Me he sumergido en Power Play, la serie noruega creada por Johan Fasting y dirigida por Yngvild Sve Flikke, en dos tardes. La primera temporada consta de seis episodios de casi una hora de duración. Se pueden ver en Filmin y, según dicen, habrá una segunda temporada con otros seis capítulos. Si están pensando que esta serie es como Borgen, la aclamada ficción dramática danesa que se emitió entre 2010 y 2013, les anuncio que no se parece en nada, aunque al final ambas series tengan como protagonistas a dos mujeres políticas en un contexto dominado por los hombres. Borgen es una ficción y la primera ministra que la protagoniza, Birgitte Nyborg, no existe realmente. Además, la trama de la serie comienza cuando Nyborg se convierte en líder del partido de centroizquierda Los Moderados y accede al puesto de primera ministra de Dinamarca, siendo la primera mujer en lograrlo. En Power Play, en cambio, la protagonista es real, ya que la serie sigue el ascenso de quien llegaría a ser la primera mujer que presidiría el gobierno de Noruega, la doctora y activista por los derechos de las mujeres y el aborto Gro Harlem Brundtland (1939). El último episodio termina el 4 de enero de 1981, que es el día en que tomó posesión del cargo.

He experimentado una extraña sensación, porque mientras veía la serie, recordé la cena en el Palau de la Generalitat con ella y Malala Yousafzai (1997), la joven pakistaní de quince años que había sido tiroteada por los talibanes por querer estudiar sí o sí. Ambas habían sido galardonadas con el XXV Premi Internacional Catalunya, y el presidente Artur Mas (1956) y su esposa, Helena Rakosnik (1957), eran los anfitriones alrededor de una mesa en la que, además de ellas dos, se sentaban varios miembros del jurado y el consejero de Cultura, Ferran Mascarell (1951). No existen imágenes de la cena, por lo menos yo no las tengo, pero recuerdo que había personas muy queridas por mí, como el filósofo “despistado” Xavier Rubert de Ventós (1939-2023), que era el presidente del Premio, y el diplomático estadounidense y amigo de Cataluña Ambler H. Moss (1937-2022), un hombre con un humor que parecía inglés. Si no recuerdo mal, también estaba el arquitecto Ricard Bofill (1939-2022), exhibiendo un cosmopolitismo muy refinado. No estaban dos miembros del jurado que también han fallecido, el editor y crítico literario Josep Maria Castellet (1926-2014) y el físico y museógrafo Jorge Wagensberg (1948-2018). Gro iba acompañada de su esposo, el politólogo Arne Olav Brundtland (1936), antiguo miembro del partido liberal conservador Høyre, además de ser autor de dos libros que son un homenaje a su esposa: Casado con Gro (1996) y Todavía casado con Gro (2003).

Dejando a un lado la anécdota personal, que considero un privilegio haber podido vivir, si la joven pakistaní me impresionó por la fuerza y determinación que transmitía, el efecto que me causó la política noruega fue instructivo. Nos dio un recital de diplomacia política con comentarios propios de una persona que sabe nadar y guardar la ropa. Viendo la serie comprendí de dónde Gro había aprendido esa habilidad que no todos los políticos alcanzan. Power Play no es la biografía de Gro Harlem Brundtland. Más bien es una sátira del ambiente político noruego de finales de los años setenta y, en particular, del Partido Laborista, que fichó a Harlem Brundtland para asumir el ministerio de Medioambiente —ella hubiera querido que fuera el de Sanidad— en el gobierno socialdemócrata de Trygve Bratteli (1910-1984). La entrada en política de Harlem Brundtland, con tan solo treinta y cinco años, es, como se ve en la serie, resultado de la primera gran crisis de un Partido Laborista noruego dominado por hombres machistas, con vicios propios de los nórdicos, como el alcoholismo, y un izquierdismo de pacotilla. La colección de retratos masculinos es impagable. Por ejemplo, el del sindicalista goloso a quien sangra la nariz en plena reunión y no se sabe por qué (¿cocainómano?), o el del ministro de Industria que considera un demérito que una política tenga un posgrado en Harvard y hable inglés, o el de quien reprocha a Gro Harlem que esté casada con un conservador al que ama. La serie es extraordinaria en este sentido y nos permite observar la estupidez de unos políticos ineficientes, incapaces y sectarios que toman decisiones incomprensibles y son espiados —y condicionados— por la CIA sin que ni siquiera se den cuenta. El narcisismo es enemigo del buen político.

