Ya lo tenemos aquí y no lo digo contenta. Atacaron la escuela catalana primero y les dejaron hacerlo con impunidad. Toda España miró desde la barrera y no pocos aplaudieron. De hecho, ganaron adeptos tanto de los amigos políticos como de los supuestos rivales; aunque ni siquiera fueron ellos quienes empezaron, y ahora le toca a la escuela española. No he dejado de decir, desde que todo esto empezó, que cuando se abre la puerta ya no se puede cerrar. Y el tema de Murcia costará mucho de enderezar.

Recuerdo a José Ignacio Wert, compañero de profesión, pero no colega, alimentar la tesis, en el Congreso de Diputados, del adoctrinamiento de los niños y niñas en la escuela catalana; una idea que triunfó en todas las plazas. Sabía qué hacía, es sociólogo y, por lo tanto, ha estudiado la importancia que tiene la escuela en el sistema democrático. No es que el resto de antecesores suyos no hubieran chapuceado el sistema, pero la intervención del ministro Wert supuso un salto cualitativo; más todavía en un país como España, en el que ya no existía el consenso de salvaguardia que existe en otros países. Todo para ir contra Catalunya y para poder ganar votantes en el futuro. Desactivar el conocimiento para poder desactivar el pensamiento, no añado ni crítico, de los futuros electores y electoras.

En Murcia se ha abierto el melón: ¿de quién son las hijas e hijos de este país?

Ahora Vox ha ido más allá, ya no va de qué historia se explica o de qué territorio se saben las características los alumnos, ni siquiera de la lengua en la que aprenden, se trata de sexo. Ha sido, incluso, cómico ―de verdad que no lo digo para faltar el respeto― ver a Santiago Abascal detrás del púlpito haciendo las declaraciones, por todo, por la expresión, por el discurso, por su misma complexión... ¡Cuánto daño hace el Polònia!

Santiago Abascal no está de acuerdo en que se hagan o enseñen ―este extremo me lo he perdido― “juegos sexuales” en la escuela; no puedo precisar más, pero hablaba de los más pequeños. En cualquier caso, las maestras y los maestros que no fueron empáticos con el profesorado catalán señalado por familias de la Guardia Civil, que empiece a pedirles cómo lo hicieron para soportar el ataque. Ahora van a por ellas y ellos, y no se detendrán. Así y todo, estas no son las consecuencias más graves, que lo son, de la demanda del pin parental. En Murcia, se ha abierto el melón: ¿de quién son las hijas e hijos de este país? Las oiremos decir muy gordas.