El Financial Times llevaba este fin de semana la reseña del nuevo libro de Christopher Clark, Time and Power. Clark es conocido por dos libros que supieron tocar el fondo de los desastres europeos del siglo XX, Iron Kingdom y The Sleepwalkers. 

El primer libro estudia los orígenes y el esplendor de Prusia, hasta su desaparición bajo los escombros del III Reich. El segundo se centra en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, y cuenta como la guerra de papeles y de alianzas atrapó a las élites del continente en una lógica endiablada que no pudieron parar.

A pesar de que no he tenido tiempo para entrar en el libro nuevo de Clark, la introducción empieza con una frase bonita: “Así como la gravedad dobla la luz, el poder dobla el tiempo”. Desde las primeras páginas, el historiador australiano se compromete a explorar los efectos que la conciencia histórica tiene en la manera de ejercer el poder y de organizar las sociedades.

Cómo dice Clark, los países tienen una memoria profunda, y hay una lógica en la manera como se ven a sí mismos, incluso cuando un régimen político abjura del anterior. A la vez, la historia evoluciona o cambia de registro cuando aparecen gobernantes que tienen una idea propia del pasado y de lo que es permanente y decisivo en el periodo que les ha tocado vivir.

El libro se sirve de cuatro figuras de la historia de Alemania que tuvieron que navegar en épocas de inestabilidad y que las afrontaron con objetivos y mentalidades muy diferentes. Federico Guillermo de Brandeburgo, Federico el Grande, Bismark e Hitler se presentan como figuras arquetípicas más que como meros actores históricos de un país concreto.

Ahora que Europa parece haber perdido el norte, es probable que el libro de Clark vuelva a tocar hueso. El futuro del continente depende en gran medida de la idea que, en los próximos años, Alemania desarrolle de su pasado y del papel que tiene que jugar en el mundo. Aun así, basta con series de televisión como The Spanish Queen Knightfall para darse cuenta de que España es el auténtico agujero negro de la historia europea.

La introducción del libro de Clark me ha hecho pensar mucho en la sensación de que la gran mayoría de políticos catalanes y españoles transmiten de estarse ahogando en su propio tiempo histórico. La aparición de Vox, la fuerza de Ciudadanos o la resistencia de la cultura procesista son fenómenos tóxicos que se alimentan del vacío que el siglo XX ha dejado en España.

Si los hispanistas hubieran hecho su trabajo, en vez de contar cuentos para ganar premios y dinero, en los despachos de Madrid y Barcelona quizás habría más perspectiva histórica y Europa funcionaría algo mejor. La manera como te relacionas con el pasado marca la manera como luchas por el futuro, y España todavía parece atrapada en el cerrojo retórico y sentimental de la Transición. 

En Catalunya, los partidos del Parlament, incluida la CUP, han decidido que la independencia es imposible como mínimo para una generación. Imbuidos de una idea del pasado estrecha y moralista, se refugian en debates folclóricos que responden más a las sombras proyectadas por los viejos traumas, que no a la oleada de cambios generales que está transformando el mundo.

España es una pieza importante para el progreso de Europa, pero se está convirtiendo en un espejo grotesco de su estancamiento. Sin una idea imaginativa y rica de la historia, obsesionados por mantener un lugar en la cadena de favores, la mayoría de los políticos catalanes y españoles parecen sordos a la geopolítica y a las consecuencias que la evolución del mundo tendrá para Europa, si no aparecen líderes que empiecen a pensar mejor.

En el fondo, es muy sencillo. Si la Europa de los germánicos acaba nuevamente en los Pirineos, o si España se vuelve a embarcar en experimentos federalistas y republicanos, repetiremos la historia de siempre, con el añadido de que el continente ya no está en el centro del mundo. Si Catalunya es capaz de exportar sus fuerzas, en vez de sus pequeños monstruos, las posibilidades de conservar lo que se ha ganado serán mucho más grandes.