El premio, el Oso de Oro, que la Berlinale ha dado a Alcarràs, la película de Carla Simón, es bienvenido por muchas razones; más allá de que, evidentemente, es un gran premio. Por delante, dos mías: la directora es una mujer y Verano 1993, su primera película, me encantó. Todo el mundo parece que se ha puesto muy contento con "este hito histórico para el cine español" y ahora me estoy refiriendo a los políticos, por eso que hacen de hacerse la foto ―ahora un tuit― con alguien que tiene éxito y recibe el aplauso, especialmente internacional, por la razón o motivo que sea.

El punto es subirse al carro de la victoria, pero estar arriba sin mérito, normalmente, no hace más que sobreexponer las propias vergüenzas. A mi entender, eso es lo que les ha pasado a Sánchez y a Iceta. La cuestión no es si la película es española o no, aunque el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y toda la prensa española se han apresurado a remarcarlo, sino por qué se esconde que es una película en catalán o se tiene que poner el acento en su españolidad ―como ha hecho en este caso el ministro de Cultura― a pesar de pasar en Lleida.

Puede haber un resumen más claro del lío que tiene España con Catalunya y que aunque nos haga ir especialmente mal a nosotros tampoco, no es nada bueno para ellos. Cuando menos desde el punto de vista de la esquizofrenia.

Si Catalunya, o dejémoslo sólo en el ámbito de las lenguas... si el catalán es un ataque al español ―ejemplos a mansalva de esta percepción y de este relato en el Estado―, ¿cómo puede ser una película rodada en catalán cine español?

Si el catalán es un ataque al español, ¿cómo puede ser una película rodada en catalán cine español?

Para mí la respuesta está muy clara y acepto más de una, pero me gustaría ver la cara de un señor de Burgos si es que en algún momento decide ir al cine a verla y la pasan en versión original. Sentirse estafado será el menor de sus problemas. Pero tampoco hay que ir tan lejos, y ahora pienso y me preocupa la salud de todos los médicos ―me han venido a la cabeza por las últimas denuncias― o cualquier otro profesional del servicio que sea que se niega a atender en catalán a la población de los territorios de España catalanohablantes. Estoy segura de que no entenderán nada, y no me refiero sólo a la lengua.

Alcarràs ―me muero de ganas de verla― es una película española en la que los actores, que no lo son, no hablan la lengua del Reino de España. Un "Reino de España" que no deja hablar catalán en los órganos de representación política estatales. Un estado en el que las televisiones públicas y privadas cuando van por la calle entrevistando a personas o invitan a programas hacen cambiar la lengua a aquellos y aquellas que hablan una diferente del castellano. Y en este caso no me refiero a los que hablan urdu, sino cualquiera de las lenguas que están reconocidas, aparte del castellano, en la Constitución española. Ciertamente, con el gallego hay una cierta manga ancha, dado que como era la lengua de la tierra del dictador no estuvo nunca bajo sospecha; ahora, ni catalán ni euskera, no fuera que nos hiciéramos daño. No es sólo una cuestión de persecución del catalán, es también una cuestión de esconder y falsear la realidad existente, que, ahora, durante cuatro días contados, porque a Berlín les ha gustado, todos disimulan. ¡Ya os podéis ir de paseo!.