Hay un adagio de la estética cuñada según el cual la música es el espejo espiritual más fidedigno de una época. Sería bueno que el dicho no fuera cierto o que, cuando menos, hubiera pasado de largo de esta tribu nuestra, porque en caso contrario nos dejaría bien retratados. Escribo esto días después de saber que —en el último canto de habaneras de Calella de Palafrugell— se ha prohibido la interpretación de El meu avi, religando perversamente esta pieza a la investigación del documental Murs de silenci (TV3), en el que el compositor Josep Lluís Ortega Monasterio quedaba manchado como miembro activo de una red de tráfico y explotación sexual que operó en Aragón y Catalunya de los años setenta a los noventa. Eso ha sido motivo suficiente para que la comisión artística del canto (formado por miembros de los grupos actuantes) y los concejales socialistas de Palafrugell decidieran enviar la habanera a la papelera de nuestra historia sonora.
La alcaldesa de Palafrugell, Laura Millán, se ha apresurado a decir que El meu avi solo se ha querido retirar del concierto en tanto que pieza de clausura del certamen, esquivando la evidente censura con el hecho de que los grupos podrán tocarla sin problema en los posteriores conciertos de taberna. La aclaración es importante en el caso que nos ocupa, porque muestra todavía un nivel más bestia de prohibición; aquel según el cual una obra musical nos avergüenza cuando están las cámaras de TV3, pero se puede interpretar sin problemas en pequeño comité, talmente como si se tratara de Horst Wessel Lied. Parece mentira que haya que repetir esto en junio de 2025, pero la interpretación de una obra musical —o del género que sea— no implica la aquiescencia de los intérpretes y del público a las peripecias éticas de su creador. Las experiencias estéticas colectivas como un concierto no son reuniones de catequistas morales.
Es así como, por poner solo algunos ejemplos prototípicos, uno puede correrse y estar fascinado por la música de Wagner, Strauss, Pfitzner, Schmidt, Respighi o Mascagni sin tener que comprar su filofascismo o aquella tendencia tan de antes consistente en despreciar a los judíos. Cualquier pieza musical, y también parece mentira que haya que decirlo a estas alturas, es propiedad de su compositor... pero también de su público. En este sentido, estoy seguro de que las tietes sociovergentes que se dirigirán a Calella con muchas ganas de ondear el pañuelo a ritmo binario de adagio, y así participar en un acto musicalmente espantoso donde se desafina con gran entusiasmo, no serán un grupo de apologetas del proxenetismo. Diría, en definitiva, que a los socialistas de Palafrugell no les molesta en absoluto la moral o la conducta de Ortega Monasterio, sino el hecho de que la gente haya convertido su obra en un canto nacional.
Ruego a las autoridades —¡¡¡y sobre todo a los músicos!!!— ampurdanesas que hagan el puto favor de alejarse de la tontería y que rectifiquen. De no ser el caso, pido que la canten igual, porque siempre es bueno responder a los bobos con un poco de música
Manda cojones, si me permitís la grosería, que la prohibición de esta habanera solo haya indignado a los diputados de Vox, los cuales —como informó diligentemente este diario nuestro— decidieron pasarse a la lengua catalana que nunca hablan para defender la interpretación (con estos chicos todo cobra un sentido doble, pues Ortega Monasterio había formado parte del ejército español, y eso pone muy calientes a los proxenetas de la política que Madrid tiene en Catalunya). Pero, en este caso, los conservadores saben muy bien lo que hacen; porque utilizar una supuesta defensa de la dignidad femenina a la hora de mutilar la conclusión de un concierto ancestral no solo nos hace sentir lejos de cualquier cosa que defienda a las mujeres, sino que castra la tradición de nuestros ritos y alimenta la idea de que el progresismo tiene un ideario enfermizamente prohibitorio. Todo eso es lo que se tiene que agradecer a los cráneos privilegiados gestores de mi querido Empordà.
Silenciar nunca ha tenido ganancia alguna, exceptuando la secta de gente que tiene ganas de silenciar todavía más. Ruego a las autoridades —¡¡¡y sobre todo a los músicos!!!— ampurdanesas que hagan el puto favor de alejarse de la tontería y que rectifiquen, porque todavía estamos a tiempo. De no ser el caso, pido a mis compatriotas del bello país que la canten igual, porque siempre es bueno responder a los bobos con un poco de música. Pero si seguís así, líderes del país, la gente acabará suplicando un nuevo Franco en versión nuestra. Quedáis avisados.