Quizás soy mal pensado, pero cuando Jenn Díaz acabó su discurso sobre la violencia machista en el Parlament, denunciando que ella misma la había sufrido, la primera cosa que me vino a la cabeza fue la estrategia política de Esquerra. No me interesa saber si Díaz pidió permiso a los compañeros del grupo, si los avisó, o si las palabras le salieron del corazón de forma espontánea. Me interesa hablar del clima que ha hecho posible que su discurso parlamentario acabara blindado y pervertido por las lágrimas.

Cualquier idea buena parte de una experiencia personal. Pero también cualquier expresión del arte o del pensamiento nace de una emoción subjetiva. Yo mismo he defendido muchas veces que se escribe desde la herida. La luz nace de la explotación inteligente de la oscuridad, igual que la oscuridad avanza allá donde la luz es gestionada de manera injusta y torpe. Díaz es escritora. Debe saber que los problemas personales no se pueden servir al lector sin elaborar, ni siquiera cuando se utiliza la primera persona.

No se puede impartir justicia y ser parte interesada. El arte y la política, igual que los tribunales, tienen la capacidad de redimir a las víctimas en la medida que tienen la capacidad de elevar su dolor y darle un sentido universal. Nos quejamos de que los tribunales españoles no son justos con los presos políticos catalanes porque son parte del problema que dicen querer juzgar. Jenn Díaz, en su discurso, aseguró que hablaba como una superviviente mientras lloraba. Después, algunos diputados independentistas acusaron de malas personas a los parlamentarios unionistas que no se levantaron a aplaudirla.

Un par de días más tarde, el articulista Joaquim Luna se vio forzado a dedicar una columna al tema, porque Díaz lo había mezclado con violadores y asesinos en su discurso. La misma semana, Luna había sido linchado en Twitter por un artículo que hablaba de los hombres que se acuestan con mujeres 20 años más jóvenes. No era un artículo que saliera del tono que el columnista usa habitualmente para hablar de sus aventuras de soltero maduro que ve pasar los años y la alegría de la carne con una mezcla de resignación irónica y de nostalgia blanca.

Una diputada no tendría que convertir su experiencia en la única medida del mundo que quiere representar. Mientras escuchaba el discurso de Díaz se me ocurrían muchas objeciones. Me daba la sensación de que generalizaba, que establecía relaciones groseras, que favorecía los intereses de un cierto capitalismo que intenta destruir, desde hace décadas, a la familia y la capacidad de los hombres de relacionarse con las mujeres, sea a través de la pornografía, sea subvencionando a la izquierda guay, que inflama las bajas pasiones de los sectores de la sociedad más débiles.

Cuando Díaz se echó a llorar, me vi forzado a elevar su llanto a una categoría superior, para no mezclar su caso personal con su discurso político. Entonces, vi la estrategia de ERC de socializar el dolor que ha generado el fracaso del procesismo. El dolor de los abuelos que sufrieron el franquismo, el dolor de los familiares de los presos, el dolor de las mujeres que han sufrido la opresión dos veces, en manos de España y en manos de los fantasmas que han gestionado la colonia durante siglos. Vi en Díaz la antropología de la pastorcilla catalana que aprendió a vestirse de manera discreta para contentar a los curas y evitar que los invasores, militares o no, la trataran de puta.

Vi la estrategia que Oriol Junqueras explicaba unos días más tarde en un artículo en La Vanguardia. Vi a Gabriel Rufián celebrando que ERC haya fichado al padre de Guillem Agulló, no por los méritos que pueda tener, sino por el hecho de que le asesinaron al hijo. Vi al presidente del Parlament, Roger Torrent, usando las víctimas de un accidente de tren para hablar del déficit de infraestructuras y de la situación de Carme Forcadell. Vi el último libro de Enric Marin y Joan M. Tresserres, los dos ideólogos del Tripartito, que empieza hablando del 1 de octubre a través de un artículo de Antoni Puigverd titulado: "Todavía me tiemblan las piernas".

