Hace gracia ver como los periodistas uniformados se burlan del president Quim Torra, mientras pasan el cepillo más gordo que son capaces de encontrar por la espalda de Pedro Sánchez. Como ya expliqué cuando fue investido, la función del president de la Generalitat es avergonzar a los catalanes para enterrar la hegemonía pujolista en su propia parodia. 

Desde que los votantes de Jordi Pujol empezaron a abrazar el independentismo, España ha perdido un rey y se ha vuelto cada año más ingobernable. El referéndum del 1 de octubre demostró hasta qué punto los partidos catalanes habían perdido el control de los electores. Una democracia no puede eliminar masivamente a sus votantes, pero tiene medios para intentar redirigirlos.

El Estado, pues, quiere empequeñecer el espacio pujolista para digerirlo y expulsarlo de su organismo institucional como un excremento más, antes de consolidar una nueva hegemonía que se adapte a las necesidades recentralitzadoras de Madrid. España es ahora mismo como un perro que mordisquea y babea una pelota envenenada con el objetivo pueril e instintivo de tragársela y de hacerla desaparecer. 

Aunque la prensa uniformada no lo recuerde, Sánchez es de largo la figura más mediocre de los tres políticos jóvenes y atrevidos que el Estado promovió después del 9-N. Entonces, CiU ya había dilapidado las mejores cartas del independentismo de acuerdo con el PP y parecía que Podemos o Ciudadanos lo podrían batir en las urnas. Lo que muy pocos previeron es que ERC sería capaz de hacer todavía más grande la pelota. 

El president Torra está pensado para reducir la imagen de Catalunya a la medida de la mediocridad de Sánchez y de los límites democráticos que el Estado cree que se puede permitir sin romperse. Así como Boris Johnson es una caricatura de Inglaterra, ideal para desmoralizar a los votantes del Brexit, Torra es una caricatura de Catalunya perfecta para intentar rematar al independentismo. 

Como ha demostrado Manuel Valls, la política española gira alrededor de Barcelona y los partidos y los diarios necesitan una figura cómica como Torra, que haga aceptable la pequeñez del líder del PSOE. A otro nivel, Jordi Pujol también se hacía el loco en tiempos de Felipe González. El president catalán lo sabe y da margen porque la vida le ha enseñado a sobrevivir haciendo el papel del cornudo que paga la bebida.

Igual que Boris Johnson, la manera que Torra tiene de salirse de las situaciones es mantenerse en un nivel de abyección algo más honesto que los adversarios que lo desprecian. Acabe como acabe la investidura de Sánchez, habrá tenido suficiente con cuatro tuits para quedar reforzado, gracias al papelón que han hecho los diputados de ERC y de la antigua Convergència.

Mientras el progresismo tenga público para hablar de vacas violadas, Torra y Sánchez irán tirando y se aguantarán el uno al otro, flotando entre la miseria. El problema es que las vacas violadas no podrán disimular que la misma izquierda que pervirtió la Transición en nombre de los valores sociales ahora se deja utilizar por la monarquía para legitimar la obsesión unitarista de la ultraderecha.

El gobierno de Sánchez será la última cosa que los supuestos herederos de la República tendrán margen para hacer. Solo hay que escuchar el portavoz de Vox en el congreso y ponerlo junto a Inés Arrimadas para ver hacia dónde tumbará España. Cuando el decorado que se ha montado sobre la tumba del procesismo caiga, lo hará con tanta fuerza que lo arrastrará todo y solo quedará la historia.

Cuando la historia vuelva, solo quedarán enfrentados españoles y catalanes, como siempre, pero sin disfraces ideológicos porque las naciones vuelven. Entonces quizás algunos caraduras lamentarán no haber hecho las cosas cuando tocaba. Dentro de su pintoresco fatalismo, Torra tiene esto presente, a diferencia de Rufián, Aragonès, Borràs y la mayor parte de la patulea de los partidos que lo rodea.