La primera mujer a hablar del Govern del 3 de octubre fue Dolors Bassa ante Laura Rosel, en los micrófonos de Catalunya Radio. Hacía tres días de las elecciones del 14 de febrero. Le dijeron de todo. Después lo volvió a hacer Carme Forcadell. Tanto o más explícita no se dejó intimidar, afortunadamente. Como era previsible, a la expresidenta de la ANC le cayó encima la ira de nuestros gudaris del Twitter. Este es un fenómeno tan nuestro como singular, inédito en otras regiones con esta virulencia. Nuestros guardianes de las esencias, los nítidos, velando para que nadie se desvíe del recto camino, siempre prestos a declarar anatema todo aquello que no se ajuste a la ortodoxia del nuevo independentismo recién caído del caballo, como san Pablo, ahora camino de Ítaca.

Remachando el clavo, la argucia argumental contra el denominado Govern del 3 de octubre llegaba por uno de los conductos habituales, formulando en qué consistía la herejía. El Govern del 3 de octubre de Bassa y Forcadell no sería "un obstáculo contra el primero de octubre", afirmaban, evitando, eso sí, las palabras gruesas de las redes. Quizás porque formular según qué tipo de acusaciones contra dos mujeres valientes y honestas como Dolors y Carme habría sido obsceno desde según qué púlpito.

Ya es curiosa esta necesidad de contraponer el 1 de octubre al 3 de octubre, cuando esta última fecha es una consecuencia directa de la primera y la mayor expresión de solidaridad democrática vivida en Catalunya desde que tengo uso de razón. Masiva. Tanto, que paralizó el país como nunca antes, gracias a la participación de los que impulsaron el 1 de octubre y la suma de una avalancha de complicidades que dibujaban una fuerza tan formidable que hizo salir enfurecido al Sant Cristo Gros. El brutal discurso de Felipe VI aquella misma noche de huelga general era su reacción. El Gobierno de Rajoy vivió una derrota sin precedentes el 1 de octubre. Pero cuando realmente el Estado se vio amenazado fue aquel 3 de octubre, al constatar que en las calles de Catalunya había una multitud transversal, una mayoría abrumadora que hacía traquetear los fundamentos del Régimen del 78. Pretender confrontar ahora el uno de octubre con el tres de octubre es absurdo. ¿Por qué no es el tercero la sublimación del primero? Si esta es la versión inteligente de la confrontación más vale no imaginar cuál es la estulta.

El diario El Punt del amigo Xevi Xirgo cerraba la campaña electoral con una rotunda entrevista a la candidata del independentismo nítido. Xirgo tituló, clar i català, a cinco columnas en portada: "El 14-F es un plebiscito entre Junts y ERC". Y así lo recogieron varios medios que se hicieron eco del artículo. Hasta aquel 12 de febrero nadie había fijado con tanta claridad lo que, al entender de la candidata, nos estábamos jugando de verdad.

Y efectivamente, dos días después las urnas hablaron. Los republicanos se impusieron, con mucha más claridad que los de Junts en el 2017. Entonces fue una décima de diferencia, el 2021 más de un punto y el triple de votos. Y lo hicieron sin vivir en las nubes, sin ningún cebo. No, ni prometieron el oro y el moro, ni nada que no estaban dispuestos a hacer y siempre defendieron, desde el minuto uno, un Govern de frente amplio, especificando a siempre en qué consistía, quiénes eran los candidatos a integrarse en él. La réplica, en ausencia de una propuesta tangible, fue siempre "si pueden pactar con el PSC, lo harán". La contrapropuesta a la propuesta republicana fue esta, el espantajo, recurrir al "que vendrá el lobo" como principal frame de campaña. Los republicanos, si estaba en sus manos, nos decían, pactarían con el PSC, como en la Diputación de Barcelona, por ejemplo.

Una vez más, pasada la carrera electoral, el frame patriótico de campaña se evaporaba. Porque nadie, al menos no los ganadores, ni tienen ni habían tenido ningún interés, ni intención, de pactar con los de Núria Marín, presidenta del PSC. Si los republicanos ganaron (¿el plebiscito?) hablando con todas las letras de gobierno de frente amplio, ¿ahora tendrían que ignorar y renunciar a la vía amplia que hace tres años que defienden con todas las letras contra viento y marea y que repitieron hasta la saciedad durante toda la campaña electoral? Que una formación gane las elecciones e intente materializar aquello que ha dicho y defendido tendría que ser objeto de respeto y –visto cómo han ido con anterioridad las cosas– incluso de admiración. Aquello reprobable sería que hiciera exactamente lo contrario. Si el gobierno de frente amplio no es posible no tendría que ser por qué no lo hayan intentado sino porque sus destinatarios son reticentes y se vetan entre ellos. Unos, asumiendo el papel de subalternos de Illa, los otros porque han hecho de golpearse el pecho y la negativa a sumar su leitmotiv.