"Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, (..) y se acaba por faltar a la buena educación"
De Quincey

 

El mundo está lleno de asesinos. Todos ellos han llegado, además, al límite de sus posibilidades, según Thomas De Quincey, porque ya no saludan. Nos quejamos siempre las jóvenes boomers en el gimnasio, porque solo nuestra generación da los buenos días al entrar en el vestuario, y la mayoría de las jóvenes con las que lo compartimos no nos responde. No es cosa de Madrid, no crean. He pasado todas las vacaciones entrando y saliendo de ascensores o de habitáculos en los que una legión de rusos y balcánicos de variada nacionalidad entraban sin siquiera gruñir y salían sin ceder el paso. Lo de robar es un paso intermedio que puede que haya sufrido sin querer, de eso ya les hablaré. Lo peor, sin duda, es la pérdida de la educación.

No es una broma, sino el trasfondo de muchos de los problemas que nos soliviantan. La anomia de nuestra sociedad, es decir, la eliminación de las reglas sociales, ha dejado en la mente de muchos el delito como único freno, pero el derecho penal no es un manual ético ni de normas morales, sino la ultimísima barrera que exige no ser franqueada bajo amenaza de castigo. Entre esa barrera y lo incorrecto, lo inaceptable, lo inmoral, lo reprochable, hay un amplio campo que ahora luce yermo sin que nadie se atreva a ponerle de nuevo puertas al campo. Pongo un ejemplo: tocarse los genitales en público con gesto arrabalero es de un mal gusto y de una falta de respeto hacia los demás inaceptable; agarrarse los huevos en una posición protocolaria junto a la esposa y la hija menor del jefe del Estado, en nombre del fútbol de un país occidental, no tiene un pase social, y tal garrulada debería bastar para inhabilitar a quien fuera para toda tarea de representación y gestión. Como esos parámetros que hace décadas hubieran espantado a cualquiera ya no funcionan, como muchos creen que no existe otro reproche posible que el penal, como lo único que exigen a los que ostentan cargos es, al parecer, que no sean delincuentes, ya han presentado denuncia ante la Fiscalía de la Audiencia Nacional por un acto de exhibicionismo obsceno ante menor de edad. Construyendo el delito. Es una costumbre que se extiende y que me van a entender muy bien.

Lo del repugnante beso, lo de la supremacía de imponerte unos labios húmedos sobre los tuyos, nadie discute que no sea de un machismo vomitivo y deleznable. Eso debería de bastar. Medio planeta viéndote actuar en directo como un australopiteco es un hecho que a un ser con moral y educación le abochornaría. La anomia provoca que a él se la sude. Uso esa expresión porque es la que mejor se acompasa con sus actitudes. Seguro que piensa en esos términos. De ahí a que sea un delito, media un largo camino. Es más, incluso sería deseable que no se intente llevar por la vía penal, porque la posibilidad de una absolución es grande, y la tentación de que este hecho lleve a concluir que la acción fue aceptable está sobre la mesa. Depende de Hermoso, porque no hay precedentes de que la Fiscalía siga adelante con un caso de este tipo sin la denuncia de la víctima, a la que ya le han ofrecido esa posibilidad. Sería, pues, rarísimo tanto estadísticamente —nunca lo hace, salvo si hay motivos por los que ella no pueda— como por el resto de las circunstancias que se dan, como la conducta típica de las de menor gravedad —ni violencia, ni intimidación, ni intensidad en la afectación— acaecida en el extranjero y con competencia compartida con el país donde tuvieron lugar los hechos, etcétera.

Hemos destruido todas las barreras que impedían que el individuo se desmandara y tuviera conductas inapropiadas con sus semejantes

No obstante, tecnicismos aparte, todos vemos que una pena de dos a ocho años de prisión por estos hechos sería totalmente desproporcionada. Faltan, insisto, escalones. Y es que las sucesivas reformas han ido acortando los espacios intermedios, también en lo penal, para dejarnos en el campo del cero o mil, del todo o nada. En la época de Gallardón y Catalá como ministros de Justicia, se eliminó la falta de vejaciones injustas, que solucionaba estos casos por la vía rápida. El TS, mediante jurisprudencia y vacilaciones, acabó salvando el vacío con la inclusión de estos hechos en el viejo abuso, que ya tenía penas de cárcel y, por último, la ley Montero se cargó los abusos y lo metió todo en la caja de la agresión sexual. La nueva norma impide, además, que se penalice de forma leve, porque en el artículo 180 se precisa que si hay una relación de superioridad respecto a la víctima, la pena leve de multa es imposible. Corear que ese beso es una agresión sexual resulta irracional y, además, no hace falta que lo sea para que merezca el reproche social y la salida de Rubiales de su puesto.

No iba mi reflexión a esto, que los juristas —cuando dejen de estar acojonados y salgan de las madrigueras— ya les explicarán, sino sobre la anomia y sobre cómo hemos destruido todas las barreras que impedían que el individuo se desmandara y tuviera conductas inapropiadas con sus semejantes. Los frenos, hemos roto los frenos. La frase completa en "El asesinato como una de las Bellas Artes" dice: "Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia a robar, del robo pasará a la bebida y a la inobservancia del domingo, y acabará por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". Una cita refinadamente sarcástica que me permitiría parafrasear diciendo que todo acaba con la megafonía de los aeropuertos tuteándote y los camareros llamándonos "chicos" aunque tengamos más años que Matusalén. De ahí a ir sin camiseta y en un salto pequeño, a tocarse los huevos o a besar en los morros a mujeres que no lo desean y a la agresión sexual grave solo hay un paso.

La sociedad del siglo no tolera esa gestualidad pretendidamente viril, ni la más mínima invasión del espacio del otro, ni del cuerpo de las mujeres. Para evitar que no haya nada entre el machismo celebrado y el delito, la sociedad occidental debe abandonar la anomia y debe recobrar los principios de respeto, educación, civilidad y hasta protocolo, y los reproches consiguientes con consecuencias sociales para los infractores. Eso ayudará no solo a la convivencia, sino a instaurar los valores y las demandas del feminismo en la sociedad. Cuando en los boys club deje de aplaudirse la grosería machista, cuando de hecho acabemos con los boys club, de los que el fútbol es un gran ejemplo, no harán falta leyes penales para recobrar la correcta convivencia y para evitar la banalización de unos delitos que están reservados a las violencias y agresiones contra las mujeres que comportan una gravedad que desgraciadamente existe. Plantearlo como una guerra, aunque la adjetives, no nos llevará a ninguna parte, aunque a los políticos les proporcione réditos.

Una sociedad que rinde culto al delito como única forma de control de los individuos, que solo tiene una barrera ante el precipicio —el derecho penal— es una sociedad a punto de despeñarse. Respeta al prójimo como a ti mismo. Más nos valdría recuperar esa vieja norma y dejar el Código Penal para lo que fue creado.