Es enternecedor ver como los partidos españoles radicalizan su discurso anticatalán creyendo que podrán volver a reproducir la situación creada por el franquismo sin pasar por un par de guerras y un par de dictaduras. Nunca se había visto tan claro que el pacto constitucional de 1978 y la historia española de los últimos siglos gira alrededor de la ocupación militar de Catalunya.

Si cada vez que Arrimadas acusa a los independentistas de haber dado un golpe de estado algún dirigente de ERC le pudiera preguntar por qué no se juzgan también a los funcionarios y a los políticos que sostuvieron el franquismo, las cosas se verían más claras. También se verían más claras si alguien le respondiera a Álvarez de Toledo que, sin la contribución de Hitler y Mussolini, el castellano sería una lengua minoritaria en Catalunya.

Es poético que The Guardian dedique un obituario a Neus Català y recuerde que la última acción política de “la mujer que venció a Hitler” fue salir a votar en el referéndum del 1 de octubre. La Vanguardia dice que los políticos encarcelados de ERC y JxCAT han dejado la autodeterminación en segundo plano, pero la historia es tozuda. Ni siquiera el PSOE ha evitado que uno de sus alcaldes promueva la ejecución simbólica de Puigdemont en plena campaña contra la ultraderecha.

El futuro de Europa pasa de nuevo por Catalunya, pero, esta vez, los españoles no tienen los medios que utilizaban hace un siglo para contener la democracia. A su favor solo tienen el simulacro y los fantasmas que ha dejado la violencia del pasado. Debilitados por una clase política corrompida y traumatizada, los catalanes se encuentran en una situación que recuerda la que vivieron los británicos de 1940, cuando parecían destinados a plegarse a la cultura autoritaria de los alemanes.  

En 1940 era difícil darse cuenta de que la única manera que Alemania tenía de ganar la guerra era conseguir que el establishment británico la legitimara pactando con Hitler. Ahora también cuesta de ver que lo único que los políticos catalanes pueden pactar realmente con Madrid son los términos de la independencia. Churchill sabía que los países que pervierten los valores universales que dicen querer representar acaban destruidos por la historia. 

Igual que la resistencia británica convirtió Alemania en una parodia del imperialismo europeo, España convertirá las libertades occidentales en una caricatura si tiene que retener a Catalunya por la fuerza. El 1 de octubre ha puesto en evidencia hasta qué punto la democracia española necesita negar los derechos nacionales de los catalanes para funcionar. Si el diálogo ha desaparecido del debate electoral no es, como dice Enric Juliana, porque Trump sea presidente de los Estados Unidos.

El diálogo está en peligro porque España intenta utilizar su democracia como una forma de imperialismo encubierto para combatir el derecho a la autodeterminación de otro país. Es cuestión de tiempo que los partidos constitucionalistas arrastren al Estado a un proceso parecido al que Indonesia ha sufrido en manos del islamismo. El último número del NYBR explica muy bien como los progresistas indonesios han convertido una democracia corrupta i plurinacional en un país dominado por el fanatismo contra las minorías.  

Igual que pasó en Indonesia cuando los chinos cristianos se soltaron, el independentismo ha creado un escenario en el que, para los españoles, la solución es el problema. El País de ayer era una fiesta de lamentos sobre el desprestigio que VOX lleva a los partidos que utilizan la Constitución para someter a Catalunya. Cebrián Vidal Folch empiezan a ver que los políticos enchironados han pintado poco en el crecimiento del independentismo y que estas elecciones no van a resolver nada.

Los españoles listos ya dan por hecho que el Estado tendrá que buscar soluciones al problema catalán a una generación vista. La pregunta es si, en este tiempo, Catalunya producirá líderes que estén a la altura del momento histórico o si los partidos volverán a fallar, buscando pactos falsos con Madrid. A diferencia de las crisis pasadas, en esta guerra Catalunya juega en casa y, justamente por este motivo, igual que la Gran Bretaña del 1940, no se puede permitir truquitos ni medias tintes.