El hecho de que la serie haya sido rodado en 16 mm para que parezca una producción hecha por gente no profesional, refuerza la idea de que los políticos noruegos de los años setenta eran bastante amateurs

Desde 1924 hasta ese momento, el Partido Laborista noruego, como el sueco, lograba un apoyo de casi el 50 % en todas las votaciones. En las últimas elecciones, las de 2021, el laborismo recuperó el poder después de ocho años de hegemonía del bloque conservador, dirigido por otra mujer, Erna Solberg (1961). Gobernaba en coalición con el Partido del Progreso, el poderoso grupo de extrema derecha, creado en 1973 como Partido de Anders Lange, el nombre de su fundador, una especie de Milei noruego avant la lettre, nacido en 1904 y fallecido repentinamente en 1974, para oponerse a la subida de impuestos, a la inmigración y al pueblo lapón. Noruega, como otros estados escandinavos, tiene una fuerte polarización política. Los laboristas siempre han sido el partido noruego más votado, pero desde 2005, la extrema derecha xenófoba es la segunda fuerza parlamentaria. Aunque volvió a quedar primero en las elecciones de hace dos años, el Partido Laborista solo obtuvo el 26,3 % de los votos y 48 escaños de un total de 169. Es el peor resultado en ocho décadas, y si gobierna es porque el Partido Socialista de Izquierdas creció de tal manera que permitió llegar a los 88 diputados necesarios para formar gobierno.

La escalada de Harlem Brundland hasta la posición de primera ministra se debió, también entonces, a la presión de este partido, situado a la izquierda del laborismo. Fundado en 1975 como continuación de la Liga Electoral Socialista, un movimiento impulsado por el Partido Popular Socialista, el Partido Comunista y Socialistas Democráticos en 1973, surgió como resultado de la campaña para rechazar la integración noruega en la Comunidad Europea en el referéndum del 25 de septiembre de 1972. La cruzada antieuropea de este partido de izquierdas volvió a triunfar en 1994, cuando hizo campaña por el “no” al ingreso en la Unión Europea junto al conservador Partido de Centro que dirigía Anne Enger (1949). El resultado negativo fue un grave revés para Harlem Brundland, pues había organizado su política económica confiando en la integración en la UE. A pesar de la derrota, siguió en el cargo un tiempo más, aunque tuvo que hacer serios ajustes en sus planes económicos. Finalmente, dimitió del cargo el 25 de octubre de 1996. Posteriormente, de 1998 a 2003, fue la directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Power Play fue galardonada en la última edición del festival Canneseries y el jurado destacó la apuesta por la sátira política que, con buenas dosis de ironía y desvergüenza, retrata la política noruega de los años setenta sin caer en la vulgaridad. Tiene toques surrealistas, propios del realismo mágico, con alucinaciones que refuerzan lo absurdo de ciertas conductas, como la de Odvar Nordli (1927-2018), que en 1976 había sustituido a Bratteli como primer ministro. El hecho de que la serie haya sido rodado en 16 mm para que parezca una producción hecha por gente no profesional, refuerza la idea de que los políticos noruegos de los años setenta eran bastante amateurs. Pura improvisación. En medio de aquel desbarajuste, o al menos esa es la impresión que se lleva uno viendo los seis capítulos, Gro Harlem Brundtland destaca como alguien con un poco de cordura, que conecta con las esencias de la socialdemocracia noruega. En la serie, estas esencias las representan el expresidente del partido, Einar H. Gehardsen (1897-1987), el llamado “Landsfaderen” (Padre de la Nación), forjador del bienestar noruego posterior a la Segunda Guerra Mundial, que vive de forma modesta en un barrio pobre de Oslo, y el ministro de Defensa, Rolf A. Hansen (1920-2006). Al principio de la serie se anuncia que más adelante este hombre será importante. Creo que puedo explicarles por qué sin caer en el espóiler: se niega a aceptar la propuesta de sus compañeros de convertirse en primer ministro para tapar el ascenso, inevitable, de Gro Harlem Brundtland al frente del gobierno. Él sabe que Gro es la política más popular en ese momento, comprometida con los derechos humanos y la paz. Tanto es así que en 2011 consintió en participar en la Conferencia Internacional para la Resolución del Conflicto en el País Vasco y fue la única mujer firmante de la Declaración de Aiete, que provocó que el 20 de octubre, tres días después de la celebración del encuentro, ETA anunciara el cese definitivo de la actividad armada.

Mientras Filmin no nos ofrece la segunda temporada, aquí les dejo la retransmisión por YouTube del acto de entrega del Premio Internacional Cataluña. Pueden verlo para bajar la copiosa comida de Navidad con una copa de cava en la mano mientras se comen un nevado, como es tradición. ¡Feliz Navidad!