Vi al president Companys traumatizado por la muerte de sus amigos en manos del pistolerismo. Vi a Miquel Badia, el jefe de la policía catalana asesinado por la FAI, enloquecido por las torturas sufridas en las prisiones españolas. Vi el ministro anarquista Garcia Oliver, también tocado del ala por la lucha obrera, celebrando las matanzas de curas que Companys no se vio capaz de parar, en parte, porque no podía ir contra sus excompañeros de lucha. Vi a los refugiados catalanes tratando a Mercè Rodoreda como una puta porque se había enamorado de Armand Obiols. Vi a Obiols durmiendo con Rodoreda sin follársela, porque la "respetaba demasiado"

En definitiva, vi la política catalana en manos de víctimas, como en los años 30. Vi la deriva narcisista que las sociedades democráticas han sufrido desde que cayó el Muro de Berlín y medio mundo se creyó que la historia se terminaba. Pensé que Catalunya volvía a caer en los mismos errores del pasado y que Díaz podría haber salido a decir que hablaría como mujer que había sufrido maltratos y no como política. O que podría haber escrito un ensayo, un hilo de Twitter o incluso convocar una rueda de prensa, para explicar su caso. Y que, en realidad, no podría haber hecho nada de todo esto porque hace tiempo que es víctima de la estrategia dolorista que sigue su partido.

Merece la pena de leer el artículo de Oriol Junqueras para entender a Díaz y el trasfondo de muchas de las cosas que hemos visto últimamente. Tiene lógica que el líder de ERC haya ido a llamar a las puertas de La Vanguardia para contar a los catalanes que se tienen que volver a aliar con los perdedores de la historia. También tiene lógica que no hable tanto de la independencia como de una república que podría ser federal española. Junqueras dice que el "camino factible hacia la República" pasa por demostrar ante Europa que el régimen del 78 es injusto y represivo. A la vez, evita hablar de autodeterminación y reivindica el 1 de octubre sin darle categoría de referéndum.

Según el líder de ERC, Catalunya tendría que recuperar el derecho a decidir y aliarse con la izquierda española y, "especialmente", con el feminismo. Si creyera que Junqueras quiere la independencia, me extrañaría que el líder de ERC mezclara la libertad del país con la promoción de categorías ideológicas concretas. Y más ahora que incluso los liberales norteamericanos piden fortalecer los valores patrióticos para combatir a dictadores y demagogos. El New Yorker de esta semana advierte que, sin conocimientos de historia nacional, los ciudadanos se convierten en criaturas indefensas ante los políticos.

En política no hay casualidades y los llantos de Díaz encajan perfectamente con la estrategia de Junqueras de explotar el victimismo y de lanzar a los catalanes a democratizar Europa ahora que se ha visto qué éxito hemos tenido en España. En su artículo, el líder de ERC exige en la Europa democrática una responsabilidad que corresponde a los catalanes. De manera consciente o no, repite el error de Lluís Companys, que esperaba la ayuda de Francia y la Gran Bretaña contra Franco, mientras permitía que comunistas y anarquistas camparan por las calles armados hasta los dientes.

Es posible que Companys cayera en el error de alargar el discurso republicano, digamos de carácter podemita, para evitar que los españoles lo asesinaran como hicieron con Salvador Seguí o con Francesc Layret. Junqueras siempre ha recordado en las conversaciones privadas que el Estado español "mataba hasta hace cuatro días". Quizás cuando piensa las estrategias lo hace condicionado por el miedo de no salir de la prisión. El líder de ERC hace tiempo que habla de la democracia como aquel de pide de acabar con el hambre de África para no tener que poner remedio al hambre de su pueblo.

"Las mujeres estamos hartas", dijo Díaz, para empezar su discurso, como si los hombres fuéramos de otro planeta. También dijo que la causa de las mujeres no tiene patria, como si las catalanas no tuvieran derecho a disponer de un país concreto, y su situación no difiriera de la que viven en China o Rusia, o incluso en España. El dramatismo de su discurso conectaba con el clima corrompido por el miedo y el dolorismo que ha llevado a la ANC a elegir un lema negativo para defender a los presos políticos: "La autodeterminación no es delito".

Como Junqueras debe saber, decir que la autodeterminación no es delito es diferente que afirmar que la autodeterminación es un derecho. Tampoco es lo mismo salir al Parlament a decir que las mujeres están hartas de Joaquim Luna que defender una serie de políticas concretas para proteger a las mujeres de los hombres violentos. En Catalunya, sabemos por experiencia que las víctimas sirven de carnaza. El sistema quema el resentimiento como el fuego quema la leña y, desde el miedo, no hay manera de pensar bien.

Junqueras y Díaz deberían tener presente que, poco antes de ser detenido por la Gestapo, después de haber despreciado durante años los valores nacionales, y después de haber comprobado como los republicanos españoles utilizaban su país para resolver sus odios africanos, Companys declaró: "En el mundo hay muchas causas nobles, pero la causa de Catalunya solo tiene a los catalanes para defenderla". Cuando Companys dijo esto ya no tenía nada que perder. Esperemos que los nuevos líderes de ERC no tarden tanto en reaccionar.