El exministro Belloch tiene razón en decir que la situación de Catalunya es mucho más peligrosa para las instituciones españolas que la violencia de ETA. También es una verdad como un templo que el Estado necesita infligir una segunda derrota a los catalanes para matar el independentismo.

Cualquiera que vaya a los libros de historia verá que las derrotas catalanas siempre se producen en dos tiempos. La primera sirve para someter a las élites y la segunda sirve para someter al pueblo. En cuanto al terrorismo, los hechos van demostrando que el País Vasco sirvió, sobre todo, para dar épica a la castellanidad después del franquismo ―un poco igual que ahora Rusia―. El problema histórico del Estado es que las glorias fundadoras del imperio que Madrid añora salieron de Barcelona, y este problema es irresoluble.

Las declaraciones de Belloch, pues, se tendrían que leer con cuidado. Tendrían que servir para que entendamos que los partidos son los primeros que nos ponen en peligro cuando intentan lograr los resultados de la Transición sin pasar por una guerra y un franquismo. Belloch amenaza a los catalanes, pero también parece que se dé cuenta del peligro que el imperialismo castellano se estrangule con su propia retórica unitarista. El exministro es un hombre crudo, pero es más del partido de los GAL que no del partido de Franco.

Las declaraciones de Belloch nos tendrían que servir para tener los pies en el suelo y para evitar los tecnopopulismos y los experimentos patrióticos de tres al cuarto

Belloch sabe que España ha cambiado y que, igual que Rusia, ya solo puede volver a las glorias del pasado haciendo teatro y subvencionando la crueldad con el dinero de los oligarcas. Madrid no tendrá bastante con imponer su ley en España, necesita ganar también en el conjunto de Europa para poder consolidarse. Franco leyó mejor el siglo XX que los militares franceses y alemanes. Pero esto no quiere decir que Francia y Alemania estén preparadas para asumir la receta africanista, ni que las recetas no caduquen, aunque las patrocinen los americanos.

Mientras Catalunya esté desarmada, tiene que mantener la herida abierta en Europa y evitar al precio que sea volver a caer en manos irresponsables. Solo hay que leer la entrevista que Xavier Trias ha dado al ABC para ver qué tipo de políticos hemos permitido que llevaran el timón en momentos tan delicados como el 9-N o el 1 de octubre. Las élites del país están enfadadas con Ada Colau porque en el mundo todavía se habla más de Catalunya que de Barcelona. Tenemos que dejar que hablen solas y, si hace falta, permitir que España las arruine.

En Catalunya, ahora mismo, la abstención es la fuerza más constructiva, y me parece que pasará mucho tiempo antes que salgan dirigentes como dios manda que puedan mejorar la situación. En una democracia, cada vez que votas un partido, legitimas la malla de intereses materiales que sostiene a las instituciones. Si no votas, obligas esta malla a reformularse a favor tuyo, pero esto pide tiempo, fortaleza y capacidad de mantenerse frío ante las sombras chinas y las provocaciones.

Las declaraciones de Belloch nos tendrían que servir para tener los pies en el suelo y para evitar los tecnopopulismos y los experimentos patrióticos de tres al cuarto. Si hacemos como los periodistas con el culo alquilado que piensan que solo la plutocracia cuenta, acabaremos deshechos como el mundo convergente. Pero si no gestionamos bien nuestra fuerza, iremos de capa caída. Nos jugamos volver a ser el chivo expiatorio de Occidente y no como el 1939, sino como el 1714, es decir, sin Coca-Cola épica ni desembarco de Normandía.