El día antes me dijo: “El título de la película es 'Esto no va bien'”. Le encantaban las pelis de cowboys y algunas míticas, como Casablanca. Usaba frases imitando, para hacer reír, la voz de los protagonistas. Alto y fumador de pipa, en tiempos lejanos, le gustaba imitar la gestualidad de otro larguirucho, el Monsieur Hulot, de Jacques Tati.
Igualmente, soltaba una frase solemne de una película, como una estrofa de una canción o un par de versos de un poema. Ese día, por WhatsApp, después de que yo le escribiera que era el mejor amigo que había tenido nunca y que la capacidad luchadora y el sentido del humor, que sabe relativizarlo todo, seguiría siéndolo. Él responde con dos iconos de aplausos y escribiendo una de las frases que le gustaba repetir de vez en cuando, para conseguir al mismo tiempo hacer reír y lanzar una propuesta, consigna, para dar ánimos: “Hagamos el escuadrón de los que nunca retroceden” (citando a Papasseit).
Al día siguiente, el último día, me dice “Allons enfants de la patrie...” No tenía fuerzas para acabar la frase que inicia La Marsellesa: “... le jour de gloire est arrivé”. Por primera vez, siguiendo su tono, me atreví a entrar en el terreno en el que él estaba poniendo la despedida: “Cuando estés allí, sobre las nubes, guárdame un sitio a tu lado, que no tardaremos mucho en volver a vernos”. Poniéndose serio, me dijo que estuviera al lado de sus seres queridos. "Te ayudarán mucho y ayúdalos tú también". Y cerró: “Estoy muy tranquilo”. Siempre había pensado que era la persona más optimista del mundo. A lo largo de la enfermedad lo demostró infinidad de veces. Todo iría bien, decía. Le restaba importancia a lo que le estaba pasando.
Siempre había pensado que era la persona más optimista del mundo. A lo largo de la enfermedad lo demostró infinidad de veces. Todo iría bien, decía.
Nos conocimos en el Diario de Barcelona donde, en aquel verano, él era el corresponsal en Tiana y yo un redactor sustituto de la gente que estaba de vacaciones. En su pueblo iban a presentar la plataforma local de la Assemblea de Catalunya y él, claro, no podía hacer una crónica sobre una noticia en la que él era uno de los protagonistas. Me pidió que hiciera yo la información. Aquella fue la primera subida a Tiana de muchas más.
Entró en la plantilla del Brusi. De allí pasó a la delegación barcelonesa de El País. Años más tarde, se entregó con cuerpo y alma al proyecto de arrancar la televisión de Catalunya, de la que muy pronto ocuparía la dirección. En este proyecto trabajó para conseguir una cadena que fuera claramente una alternativa clara a la única televisión que hasta aquel momento se había visto en nuestro país, los dos canales de TVE.
La idea era elaborar un modelo propio con unas maneras de hacer dinámicas, modernas y adaptadas a la sociedad catalana del momento. Hacer, a través de ella, un nuevo periodismo que causara sensación como televisión joven, con presentadores juveniles, que ofreciera una manera de elaborar y presentar un producto informativo riguroso. Al mismo tiempo, sorprendente como propuesta diferenciada, incluso audaz, respecto a la información televisiva conocida por su audiencia hasta aquel momento. Una opción que llegara, igualmente, a los ámbitos ciudadanos y a los rurales, que fuera capaz de atraer la atención de catalanes de toda la vida y también ofrecer un producto atractivo para los recién llegados. Y todo esto lo quería conseguir con un lenguaje innovador, correcto, pero que fuera llano y huyera de expresiones que pudieran parecer demasiado cultas o anticuadas.
Después pasó a L’Observador, en un breve período, y luego optó por la creación de una productora de programas de televisión, Mercuri, donde hizo productos que tuvieron muy buena acogida, como Te’n recordes..? o Classificació / ACR (Activitats Contra el Règim). La siguiente iniciativa fue la productora Optim TV, con trabajos como JJesús Monzón, el líder oblidat de la història, Tarradellas l’home que ho guardava tot, Els oblidats de la Línia Maginot y El consell de guerra a Jordi Pujol.
También pasó por la administración pública, como director general de Difusión de la Presidencia de la Generalitat. Escribió los libros Pujol Catalunya, sobre el consell de guerra a Jordi Pujol; Tarradellas, el guardià de la memòria, con el autor de este obituario; Delators. La Justícia de Franco; Aquell 98, amb Jesús Conte, y Sota Control (ACR), con Ramon Perelló.
Ardientemente republicano, impulsado por la figura de su padre, que tuvo que marchar al exilio una vez acabada la guerra, era también un convencido independentista. Además de por el periodismo, la personalidad de este amante de la literatura, de los animales y de la historia, la define el nombre del primer caballo que tuvo. Le puso: Shakespeare.
Josep Maria Ràfols,
Periodista y escritor