar que de conocer y gestionar de manera generosa. El único buen estudio que conozco de las relaciones culturales entre Catalunya y Castilla, por ejemplo, lo publicó un autor alemán en los años 80.

Mientras España no pueda aplicar la fuerza de manera masiva sobre Catalunya, el pulso entre Madrid y Barcelona lo acabará ganando quien gestione de forma más inteligente y creativa la relación con su pasado. En este sentido, me gusta ver cómo los dos partidos del procesismo, ERC y la vieja convergencia transmutada en espantajos cada día más grotescos, se pelean por ocupar el espacio del pujolismo sociológico.

Igual que España no permitió que la inmigración hiciera el duelo porque necesitaba su sufrimiento para destruir Catalunya, también es probable que haga todo lo posible para mantener vivo el pujolismo político. A pesar de que la cultura pujolista cada vez está más desconectada del país, es la otra cara de la moneda del orden autonómico, el otro lado del muro que separa Catalunya de su pasado y de su porvenir.

Por suerte empiezan a emerger alternativas.