“Quien se tome la molestia de colocar las piezas y hacer los movimientos (…) verá que el jaque mate al Rey Rojo es plenamente conforme a las reglas del juego”

Lewis Carroll. Prefacio de Al otro lado del espejo

 

No sé si les habrá sucedido que lecturas pasadas les vuelvan a la cabeza ante el estímulo de acontecimientos bien recientes. Una conexión neuronal insospechada, entre lo contemporáneo y aquellas frases que quedaron flotando en nuestro cerebro hace ya muchos años. A mí me está pasando mucho en los últimos días y siempre viene a mi esa cantinela de Alicia: primero está el cuarto que vemos en el espejo, que es exactamente igual que nuestro salón, sólo que las cosas están para otro lado. Ese que Alicia puede ver si se sube a una silla, ¿todo?, todo menos un pedacito que está justo detrás de la chimenea. “¡Ay, cómo me gustaría ver ese pedacito!”, clama Alicia. A mí lo que me sucede es que, habiendo visto ese pedacito, me alucina cómo se logra tapar a los ojos de todos, me sublima cómo logran que las gentes no atraviesen el espejo.

Tuve el destello oyendo a los candidatos a magistrados del Tribunal Constitucional en ese examen que han convertido en trámite en el Congreso. Se ausentaron grupos diversos y divergentes, criticando el “teatrillo”, pero, de nuevo, no es ese el problema ni esta parte del espejo la que falla, sino la otra. En la parte del espejo en que estamos, la Constitución quiso que el Tribunal Constitucional, que no es un tribunal de justicia sino el máximo intérprete de lo que cabe o no en las líneas de la carta magna, que las diversas formas de ver los límites estuvieran representadas. Interpretar la Constitución es un acto político que se lleva a cabo por los expertos elegidos para ello, por eso son el Congreso, el Senado, el Gobierno y el CGPJ los que los eligen para renovarlos por tercios.

Es detrás del espejo donde la cosa no funciona. Renovar el Tribunal Constitucional, como el CGPJ y el resto de órganos, no es que sea necesario, sino que lo era cuando llegaron al fin de su mandato. Otra cosa es que esta necesidad y el chantaje del PP hayan vuelto a convertir el asunto en un cambio de cromos, sobre todo porque algunos cromos no son aceptables. En el lado ideal, en ese en el que comenzó su andadura el primer TC, los partidos se esmeraron en no proponer nombres que no tuvieran un peso y un prestigio absolutamente incuestionable. Otra cosa es cuál gustara más a cada quién. Si todos los que pones en liza son prestigiosos, entonces da un poco igual a quién prefieran unos u otros. No es el caso. El trueque de esta vez contribuye aún más si cabe a la decadencia y falta de prestigio de un órgano imprescindible en el que casi nadie confía ya. El órdago del PP proponiendo a su letrado de cabecera, a su asesor áulico, al hombre en el que han confiado para pedir consejo, para hacer negocios, para impartir doctrina, es de una chulería manifiesta. Salió del TC López por conducir empapado en gin-tonic y ahora llevamos al que le encargaron su defensa. Fieles.

El trueque de esta vez contribuye aún más si cabe a la decadencia y falta de prestigio de un órgano imprescindible en el que casi nadie confía ya

Esta osadía, que sin duda habrá hecho tragar bilis a los socialistas, porque saben a quién han votado, les ha permitido poner sobre la mesa y colar a una magistrada amiga, Inmaculada Montalbán, no especialmente destacada en lo jurídico, pero una pata negra de las de toda la vida. La cosa la completa Concepción Espejel, en un evidente pago de servicios, que encumbra al órgano que controla la legalidad constitucional a una magistrada afecta y, lo que es peor, no especialmente brillante en lo jurídico. De los cuatro, el único al que nadie le discute la calidad intelectual y profesional es a Ramón Sáez, un rojo de los de verdad, eso es cierto, pero el número uno de los jueces penalistas de este país.

El negocio no ha convencido ni siquiera a muchos dentro de las filas socialistas. El diputado socialista Odón Elorza se ha esforzado por demostrarlo en la comparecencia en el Congreso. Resultaba algo incoherente que se empleara a fondo con Enrique Arnaldo, que le ha puesto delante sus negocios como jurista con las administraciones populares, sus centenares de conferencias en FAES, sus imputaciones en escándalos del PP, aunque él manifiesta que ha cumplido con su obligación “de socialista” al hacerlo y, es de suponer, también al votarlo luego. Elorza cree que el fin de la renovación del órgano justificaba los medios de ponerse la pinza que, por cierto, también se ha puesto Unidas Podemos. Puede que eso sea tener cintura política y puede que no. Poner el listón tan bajo, aceptar el chalaneo con los que no tienen la altura requerida, te hace cómplice.

Los que también están que echan chispas son los magistrados del Tribunal Supremo, Marchena a la cabeza. Resulta que les acaban de adelantar en el buga y pitando dos magistrados de la Audiencia Nacional y una de Andalucía que ni siquiera tienen su categoría profesional. Están dolidos porque, dicen, es como si ponen a un teniente de comandante en jefe y tú, general con aspiraciones, te tienes que dejar corregir por él. Los tres jueces enviados al TC proceden de un TSJ y de la Audiencia Nacional y les han ocupado tres asientos que ellos hacían suyos. No nos engañemos, si Marchena lograra su ambición de ser presidente del CGPJ y del Supremo algún día, ¿qué le quedaría para después? Ir al Constitucional. Ahora, ¡cachis!, al Constitucional están entrando los que estaban a años luz de él, los de inferior categoría, los que él sentía que no le llegaban ni a la suela. Llegan y ocuparán su silla durante nueve largos años. Andan quemados en el Supremo con esta historia y no lo disimulan. Tal vez sea debido a que hace tiempo que las ansias de culminar su carrera de los magistrados hayan convertido al TC en una especie de Super Supremo al que ansían llegar para terminar sus días todos los elefantes sagrados. Esto rompe incluso la idea inicial que consagraba un mayor espacio a catedráticos y juristas prestigiosos que a personas procedentes de la carrera judicial, de las que ahora rebosa el órgano.

No, no han llevado cuatro juristas excelsos para interpretar la ley más importante, a lo sumo uno. No, no han mejorado la calidad de un órgano al que la derecha quiere convertir en su tercera cámara cuando no gana las elecciones.

No, han consagrado la suicida tendencia existente y ahora esperan a junio de 2022 para culminar la jugada con una mayoría progresista. ¿Había que renovar los mandatos caducados? Claro que sí. ¿Había que aceptar el chantaje del PP y además ponerse a su altura? Yo creo que no y parece que Odón Elorza tampoco. ¡Para lo que sirve!

Lo explicaba Alicia: en el otro lado del espejo, los libros son como los nuestros, sólo que tienen escritas las palabras al revés. Lo que no sabía ella es que esas palabras contrahechas son la ley.