La única duda que tengo sobre la ola conservadora que atraviesa Europa y Estados Unidos es si podrá desplegarse y aterrizar con un mínimo de gentileza y sentido de la civilización. Tengo amigos inteligentes que dicen que no vamos a poder superar el paradigma liberal sin volver a pasar por una guerra o un conflicto interno de gran alcance. Cuando veo que un clásico del sistema autonómico como Antoni Puigverd tiene que distanciarse tanto de la línea editorial de La Vanguardia para hablar de Charlie Kirk, me inquieto. Como explica Puigverd, el asesinato de Kirk recuerda, en cierto modo, el destino de los hermanos Kennedy, que también iban por delante de un cambio de orden internacional y lo pagaron con la vida.

Que Puigverd reconozca que no se puede ir deshumanizando a las voces discordantes para mantener el orden establecido significa que algo está cambiando. Sin embargo, no sé si llegaremos a tiempo. Un detalle que me llama la atención es el nivel de estupor que la carnicería de Gaza provoca entre los progres de Barcelona y de Madrid, que no hicieron nada por defender el derecho a la autodeterminación de las mentiras de los periódicos y los políticos. Algo que estamos a punto de aprender es que las actitudes individuales tienen consecuencias. Cuando el PP se indigna porque Pedro Sánchez utiliza Gaza para polarizar, pienso: "¿De qué os quejáis, si lo hace para intentar recuperar el prestigio democrático que el Estado perdió con el 9N y el 1 de octubre?".

Si alguien creía que los catalanes podrían pasarse ocho años haciendo manifestaciones multitudinarias a favor de la autodeterminación sin que tomaran nota de ello Rusia, China, Estados Unidos, Israel o incluso los palestinos, es que no sabe nada de geopolítica. Europa demostró que la democracia era un valor formal, que no defendía nada concreto más allá de unas estructuras de poder establecidas por la guerra. Israel sabe que, como diría Putin, Europa defenderá Palestina hasta el último terrorista de Hamás y obra en consecuencia. Todo el mundo sabe también —menos José Luis Villacañas, que está tan deprimido últimamente— que si los catalanes no se atrevieron a plantear la independencia hasta el siglo XXI, fue por miedo a acabar como Gaza.

Todo esto es importante tenerlo en cuenta para navegar la próxima época. Con el permiso de Estados Unidos, que ya no se puede pagar un parque de atracciones tan grande, Europa está saliendo de la posguerra moral del siglo XX. La manifestación de Londres de este fin de semana, que tampoco fue nada del otro mundo al lado de las que organizamos los catalanes, es una primera señal de ello, al igual que el crecimiento constante del nacionalismo en los lands alemanes. Los españoles también se están liberando del siglo XX, pero todavía no son conscientes de que Franco no fue ninguna excepción en la historia de España. Esto solo lo sabe Catalunya.

El impacto de Aliança Catalana y el desconcierto que crea entre los opinadores no tiene que ver, tan solo, con la ola conservadora que atraviesa Europa y Estados Unidos. Catalunya está dejando atrás el catalanismo, y ya era hora, teniendo en cuenta que yo ya lo di por muerto en uno de mis primeros artículos en el Avui, cuando Josep Piqué intentaba liderar el PP. El objetivo de fondo del catalanismo era demostrar que el país era capaz de autogobernarse. Ahora puede parecer obvio, pero a principios del siglo XX veníamos de siglos de descomposición institucional y colectiva. La Guerra Civil hizo caer el catalanismo en desgracia porque la Generalitat no supo defender el orden, pero España se vio obligada a abrazarlo de nuevo cuando Jordi Pujol lo puso sobre la mesa durante la Transición.

El presidente Aznar agotó el proyecto catalanista cuando demostró que los castellanos podían gestionar el Estado con tanta o más eficacia que los catalanes, sin matar a nadie ni matizar su concepción invasiva del nacionalismo. A partir de ahí, solo era cuestión de tiempo que el independentismo ganara terreno en Catalunya. El procés todavía se hizo bajo la obsesión de la gestión. Con una buena gestión, los niños podrían comer helado todos los días y los hombres podríamos quedarnos embarazados. Pero las mentiras de los políticos y las prevaricaciones de los jueces han hecho ver a los catalanes que la democracia se degrada si no es capaz de desplegar los medios humanos necesarios para defender una verdad existencial sobre el terreno.

Esta superación del victimismo, que cada vez tendrá más fuerza, es la que ha catapultado a Sílvia Orriols

Esta superación del victimismo, que cada vez tendrá más fuerza, es la que ha catapultado a Sílvia Orriols y es la que llevará al PSC a converger con Oriol Junqueras y Carles Puigdemont en cuanto ambos puedan volver a presentarse. Precisamente porque la historia vuelve, el papel de Catalunya en la fundación de España se va a notar cada vez más. Iván Redondo se equivoca si cree que el PSOE tendrá un cheque en blanco en Catalunya por el mero hecho de oponerse a VOX. Al igual que VOX se engaña si cree que Castilla podrá volver a imponerse por la fuerza. La presión de África y de América —tanto demográfica como geopolítica— irá convirtiendo la catalanidad en uno de los rasgos distintivos más importantes del Estado español.

Y España sin duda es eterna, no voy a ser yo quien lo discuta. Pero el Estado español es más frágil de lo que parece, y más con el actual equilibrio de poderes. La mezcla de fuerzas que en los próximos años se encontrarán en Catalunya nos pondrá a todos a prueba hasta el punto de que volveremos a discutir cuestiones que parecían decididas desde el siglo XVI —no solo la supuesta homosexualidad de Miguel de Cervantes que nos propone la última película de Amenábar, para evitar entrar en debates peliagudos sobre los mitos fundadores.