Desde Madrid me llega una noticia dolorosa, un auténtico drama humano que ha salido poco en los medios. Se ve que los nostálgicos, es decir, los franquistas, es decir, los fachas, es decir, la subraza de los nazis —donde las dan las toman—, no han podido realizar misas con panegírico, concentraciones de exaltación y glorificación de aquel humilde cristiano conocido como Francisco Franco Bahamonde. Y es que este mundo es muy ingrato. Las misas negras las querían hacer en ocasión, naturalmente del 20 de noviembre, una fecha señalada, históricamente tan falsa como la mayoría de supersticiones que rodean al dictador y a la dictadura, aquellos cuarenta años de sangre, mierda y fake news que hicieron del estado español lo que es hoy, el único territorio de la Unión Europea que no ha sido desnazificado, lo único que persigue y encarcela a sus ciudadanos por razones políticas, por ejercer la libertad de expresión, los derechos de reunión, de manifestación, el derecho a la libertad. Un ciudadanos golpeados y obligados a pagar con sus impuestos la bala de foam que me los foama vivos de la misma manera que, en la China de Mao, la familia de los fusilados debía pagarle al Estado la bala que habían gastado en la ejecución. Los perseguidos, en España, también están obligados, mediante los impuestos, a financiar a la Fundación Francisco Franco. Una fundación que se queja porque les cuesta hacer misas franquistas. Dios nos guarde, qué injusticia.

Franco murió el 19 de noviembre y no el día después, el día que dicen para que todo les cuadre, para hermanarlo con aquel niño de papá, con aquel delincuente llamado José Antonio Primo de Rivera, fusilado un 20 de noviembre de 1936, durante la Guerra Civil. Un chico guapo y de buena familia, muy bien educado que le metió unas cuantas hostias al político Luis Rodríguez de Viguri, cuando era viejo y llevaba gafas. También rompióle la cara al general Hurguete, llevado por uno de sus habituales ataques de cólera. A Queipo de Llano, mientras estaba sentado e indefenso, le pegó un golpe tan contundente que lo dejó marcado de por vida. También vapuleó a dos diputados con los que discrepaba. Estaba podrido por la violencia y le gustaba terminar las controversias a puñetazos, ya fuera en el colegio de abogados, los cafés de moda o el Parlamento. La violencia, como explosión de un ideal de virilidad que anhelaba, fue también una de sus ideas políticas recurrentes: “Al rencor —el rencor social de los pobres— se opone el terror, y nada mas que esto”. Como José Antonio, Franco también fue de este mismo tipo de benefactores de la humanidad que la han querido proteger. Pero a una escala criminal mucho más productiva, mucho más terrorífica. El del franquismo fue terror y no el del conde Drácula.

Y ya veis a dónde hemos llegado, ahora, después de tantos y tantos años de pasear a Franco como si fuera una hostia, bajo palio, los nazis no encuentran muchos curas que quieran decirle ni una triste misa. Teniendo en cuenta que su vida fue un ejemplo tan nítido de valores cristianos, de moral cristiana, de piedad y de concordia, de perdón, la verdad es que es inexplicable. Pero si Franco fue lo que fue gracias a Dios, gracias a la gracia divina, a la voluntad de Dios. No se entiende que ahora no dejen tocar el himno de España, se hagan saludos romanos dentro de los templos, y se digan homilías panegirícas en las cuales la Iglesia Católica proclame, agradecida, que se lo debe todo a Franco y a los cuarenta años de nacionalcatolicismo. Como son, qué gente.