¿Es ésta la violencia? ¿Éste es el terrorismo catalán que tiene atemorizados a los pobres españoles instalados en el país, éste es el salvaje horror independentista? Por favor. Pero si no es ni una hoguera de San Juan, pero si ni siquiera es la indigencia mental y material de Terra Lliure, para nada la estupidez de aquellos pobres diablos, imitadores de ETA. Es mucho más ridículo, es mucho más sórdido, es mucho más primitivo. Es mucho más español. Cuando alguien miente lo que sucede es que se delata, no puede evitarlo. Por eso se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo. Hay cojos que no corren pero vuelan. Cuando un niño dice una mentira deja entrever su particular universo mental, que es lo que es, infantil y previsible, fácilmente identificable. Cuando alguien te habla, en cambio, de platillos volantes, de energías cósmicas transmagmáticas, de extraterrestres reptilianos y verdes, del Séptimo Sello, de sicofonías de ultratumba y de otras hermosas estupideces, tal vez se crea que te está engañado. De hecho no, para nada, de hecho, lo que hace, sin darse cuenta, es proporcionarte un conjunto de suposiciones, de prejuicios, de lugares comunes, de gilipolleces colectivas que retratan perfectamente la retorcida psicología del mentiroso. Te desnuda al mentiroso, te lo presenta. Para mentir hay que saber mucho, al menos más que la mayoría. Para falsificar la realidad hay que ser un buen conocedor de la vida, un verdadero experto. Para vender la Torre Eiffel hay que ser más verosímil que la vida misma, se necesita una sobredosis de realidad para disimular la abusiva fantasía.
Victor Lustig no vendió la Torre Eiffel una vez, la vendió dos veces. Como chatarra. Para parecer creíble no sólo se hizo pasar por un funcionario del Gobierno francés dispuesto a deshacerse del monumento, tuvo que simular también que era un alto cargo corrupto. Entonces la víctima ya no dudó. Si pedía, además, una comisión bajo mano, es que realmente la cosa iba en serio y se podía confiar en el apaño. Engañar no es fácil. De hecho, es muy difícil. Lustig también llegó a engañar a Al Capone, el cual no era precisamente un ingenuo. Y Toni Blair y José María Aznar convencieron a medio planeta de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva con decidida habilidad. Y a medida que la opinión pública se informa como quiere, gracias a internet, ya resulta más difícil mentir.
Toda esta historia de Gandalf, de Lisa, de las truculentas relaciones secretas entre los presidentes Puigdemont y Torra son una mentira grosera, sin imaginación, sin ningún conocimiento de la realidad, sin proximidad con las biografías de los difamados. Todos estos bulos que corren, además, sobre los nuevos presos políticos que pretendían ocupar el Parlament de Catalunya por la fuerza de las armas son sencillamente ridículos. Todo el mundo sabe que son mentira. Aunque llamarle mentirosa a la policía no sea tarea fácil. Podríamos suponer, en un gesto de gran generosidad, haciendo un verdadero esfuerzo, que algunas cosas que se ha publicado tal vez podrían ser hipotéticamente verdad. Podríamos concederlo, provisionalmente, tal vez sí. Entonces es cuando nos fijamos en un detalle fundamental. Básico. El detalle es que la prepotencia y el machismo inherentes del estafador policial imaginan, suponen, conjeturan, que la hermana del presidente Puigdemont, la señora Anna Puigdemont, estaría haciendo, según el relato fabuloso, trabajos de correo, de apoyo, de enlace. Imaginan que Anna Puigdemont debe ser una especie de Mariana Pineda, una señora subalterna que debe bordar banderas independentistas cuando tiene un ratillo libre. Siempre a la sombra del hermano, del macho. Qué poco conocen a la familia Puigdemont. Si en realidad Anna Puigdemont hubiera querido hacer política clandestina sería el presidente Puigdemont quien estaría hoy a sus órdenes y no a la inversa. Sería Carles el Grande quien sería su correo, su enlace con el presidente Torra, sería Anna Puigdemont quien tendría el centro de la resistencia independentista bien organizado en Amer, bien dispuesto. Con un buen pasadizo subterráneo entre la pastelería familiar y la estación. ¿La estación? Sí, por supuesto, la estación de naves interestelares que...