La ley nunca hará a los hombres libres; son los hombres los que tienen que hacer la ley libre”.

Henry David Thoreau

Pablo Hasél es un tipo que no hace por caer bien. A mí, de hecho, no me cae bien. Puede que tenga que ver con su costumbre de empujar e incordiar a periodistas cuando trabajan o con su pretensión de llevar a cabo una campaña personal de desobediencia civil pensando que nunca tendrá consecuencias, lo que encuentro o infantil o cobarde. No lo sé bien. No me cae bien y precisamente por ello soy más consciente de que no tengo otro remedio que salir en defensa de que sus expresiones en Twitter, que yo nunca usaría como él, no pueden ser penalizadas con la cárcel.

Así que si digo aquí “Yo también soy Hasél”, lo digo estrictamente en aplicación de la frase de Evely Beatrice Hall: "Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Y sí, la dijo una mujer y no Voltaire, aunque a algunos les mole menos.

Pablo Rivadulla nunca debió ser condenado a esos nueve meses de prisión por once tuits. El problema de esa condena reside tanto en el propio tipo delictivo como en la forma en la que lo aplicaron los jueces. Estrasburgo nos condenará por esa sentencia si el Constitucional no lo arregla antes, pero, mientras tanto, nadie podía hacer nada por evitar que se ejecutara la orden de la Audiencia Nacional de que ingrese en prisión. Esto es un estado de derecho. Los que piden al Gobierno que pare el ingreso o exigen que la presión de la protesta o los manifiestos consigan cambiar una orden dada por un tribunal están demostrando que ni entienden ni respetan ni quieren un verdadero estado de derecho. Entre ellos está el propio Hasél y todos los que han criticado al Gobierno por no hacer nada para impedir su detención e ingreso en prisión. Yo no quiero que los gobiernos puedan parar las órdenes de encarcelamiento de los tribunales, como tampoco quiero que puedan forzarlas. Luego no sabes qué gobierno es el que te traes entre manos y pasa lo que pasa.

Eso fue precisamente lo que sucedió en el año 2000. La “culpa” del PSOE no viene de ahora sino de aquel momento en el que Zapatero, con su talante, firmó el pacto antiterrorista y al poco se vio abocado a respaldar las reformas que Aznar hizo en el Código Penal para luchar contra el terrorismo. En esa reforma, el PP coló la idea de que no rigiera la exigencia de una incitación o una provocación efectiva a la violencia para poder enviar a alguien a la cárcel. Una locura. Por eso hay que tener mucho cuidado cuando se introducen en caliente reformas que aparentemente sólo van en perjuicio de los “malos”, porque luego nunca sabes si tú acabarás siendo uno de los malos, depende quién lo interprete. Tan loco fue aquello que el propio Tribunal Constitucional ya tuvo que decir que de eso nada, monada, y que sin una incitación efectiva a que los receptores del mensaje actúen violentamente no se puede condenar. Y así lo afirma también la sentencia del Supremo 378/2017, que considera que gritar "¡Viva el Grapo!", que no existe, no es delito. Esto es lo que sucede, que en los once tuits de Hasél no hay ninguna incitación a ningún tipo de violencia, como dejaron claro en sus votos particulares los magistrados del Supremo Ana Ferrer y Miguel Colmenero y la magistrada de la Audiencia Nacional Manuela Fernández Prado. Eso es precisamente lo que va a decir el TEDH, que tiene una jurisprudencia muy clara sobre ello.

No podemos seguir teniendo tipos penales destinados a castigar la palabra que no tiene consecuencias ni las busca y, lo que es muy importante, tampoco jueces dispuestos a aplicarlos incluso cuando no corresponde

Así que, como se ve, falta de los legisladores y falta de los jueces que la aplican. Hay un sector de la sociedad, y penosamente de la judicatura, que ve bien que se envíe a la gente a la cárcel por expresar ideas que les resultan odiosas aunque no busquen ni tengan ningún resultado en la vida real. Esto se comprueba en un dato tan curioso como que este delito de enaltecimiento de terrorismo apenas tuvo condenas mientras estaba viva ETA. Debe ser que los magistrados dedicados al terrorismo entonces sabían lo que se traían entre manos, cosa que no sucede con los que llegaron a la Audiencia Nacional cuando ya no había miedo a que te costara el pellejo. Mientras duró el denominado cese de actividad sin atentados hubo, sin embargo, diez condenas y una vez desaparecida la propia banda terrorista, en 2015, eran ya 25. Habría que sumarle todas las posteriores incluida esta.

Ese es un gran problema de este país y no sé si la acción política de Hasél nos lo va a solucionar. Acusan al gobierno socialista de actuar movido por la presión y las víctimas se resisten a tal reforma —¡ay, si nunca se hubiera abandonado el principio de que la opinión de las víctimas no debe contar a la hora de legislar!—, pero lo cierto es que este delito, como el resto de los delitos apologéticos y de opinión que nos han colado en el Código Penal con la anestesia del terrorismo, deberían ser revisados. También los que condenan las blasfemias, obviamente, y los de la ley mordaza. Un país es la radiografía de su libertad de expresión, que es la primera que suele resultar asesinada.

Luego va Hasél y se encierra en la Universidad, como si se encerrara en sagrado, para convertir su detención en otra performance de protesta. Pues vale. Tengo que recordarle que la desobediencia civil conlleva la aceptación de que las normas te serán impuestas y sufrirás su aplicación. Ahí está el ejemplo de los insumisos a la mili. Hasél no sólo se dedica a rapear y a poner tuits, sino que ha tenido otras actitudes contrarias a la ley. Esa debe constituir su forma de rebelión, pero es ingenuo pensar que no va a tener que acatar lo que de ella se derive.

Tengo que decir, como han dicho otros, que en esta condena de nueve meses que le ha llevado a prisión soy Pablo Hasél, pero no así en otro tipo de acciones que no son aún firmes y que tampoco tienen nada que ver con la libertad de expresión. Esas también podían haber sido el detonante de su ingreso.

No podemos seguir teniendo tipos penales destinados a castigar la palabra que no tiene consecuencias ni las busca y, lo que es muy importante, tampoco jueces dispuestos a aplicarlos incluso cuando no corresponde. Si Hasél ha contribuido a que definitivamente se produzca una reforma de ese tipo penal y de otros que están produciendo recortes similares, entonces ese mártir en el que le están convirtiendo ya habrá servido para mucho.

No, Hasél no me cae especialmente bien, pero en una democracia sana los defensores de la libertad de expresión tenemos que salir en tromba cuando se atropella a tipos como él, antes de tener la trinchera en la puerta de nuestra propia casa.