Por mucho que Pedro Sánchez impostara cara de penitente y sus maquilladores lo pintaran de cura demacrado, estoy seguro de que el líder del PSOE no quedó nada sorprendido de esta nueva operación que pretende derribarlo. Sánchez es de los únicos políticos españoles que ha osado enfrentarse a tótems del Estado como el Tribunal Supremo y la UCO, con lo cual resulta bien normal que los guardias civiles de estas dos sacrosantas entidades hayan rascado el socarraet de la paella nacional para encontrar las conversaciones telefónicas que involucran a su lugarteniente, Santos Cerdán. Tampoco es ninguna casualidad que las cloacas estatales le tuvieran especiales ganas al fontanero socialista que había firmado la paz autonómica de la amnistía con Puigdemont. Aquí nada pasa al azar y la única cuestión en disputa es si el presidente tendrá suficiente fuerza para seguir exhumando a la momia de Franco.

En este sentido, si prestamos atención a su evolución política, Sánchez ha entendido hace mucho tiempo que sus grandes rivales no son Feijóo ni Abascal, sino el bipartidismo de la gran España encarnado en Felipe y Aznar. Cuando habla con lo más íntimo de él mismo, el presidente español no debe maldecir la avaricia de los examigos que lo ayudaron a volver a la trona del PSOE (los pobres críos han montado todo este pitote para repartirse cuatro comisionitas de mierda; cuando la derecha roba, por desgracia, la cosa va de centenares de millones de pavos), sino que debe debatirse sobre cómo puede acabar de derrocar a sus antecesores socialistas y populares, una gente que va dando conferencias por todo el mundo impostando una voz de autoridad casi papal pero que robó muchos más sacos de pasta que Koldo y compañía. El cachondeo, en definitiva, será cómo Sánchez podrá resistir sin exponer la muerte del régimen del 78.

El presidente español no debe maldecir la avaricia de los examigos que lo ayudaron a volver a la trona del PSOE sino que debe debatirse sobre cómo puede acabar de derrocar a sus antecesores socialistas y populares

Aquí es donde entra, de nuevo y por enésima, la importancia de los socios catalanes y de los partidos que se autodenominan independentistas. Durante mucho tiempo, antes de que el PP se convirtiera en una mala copia de la ANC, ya advertí que el fracaso del secesionismo catalán provocaría una procesización de España. Fijaos cómo es la vida, que Sánchez ha pasado de ser aquel candidato que perjuraba querer detener Puigdemont y llevarlo personalmente a la chirona a convertirse en un auténtico regenerador de las estructuras de Estado más podridas del entramado español. Es así como el líder del PSOE ha seguido punto por punto toda la metódica catalana, que ha pasado por denunciar los medios de Madrit como productores de fake news a enfrentarse directamente a la casta judicial más rígida (algo que ni Felipe González osó hacer mientras los jueces metían a algunos de los padres sociatas de los GAL en la chirona).

Por todo esto que explico, y por el hecho de que el independentismo se haya atado de manos y pies a la izquierda española, ahora lo único que pueden hacer convergentes y republicanos es ayudar a Sánchez a sobrevivir con un maquillaje reformista que resulte lo suficiente convincente para alargar la legislatura un par de años más, confiando en que la sentencia del caso Kitchen salpique al PP con más mierda. Dicho de una forma más cruda, lo único que pueden hacer los independentistas —hoy por hoy— es hacerse más del PSOE que los militantes del mismo partido español. Puestos a rizar el rizo y puestos a reformar España, yo del presidente pondría un poco de pimienta a la desgracia y plantearía a Puigdemont y Junqueras que escogieran algún ministro catalán independiente, de solvencia profesional contrastada y bla, bla, bla. Esta sería una forma lo bastante digna, al límite, de acabar de llevar su reforma procesista al kilómetro cero madrileño.

Con respecto a Cerdán, el pobre hombre ya debió pensar que tenía la Wikipedia medio hecha, en tanto que amnistiador oficial del reino, y ahora tendrá que ver cómo le suman unos cuantos párrafos mucho menos halagadores más a la biografía. Que no pase ansia, porque en la España barroca todo el mundo acaba volviendo de alguna u otra forma al poder; pensad solo en Francisco Camps o en los políticos del procés. Ante el caos, mucha calma, que la descomposición del Estado irá muy lenta y Europa todavía avala la estrategia de Pedro Sánchez quien, con el fin de sobrevivir, tendrá que seguir matando. De momento había tenido bastante con ser una especie de asesino en serie. Ahora, hijito mío, tendrá que empezar a practicar el arte del genocidio.