1. Anna Gabriel y los represaliados de Urquinaona. La coincidencia entre dos noticias, una buena y otra mala, o ambas malas, según cómo se mire, provoca un escalofrío de impotencia. Un día Anna Gabriel se planta de incógnito en el Tribunal Supremo, después de cuatro años residiendo en Suiza, y el juez Llarena la deja en libertad y ella se vuelve para Ginebra tan pancha. Al día siguiente, la fiscalía pide catorce años de prisión a un vecino de Arenys de Mar por haber participado en las protestas de plaza Urquinaona contra la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes independentistas. Le piden más pena a este chico que a Junqueras. En el escrito acusatorio, el fiscal también incluye otros manifestantes, como mi sobrino Francesc Colomines, a quien pide siete años y cuatro meses de prisión por dos supuestos delitos: desorden público y resistencia a la autoridad. No me dirán ustedes que la paradoja no es inquietante. La justicia española quiere escarmentar a la juventud independentista mientras va pactando soluciones blandas con los dirigentes de la década soberanista. A falta de explicaciones coherentes, todo el mundo tiene derecho a pensar —y sospechar— lo que le plazca. Valtònyc ha dedicado un artículo a Anna Gabriel en el que reprocha a la cupera su secretismo. Serret actuó igual: mientras los exiliados la esperaban para comer, ella ya estaba en Madrid.

2. Unilateralidad antirrepresiva. Uno de los aspectos que más sorprende, o cuando menos me sorprende a mí, con relación a la represión del Estado contra el independentismo, es el desbarajuste, los enredos políticos. Es curioso que en 1979 se crearan los comités de Solidaridad con los Patriotas Catalanes como una plataforma independentista para apoyar a cinco detenidos acusados de pertenecer a Terra Lliure, y que ahora, ante la represión generalizada, que Òmnium cifra en más de 4.200 personas, cada cual vaya a lo suyo. La Caja de Solidaridad, a la que contribuyó tanta y tanta gente, fue utilizada para dar cobertura a los vips de procés. Recuerdo perfectamente la indignación que me provocó una respuesta inicialmente negativa a mi petición para que los presos de Lledoners se solidarizaran con los detenidos de Urquinaona. La realidad es que los presos políticos —y los exiliados de ERC y la CUP— van encontrando una vía para resolver su caso, mientras que la mayoría de los jóvenes que lucharon para defenderlos van cayendo uno tras otro. La unilateralidad con la que actúan algunos jefes políticos del procés es, en este sentido, un sambenito que arrastrarán durante años y les costará mucho quitárselo de encina. Todo el mundo ha perdido la inocencia y hoy en día dudo que se diera otra batalla de Urquinaona si la justicia española consiguiera revertir los indultos. El retroceso empezó el día que se supo que los mismos que montaron el Tsunami Democràtic eran capaces de mandar a los Mossos d'Esquadra al aeropuerto para zurrar a los manifestantes.

La represión esparce la desesperanza e invita a rendirse. Unos lo hacen a cara descubierta y otros más disimuladamente

3. Retorno a la orden. La represión está pensada para doblegar voluntades. Como la tortura. El represor busca debilitar a quien ha osado desafiarlo. La literatura política ha dedicado muchas páginas a explicar ese fenómeno. La represión esparce la desesperanza e invita a rendirse. Unos lo hacen a cara descubierta y otros más disimuladamente. El efecto es el mismo: ablandarse o abandonar directamente la lucha. En un mundo en que los postmodernistas más radicales han acabado defendiendo que la realidad solo existe cuando quien lo afirma le da forma, los políticos se refugian en las frases bonitas para evitar tener que detallar por qué las cosas no son como las cuentan. Con más o menos retórica independentista o revolucionaria, los grupos políticos andan de forma funambulesca sobre una cuerda que está a punto de romperse. El giro experimentado por Esquerra ha sido tan radical que ha recibido el aplauso del unionismo más inteligente. Junts se debate entre dos sectores y mientras se entretiene en destriparse, no sabe rentabilizar la posibilidad que tenía de convertirse en el SNP (el conservadurismo de los viejos convergentes lo impide). ¿Y la CUP? ¡Ay, los anticapitalistas! La escisión de Arran y la salida de un grupo que es, por encima de todo, comunista, demuestra que para muchos militantes de la CUP el independentismo era únicamente instrumental. “Ahora ya no toca”, como diría Jordi Pujol.

4. Combatir el pesimismo. Poco a poco va conformándose el partido de la abstención. Algunos articulistas, los que comparan la Catalunya actual con el régimen pronazi de Vichy, lo defienden vehementemente. Jamás supe defender esa posición. Quizás sea porque pertenezco a la última generación que tuvo que luchar para acabar, cuando menos formalmente, con el franquismo y poder votar. Prefiero acercarme a las urnas y votar en blanco que abstenerme. Si los 700.000 independentistas que se abstuvieron en las últimas elecciones hubieran votado en blanco, esta opción habría superado los votos del partido que quedó primero, el PSC (652.858). Eso habría sacudido el cerebro de unos políticos que cada día hablan más para ellos mismos que para la gente. En Italia el desconcierto político favorece que aumenten las expectativas electorales de la extrema derecha. En Catalunya tenemos la suerte de que esta no es la tendencia. La consecuencia de tanta estulticia política es la desmovilización y la abstención. Crear un nuevo partido independentista no es viable. Primàries ya lo intentó y no le salió bien. La estabilidad del sistema de partidos en Catalunya solo podría amenazarla, si acaso, una escisión de Junts. Si el sector llamado laurista rompiera con el turullismo, nadie sabe qué podría ocurrir. En política, dos y dos no siempre suman cuatro. De momento, lo más importante es combatir el pesimismo que va apoderándose de los independentistas que no militan en ningún partido, que son la mayoría.