El algoritmo del Youtube me ha enviado una versión del año pasado de Big City Nights, la primera canción de heavy metal que escuché en mi vida. Hacía octavo de EGB y estaba en un autocar con toda la clase, camino de Binibeca, aquel pueblo menorquín de casas pintorescas que es como un pesebre del mundo mediterráneo extinguido por el turismo. 

Acababa de escuchar Nebraska, el disco más austero, íntimo y acústico de Bruce Springsteen, y un compañero me pasó una cinta pirata del World Wilde Life, una compilación de temas tocados en directo por los Scorpions de 1985. La primera canción que sonó en los auriculares fue Big City Nights, un éxito del grupo que me parece que se encuentra en el álbum Love at First Sting

Las guitarras estridentes, y aquellas voces de gigante bárbaro tan agudas, me parecieron salidas de otro planeta. Conseguí una copia del disco con el mismo afán de ver mundo que el día que bailé por primera vez con una chica o que, años más tarde, tuve un grupo. Si hubiera sabido que el cantante era tan bajito quizás no habría puesto tanto interés en entender qué decía la letra.

Siempre me pareció que Big City Nights hablaba de ciudades más emocionantes y peligrosas que Barcelona y, por lo tanto, de farras más divertidas que las mías. Igual que las rubias del videoclip, tenía más necesidad de creer que aquellas noches existían que no de conocerlas. Entonces la abundancia no había corrompido la educación y los placeres de la imaginación tenían más prestigio que los detalles contables de los discursos igualitaristas.

Me ha sorprendido que, 34 años después, los Scorpions todavía fueran capaces de hacer sonar en directo una canción tan contundente y juvenil. Volví a escuchar Big City Nights con una desazón extraña, como cuando te enrollas con un antiguo amor y por un instante te parece que has recuperado un sentimiento perdido o cuando te levantas después de una noche equivocada y de entrada te parece que la fiesta sigue.

No sé como se puede cantar durante más de 30 años la misma canción sin perder el entusiasmo. Los guitarristas de Scorpions parece que se tengan que romper cuando botan en el escenario o dan vueltas sobre ellos mismos como si fueran Michael Jackson. El cantante intenta no moverse demasiado; quizás para no forzar la artrosis, incluso evita tocar la pandereta. Pero a pesar de los años y las arrugas el tema suena igual que el primer día. 

He investigado por Internet y en el mismo festival tocaron los Kiss, que llevan 38 años de carrera. A punto de hacer los 70, Gene Simmons se subió en una tirolina y pasó por encima del público armado con el bajo y el maquillaje de caballero gótico. También leo que Netflix estrenará pronto un biopic dedicado a los Motley Crue, otro de los grupos que descubrí siguiendo la veta abierta por los Scorpions.

Es posible que algunas estrellas del rock resucitadas vivan atrapadas en sus éxitos, pero no sé hasta qué punto no son las sociedades democráticas las que, atemorizadas por sus antiguos excesos, se han convertido en un gran geriátrico. Big City Nights me ha hecho pensar que, en realidad, el tiempo no existe, o que el tiempo lo creas tú con tus experiencias y que hay más vitalidad en algunas viejas canciones amortizadas que no en los discursos aparentemente revolucionarios que ahora se intentan vender.