Leo que el vicepresidente del gobierno español Pablo Iglesias ha dicho: “La España del PP, Vox y Ciudadanos no sumará nunca para un Gobierno a no ser que se ilegalicen partidos”. Y yo me pregunto: ¿les hace falta? Si la referencia implícita es a su partido, ya les digo que no. Y no solo lo digo porque Iglesias no tenía ningún problema de entrar en un pacto con PSOE y Ciudadanos para llegar al gobierno justo antes de conseguirlo; sino por todo lo que ha pasado desde que ocupa el cargo.

Temas gravísimos que son realmente de una profundidad ideológica primordial los pasan de puntillas —con alguna que otra declaración altisonante, para no perder al electorado— sentados cómodamente en el cargo. No es necesario que tengan que ver con Catalunya, dejémoslo en la monarquía, las libertades en general —y de los cantantes en particular— y el ejército, solo para empezar, y sin entrar en temas económicos. Diréis que como tantos otros y es cierto, pero cuando esta postura se adopta bajo la bandera del cambio, de la lucha contra la desigualdad y los privilegios, las consecuencias son demoledoras. El mensaje que llega —porque así se transmite— es que la transformación no es posible, o cuesta mucho aunque se luche por ella. Pero lo que pasa es una cosa muy diferente, de una gran perversidad: se pasa de poder a querer. Es decir, a no querer. Y es, precisamente, en estas circunstancias que la posibilidad de cambio se desvanece y realmente se hace mucho más difícil, por no decir imposible, el cambio hacia más igualdad, menos discriminación, más bienestar... Queda en un sueño secuestrado en una mentira.

Forma parte del juego político español ejemplarizar en el discurso unas distancias que no son reales, cuando menos en aquello que es fundamental, para tener contento al público y para tener cabida en el espacio político, a la vez que se evita que alguien más lo ocupe

Lo que define el privilegio en una sociedad como la nuestra es el poder escoger, y Unidas Podemos y Catalunya en Comú-Podem han dejado claro lo que han escogido cuando han llegado al poder. Y no escogen para que España cambie, al contrario, la afianzan en lo que es, la hacen más fuerte. La apuntalan en los momentos en que sus adversarios políticos —que no contrarios— no pueden hacerlo.

¿De verdad alguien piensa que Vox, PP y Ciudadanos sufren en estas circunstancias? Nada. Tampoco el PSOE-PSC. Sin duda, tanto el PP, como Vox, como Ciudadanos quieren ganar las elecciones, por eso se presentan. Y, ciertamente, no es lo mismo estar en un lado u otro de la barrera, por muchas razones, y no necesariamente solo políticas. Las hay empresariales, que no se pueden menospreciar, en el mismo momento en que la política se ha convertido en un modo de vida bueno —es decir, por encima de la media nacional— de la mayoría de los y las integrantes de los partidos. Todos, también el suyo. Ganar quieren, como todos, pero la España que quieren PP, Vox y Ciudadanos, por muchos alaridos que hagan en público, saben que no está en peligro ni con el PSOE-PSC ni con una formación como la que Iglesias lidera. Forma parte del juego político español ejemplarizar en el discurso unas distancias que no son reales, cuando menos en aquello que es fundamental, para tener contento al público y para tener cabida en el espacio político, a la vez que se evita que alguien más lo ocupe. Ni hay que alargarse para intentar explicarlo mejor, Ada Colau y Manel Valls lo dejaron tan claro en Barcelona que ni inventado el ejemplo podía ser mejor.