Hoy todos hablaremos del documento del Círculo de Economía y a unos les gustará más, a otros menos y a muchos nada. Perdidos en los detalles, quizás nadie destacará lo que para mí es más importante: el lobby creado en 1958 y que durante el final del oscuro franquismo y el inicio de la transición española fue un centro de influencia importante, aglutinador de una transversalidad real de la sociedad catalana y una avanzadilla de un pensamiento fundamentalmente liberal, es hoy una sombra de sí mismo. O lo era, al menos, hasta el lunes por la noche, cuando su presidente, Anton Costas, sufrió un revolcón de diferentes miembros de la Junta que dejó seriamente tocado su mandato iniciado en 2013.

El documento resultante finalmente aprobado es equidistante entre las diferentes sensibilidades del Círculo, lejos de la manifiesta agresividad sintáctica con las fuerzas soberanistas del borrador inicial que quiso imponer Costas. Unos (los unionistas) pondrán el acento en el párrafo que señala que la victoria de las fuerzas independentistas el 27 de septiembre no puede dar paso a un proceso unilateral de independencia, ya que este, según el Círculo, no puede iniciarse tras unas elecciones, por muy importantes que estas sean. Otros (los soberanistas) aplaudirán que en el texto dado a conocer se exija al Gobierno español que, si se produce esta victoria en las urnas, se cumpla el principio democrático de la Constitución, que obliga a los poderes públicos a encontrar una vía legal y acordada para celebrar una consulta específica para conocer el sentir preciso respecto al encaje de Catalunya con España. Suficiente claro ante las resistencias a cualquier cambio del Gobierno español y más que irritante para los que esperaban que el Círculo fuera una terminal más de la Moncloa. Quizás, sin que fuera premeditado, la refundación del Círculo ha construido su primera trinchera aunque para ello haya hecho falta una revuelta y algunas amenazas, cosa muy poco habitual en aquella casa.