Cuando divises el monte de las ánimas, no lo mires, sobreponte, y sigue el caminar”. Gabinete Caligari

Corría el año 2002 cuando un experimentado periodista me hizo una invitación a su casa. Se trataba de Alberto Míguez, el hombre que intentó sacar en 1965 una antología de Castelao en gallego y castellano, y al que Fraga se lo prohibió, y que se fue a París y la publicó en Ruedo Ibérico. Era un periodista de raza, un periodista liberal en el sentido anterior de la palabra, que regresó con la democracia para incorporarse en 1976 a El País. Casado con una francesa, mantuvo casa en Madrid y Burdeos a pesar de todas las vueltas que su cuerpo y sus crónicas dieron, sobre todo por Marruecos y África. No me pierdo. Míguez, y su fondo y forma franceses, nos invitaron, junto con un buen montón de franceses expatriados, a su casa a un ágape cuyo objetivo era seguir la segunda vuelta de las elecciones francesas en directo. Lo que para mí podía ser una curiosidad, vi pronto que para ellos era una posibilidad totalmente angustiosa. Se les podía observar con el aliento suspendido hasta que, finalmente, se supo que Chirac sería el presidente de la República y que no habían pasado ¡con el 82% de los votos! Buena parte de ellos eran votantes de izquierda y brindaron con alivio y con excelente champán por haberse salvado del peligro. Todos, sin excepción, tenían claro qué significaba Le Pen.

Pues bien, tengamos claro que aquí no hay presidenciales a dos vueltas, pero que Castilla y León viene a ser la primera vuelta en términos de la ultraderecha iliberal. Perderse en las culpas ―la del PP es palmaria―, en las declaraciones ―algunas estrambóticas―, en las estrategias que sólo afectan a la búsqueda de poder es perdernos en el bosque. Sólo hay una cuestión evidente, urgente, insoslayable: la posibilidad de que la ultraderecha iliberal llegue al poder en España. No es un espantajo. Abascal nos trajo a Madrid hace unas semanas a Le Pen, a Orbán y a Morawiecki, para que quedara claro quiénes son sus amigos iliberales, antieuropeos, anti derechos humanos y teócratas. Por si cabía duda.

No tienen razón los que consideran que el PP y Vox ya “gobernaban” juntos. La realidad objetiva es que hasta el momento la ultraderecha iliberal en España no había tenido acceso al poder. Ahora exige entrar en el gobierno de Castilla y León con la misma presencia que tenía Ciudadanos, vicepresidencia y consejeros, y lo hace porque con un 17% de votos su estrategia de permanecer virgen de desgaste hasta las generales ya no les vale. Los electores se alejan de un partido que nunca toca poder y de esto tomen buena nota porque volveré a ello más adelante. No es lo mismo que te dejen hacer que meterlos en las instituciones. Incluso desde el punto de vista del PP tenerlos fuera es lo suficientemente incómodo ―hasta Ayuso se enfrentó el otro día en la Asamblea a Monasterio por sus falsedades sobre las bandas latinas y la inmigración― sin pensar en tenerlos, insisto, con acceso a la información y recursos que da el poder territorial. Que Vox ―que busca dinamitar el estado de las autonomías y sustituirlo por una España centralista al estilo franquista― exija entrar en un gobierno autonómico, sólo descubre un poco más su estrategia de reventar desde dentro las instituciones democráticas. Eso, no me cabe duda, nos atañe a todos, porque nos amenaza a todos. Y mucho ojito a aquellas formaciones que creen que, en regate corto, dejar ver cómo la ultraderecha asoma la patita les beneficia. No, en absoluto, Vox en un gobierno, sea el que sea, no beneficia a ningún demócrata, se ponga después el adjetivo político que se ponga. No, simplemente no es así.

Mucho ojito a aquellas formaciones que creen que, en regate corto, dejar ver cómo la ultraderecha asoma la patita les beneficia. No, en absoluto, Vox en un gobierno, sea el que sea, no beneficia a ningún demócrata

Cuando divises por Soria el monte de las ánimas, no lo mires, sobreponte, y sigue el caminar. La llegada de Vox al poder es más pavorosa que cualquier leyenda de espectros y muertos sin paz. Impedir que lo hagan es cuestión del PP, obviamente, pero también de todos los demás partidos democráticos sin excepción. No vale subirte al mitin gritando "¡No pasarán!" y dejar que pasen. No volveré a creerme a nadie que pida el voto para frenar a la ultraderecha que no haya hecho nada por impedir que entre en un gobierno ahora mismo. Eso incluye al PSOE y a la pírrica fuerza de UP en ese territorio. Eso incluye a todos. Simplemente, no puede ocurrir, porque si ocurre, y odiaría tener razón, si ocurre, las elecciones generales, las próximas o las siguientes pueden ser la segunda vuelta para Vox y entonces ya se habrá normalizado y blanqueado su presencia en las instituciones y estarán listos para reventar la democracia, sea esta lo perfecta o imperfecta que creamos, desde dentro, como en Hungría y en Polonia.

Los franceses nunca han tenido dudas hasta ahora. En Alemania la palabra Bradmauer ('cortafuegos') se ha llevado hasta sus últimas consecuencias. Merkel lo hizo y la que iba a ser su sucesora en la CDU perdió sus oportunidades tras no ser lo suficientemente tajante en este asunto y tontear con la posibilidad de que Alternativa por Alemania pudiera entrar en el gobierno de Turingia. Quien dice Turingia dice Castilla y León, ¿lo tenemos claro? Lo cierto es que la política de aislamiento de la ultraderecha alemana ha dado sus frutos y ésta ha perdido en cuatro años un millón de votos. ¿No es eso lo que queremos conseguir todos? No me descubran, por favor, que hay infames que creen que alimentar ese horno les puede dar réditos. No me lo digan que me arde la sangre en las venas.

Puede que Casado y sus mariachis no lo tengan aún claro, aunque a golpes se espabila uno, pero es una obligación moral impulsarles a adoptar ese papel y a negarse a convertir a Vox en un actor “igual a los otros”, que es justo lo que predica Abascal. No lo son. Estoy segura de que sus socios europeos se lo van a dejar claro a Casado, nada más se hayan enterado de lo que sucede en la Turingia ibérica.

Luego está la responsabilidad del resto. Óscar Puente no es un loco, pero gobierna Valladolid y sabe, como otros cientos de miles de castellanos y leoneses, lo que se les viene encima. Me dicen que hay más socialistas conscientes de la gravedad histórica del momento, aunque en Ferraz prefieran jugar la baza infame de que la llegada de la ultraderecha a un gobierno les movilice el voto de izquierdas cuando les interese. Ese juego de regate corto es tan inane como el de Casado y supone pasar por encima de las consecuencias a largo plazo de las estrategias cortoplacistas y partidistas de ahora.

No tengo mucha esperanza. La sensación más potente a estas alturas, cuando uno mira dentro y mira a la frontera de Ucrania y relee la historia, es que avanzamos hacia un precipicio y casi no podemos contar con nadie para que agarre el freno antes de llegar al borde. Todos van a decirnos que no les/nos viene bien ser los mártires de la frenada. Así llegaron dos guerras mundiales. Así llegaron los totalitarismos.

Cuando uno ve el monte de las ánimas, lo que tiene que hacer es poner tierra por medio y no ceder siquiera a la curiosidad de acercarse a husmear si la leyenda es cierta o no.