La Costa de la Muerte. La costa europea de la que consta que ha tenido más naufragios, está rodeada de leyenda. Tormentosa en invierno y rodeada de niebla, la costa recortada por el mar al granito consta de algunas de las playas de arena blanca más espectaculares que he visto. Coger el coche y recorrer poco a poco una ruta que pone rumbo hacia todos los faros tiene un encanto casi onírico. La palabra faro se origina en un topónimo, el de la isla de Pharos, el nombre griego de la islita delante de la ciudad clásica egipcia de Alejandría. En esta isla se construyó la torre luminosa para guiar a los navegantes a la antigüedad. El faro de Alejandría, construida por Ptolomeo II en el siglo III antes de nuestra era, fue una de las 7 maravillas de la antigüedad; una de las más longevas también ya que fue derribada por dos terremotos en el siglo XIV, por lo cual conocemos bien su estructura. De este faro mítico, muchas lenguas han cogido el nombre para nombrar a las torres de luz en nuestras costas.

La Costa da Morte tiene muchos faros, situados en las cimas, encima de acantilados imponentes. En el faro de cabo Vilán, encontramos el primer faro que fue electrificado en España, en 1896. Dentro de sus estancias hay un museo que explica de forma muy sencilla pero didáctica cómo se produjo este cambio, incluso hay una de las dos dinamos que generaban electricidad, que eran movidas por una máquina de vapor. Muy al lado está el cementerio de los ingleses, que como os podéis imaginar, es donde descansan los restos de 142 marineros muertos en una terrible tormenta cerca de Camariñas, miembros del torpedero de la marina inglesa HSM Serpent, en 1890. Se unieron tres fuerzas poderosas de la naturaleza: una tormenta de lluvia y viento muy fuerte, las rocas puntiagudas sumergidas a pocos metros bajo el agua (sólo a 6 metros en la marea baja) de la punta de Boi, y olas inmensas de mar bravo rompiendo contra el casco del barco atrapado. Sin escapatoria, entre las rocas y el mar, el barco se partió en canal. De los 176 tripulantes sólo se salvaron los tres que se ataron los chalecos de salvamento de caucho. Ellos tres fueron los encargados de reconocer los cuerpos de sus compañeros ahogados, que fueron llegando a la costa hasta 45 días después. Sólo 142 fueron recuperados, y los otros 28 los engulló el mar. Esta es una historia relativamente reciente y sangrante desde el punto de vista de las vidas humanas que se llevó, pero todos recordamos otro naufragio trágico, por sus efectos medioambientales, el causado por el hundimiento del petrolero Prestige en el 2002, que pasó de soltar petróleo "como unos hilillos de plastilina" (famosa y desafortunada frase pronunciada por Mariano Rajoy, entonces vicepresidente del Gobierno) a comprometer toda la vida marina de estas costas de Galicia (extendiéndose hasta Portugal y Francia). Miles de personas se unieron en un gesto solidario para ayudar a las personas que viven y aman estas regiones a ir recogiendo "chapapote". Un desastre ecológico monumental.

Uno de los cabos próximos, mucho más conocido, es el cabo Fisterra (Finisterre), donde la cultura clásica pensaba que el mundo acababa. Los mapas de la época romana se acababan en la costa europea, y el más allá era una incógnita, el mundo irreal, fantástico y misterioso. Se llegó a decir que de esta costa partía Caronte para llevar las almas hacia el otro mundo. Estos mitos eran, hasta cierto punto, propagados por ciertos intereses de protección mercantil. Por ejemplo, los fenicios llegaron hasta las costas atlánticas y les interesaba mantenerlas rodeadas de misterio para generar miedo en otros navegantes y así evitar que establecieran vínculos comerciales que compitieran con ellos. Uno de estos mitos son las islas Casitérides, de las que los fenicios extraían estaño y plomo a cambio de cerámica, sal y herramientas de bronce. Estas islas estaban situadas en algún lugar del litoral atlántico. En la época medieval, con los peregrinos llegando desde varios sitios de Europa, haciendo el camino de Santiago, ver esta costa en un día de niebla, en que los límites entre mar y el horizonte se difuminan con el cielo gris, los ojos sólo abarcan columnas borrosas de niebla humosa, y es fácil caer en la tentación de creer que no hay nada más allá y que allí acaba el mundo.

Los faros han sido necesarios para guiar a los marineros. Inicialmente, y durante siglos, los faros se iluminaban por hogueras de fuego, madera, carbón o brea, que permitía proporcionar una luz que podía ser dirigida hasta cierta distancia. En la costa gallega y antes de los faros, los vecinos utilizaban hogueras, fachos en gallego, que no sólo veían los navegantes sino que servían para comunicarse entre pueblos vecinos. Fachos es un nombre que, en algunos casos, ha pasado a ser toponímico. En estas zonas costeras, la vida era muy dura, y como pasa en otros sitios similares, una manera de vivir que complementaba la agricultura y la pesca era recoger los restos de naufragios. Mucha gente rezaba para que hubiera naufragios y los restos que llegaran a la costa ayudaran a sobrevivir a la gente más humilde. Incluso, hay historias que explican que los vecinos ponían teas en los cuernos de las vacas, para engañar los barcos los días de niebla, pensándose que era el faro, y así, se estrellaran contra las rocas.

 

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Cabo Vilán, Costa da Morte, Galicia

En los faros, una de las grandes mejoras fue la lente de Fresnel, un cimborio con la óptica del faro que, gracias a su corte en forma de prisma, permite enfocar el haz de luz con gran ahorro de material y de peso. En cabo Vilán, el naufragio del HSM Serpent aceleró la construcción del faro. Fue el mayor y más moderno de España y de los mayores de Europa. Era la época del reinado de Isabel II, que debió tener un gobierno especialmente sensible a esta necesidad, ya que promovió la construcción y modernización de más de un centenar de faros de la costa española. Es muy probable que si tenéis un faro cerca, tenga una placa que recuerde que su construcción o mejora se hizo bajo el reinado de esta reina, como ahora el faro en el cabo Salou.

Muchos faros incorporaron una radio en los inicios del siglo XX. En cabo Vilán, se instaló una radio para reforzar por vía auditiva, el mensaje visual. Emitía una señal en código Morse de dos notas de un segundo, separada siete segundos cada una, que producía en el oído el mismo efecto que los rayos de luz que parpadeaba en los ojos. Mientras la proyección de luz llegaba hasta 40 millas de la costa, la emisión en Morse de esta radio faro cruzaba todo el Atlántico y llegaba hasta 15-20 millas del puerto de Nueva York. Estas emisiones tan potentes creaban interferencias y generaron quejas internacionales hasta que se cambió el emisor, en 1936.

Detrás de cada faro quedan las vidas de los fareros o "torreros de faro", personas a quien no les importaba la vida solitaria, en medio de parajes espectaculares de una belleza salvaje. Aunque hoy día existen los GPS, todavía muchos faros funcionan de forma automatizada. El oficio de farero, con aquel halo romántico, se ha extinguido. Pero Costa da Morte seguirá ejerciendo su encanto. Si la sabemos conservar.