La alianza de Manuel Valls con Ciudadanos pasará a la historia como el último intento del estado español de blanquear la ocupación militar de Catalunya de liberalismo. Los españoles han decidido que la diferencia nacional con Catalunya es demasiado fuerte para disimularla con discursos políticos y alianzas económicas.

La crecida espectacular de Vox no es la noticia de estas elecciones. Vox es el canario del PSOE y del PP, es el pajarito aquel que los buscadores de oro mandan al fondo de la mina para saber si hay oxígeno. La noticia importante de las elecciones es el derrumbe del puente aéreo, la pérdida de poder político de la patronal catalana y del Ibex 35.

La Transición ha quedado liquidada y volvemos al patrón de los años treinta. Albert Rivera ha corrido la suerte del general Prim y de Francesc Cambó ―y también de Miquel Roca― adaptada a las fórmulas y la sociología de la época. A Prim lo asesinaron y a Cambó lo envenenaron, después de pagar la guerra de Franco contra su propio país. 

Como sus predecesores, Rivera ha hecho una apuesta a caja o faja para cambiar España y los castellanos le han hecho un ataúd a la medida de su estupidez. Los cálculos de Jordi Cañas, que se pensaba que Ciudadanos podría hacer una operación Roca barnizada de etnicismo y patriotismo español, han fracasado, como podía prever cualquier político con dos neuronas en el cerebro.

Tabàrnia se ha hundido porque el objetivo de Madrid no es ni ha sido nunca la convivencia, ni la defensa de la identidad de los españoles que vinieron a Catalunya huyendo de la miseria. Igual que los árabes en Israel, el único papel que los españoles hacen en Catalunya es intentar negar el derecho a la existencia del país. Por eso Miquel Iceta se ha tenido que comer la defensa del referéndum que hacía años atrás.

No es casualidad que el PSOE haya convertido el DNI, creado por Franco, en el único documento válido para operar con los bancos, mientras promovía la exhumación del dictador del Valle de los Caídos. Los socialistas blanquearon a los herederos de la dictadura durante la Transición y ahora están condenados a defender sus expolios, como el rey Juan Carlos prometió en el lecho de muerte de Franco.

Detrás de Vox, hay la necesidad del PP y el PSOE de ligar corto el territorio español para que la globalización no pase por encima de las élites madrileñas. Vox es la soldadesca de los Tercios exaltada porque las preventas del expolio que le llegan cada día son más exiguas. Es el cabrero castellano indignado porque le habían prometido que podría ir de gran señor y los oficiales se follan a las indígenas en vez de hacerlas trabajar por la grandeza del imperio.

Abascal tiene poco a ver con Le Pen, con Salvini, y todavía menos con Trump, como se piensan Enric Juliana y Gabriel Rufián. La ultraderecha española no ha tenido nunca mucho que ver con la europea, por eso Franco no acabó como Hitler o como Mussolini. A diferencia de Rivera, Abascal no es nacionalista, es imperialista, un matiz que cuesta de ver porque los partidos independentistas utilizan la voz de Catalunya para explicar gilipolladas antifascistas.

Los españoles han renunciado a integrar Catalunya en su democracia y entre los tanques y el referéndum cada día estarán más cerca de los tanques. Macron y el resto de grandes líderes europeos también serán favorables a los tanques, si Catalunya no encuentra unos políticos que hablen en su nombre como Dios manda. La cara de los podemitas era un poema porque serán las primeras víctimas de la nueva situación, incluso si se alían con el procesismo.

Los partidos catalanes se están cavando su propia tumba, y la del país, con sus discursos antifascistas. España utilizará Vox para consolidar el guerracivilismo a través de las sublimaciones que genera el autoodio catalán y el oportunismo de los ignorantes que promueve el sistema autonómico. La fragmentación del Congreso pronto pedirá a gritos un caudillo que ponga orden, eso sí, adaptado a los tiempos.

Si Catalunya no está preparada para un choque nacional se hundirá con el titánico español, ante la mirada indiferente y paternalista de las decrépitas élites europeas. Exactamente igual que le ha pasado en los últimos 400 años, de forma periódica.