Guardias civiles y militares que violan a mujeres a las que tendrían que defender, jueces que cuestionan el relato de la víctima y admiten a trámite pruebas contra ella obtenidas quebrantando su intimidad y, lo último, profesores universitarios que defienden en Facebook a cinco delincuentes encarcelados mientras nos cuentan una película pornográfica en la que la víctima “se deja hacer y disfruta evidentemente”, aunque el que suscribe estas declaraciones reconozca no haber visto el vídeo pero “está convencido” de que fue una relación consentida por sus “indicios”.

Luciano Méndez, el (todavía) profesor de Matemáticas de la Facultade de Económicas de la USC que hace dos años pidió a sus alumnas que evitasen el escote porque le “desconcentraba”, se ha convertido ahora en abogado defensor de La Manada por gracia y desgracia de las redes sociales, que siempre tienen una puerta abierta para el más tonto de la clase. En este caso, el profesor. Por su foto de perfil (una captura de La Sexta) ya sabemos que a este señor le gusta chupar cámara, que sólo tiene 61 amigos en Facebook y que cambia de look con cierta frecuencia. Con su evolución a lo Silvia Charro y Simón Pérez, es probable que dentro de poco aparezca con un tatuaje de Franco y completamente borracho.

En una masturbación opinativa sin precedentes, Méndez cuenta la historia de unos buenos chicos que tuvieron la mala suerte de cruzarse con una “chavala sola, borracha, sin tener quehacer y sin amigos” que con gusto se los folló en un portal en las fiestas de San Fermín de 2016, porque se había dado unos morreos con uno y, claro, meter la lengua en boca ajena te condena a una orgía y a que te roben el teléfono. Como mínimo.

Porque Méndez, experto en psicología masculina (se refirió a la testosterona como “una hormona complicada”), se pone en la piel del agresor para imaginarse que “si yo soy violador”, no se llevaría a la víctima a un edificio donde pueda gritar porque podrían salir los vecinos y pillarte con las manos en la masa. Todas sabemos que, cuando estás rodeada de cinco tarados que te pueden matar de un golpe, gritar es siempre la opción más sensata. Por qué, entonces, la mayor parte de las violaciones suceden en el cálido hogar de las víctimas o sus allegados.

Pero es que Méndez, al que, repito, le encanta imaginar, también dijo hace un par de años que si él fuese machista le daría una hostia a la alumna que protestó por sus comentarios ¿testosterónicos? Dios me libre a mí de calificar las palabras de Méndez como las de un posible machista o violador, sólo que en su imaginativa cabecita hay cada vez menos hueco para las matemáticas.

Independientemente de la opinión de este profesor, lo lamentable es que las mujeres tengamos que seguir escuchando opiniones de tipos convencidos de que la víctima saca algo de este proceso

Con la desfachatez que sólo puede dar una ignorancia desmedida, Méndez propone hasta tres posibles soluciones al caso. Que “los tipos” se largasen y la dejasen tirada después de una relación sexual consentida (“no es elegante, pero no se les puede castigar por eso”); que “la chavala” se viese sola y dijese “a ver qué carallo hago” (recomiendo encarecidamente la versión original en gallego) en plan “joder, cómo me aburro y en Netflix no ponen nada nuevo, casi voy a denunciar a estos chicos tan majos que me acaban de dar el orgasmo de mi vida”. Y, mi preferida, la solución definitiva, esa que los investigadores llevan dos años buscando: ¡la chavala quería la píldora anticonceptiva y denunció para que se la dieran! Poniéndose, incluso, de acuerdo con ellos. ¿Cómo? Pues sí, que esta muchacha necesitaba la píldora y tenía que denunciar “el rollo” en palabras del (todavía) profesor Luciano Méndez Naya. Han leído bien. Resulta que ahora la víctima, mayor de edad, no se le ocurrió otra cosa que meterse en un proceso judicial para que le diesen la píldora de emergencia, pudiendo ir a la farmacia más cercana sin ni siquiera pasar por el médico. Si de la sentencia dependía que se la diesen, ya podría haber tenido dos criaturas. Gracias a Dios —y al movimiento feminista— la pastilla de emergencia es de libre disposición en España excepto en las farmacias transitadas por este individuo.

Por todo esto y por su “claro concepto de la justicia”, Luciano Méndez pide la “libre absolución para los chavales de La Manada” porque, según sus “indicios”, son “unas bellas personas”. Bien es cierto que en la versión original en gallego parece que dice “ovellas persoas”, que significa “ovejas personas”, y yo ya no sé qué pensar. Y reconoce que lo que habría que haber hecho era denunciar a la víctima pero los pobres jueces tuvieron que cumplir con “el histerismo social”.

El nuevo rector electo de la USC, Antonio López, anunció en la SER que la Universidade de Santiago emprenderá vías legales porque puede haber delito penal y la actuación disciplinaria tiene limitaciones. Recordemos que la vez anterior tardaron cinco meses para decidir suspenderlo de empleo y sueldo durante dos meses y ahora Luciano disfruta de su trabajo como profesor de alumnas de la edad de la víctima y de alumnos que podrían convertirse en agresores. Y todo esto, con nuestros impuestos con los que se financia la universidad pública.

Independientemente de la opinión de este (todavía) profesor, lo lamentable es que las mujeres tengamos que seguir escuchando opiniones de tipos convencidos de que la víctima saca algo de este proceso, sin comprender, ni de lejos, el sentimiento de vergüenza y la culpabilidad asociados a una agresión sexual. La víctima, que era una adolescente en el momento de la agresión es, sin lugar a dudas, una auténtica valiente, un ejemplo a seguir para todas las mujeres que sufren agresiones sexuales a diario y que, como ella, pero sin la repercusión de ella, cargan con el sambenito de la desconfianza y de la provocación en su círculo más cercano. Ninguna quiere convertirse en LA VIOLADA, señores. Ninguna quiere, como ya le ha pasado a ella por la filtración de sus datos personales, recibir amenazas de todos esos potenciales violadores que vomitan sus pajas —mentales— y cultivan la chispa del odio hacia las mujeres para que otros, los de verdad, nos sigan violando en portales, casas, coches y, quién sabe, si en campus universitarios.

Lástima que las violaciones no tengan tanta gracia como las hipotecas fijas.