Sí, no lo neguéis, os pensabais que Catalunya era cualquier cosa, que sería una presa fácil. Menospreciáis todo lo que ignoráis, hacéis como si el mundo entero sólo pudiera ser visto a través de la brutalidad de vuestra imprudencia. Invadisteis y colonizasteis muchos países en el pasado y por eso sois conocidos en todo el mundo por vuestra osadía imperialista y agresiva, por vuestro orgullo de conquistadores desmesurados y sin examen de conciencia alguno. Y héte aquí que esta nuestra nación milenaria, que esta nuestra tradición ininterrumpida, que esta nuestra lengua viva y resistente os han desenmascarado una vez más, porque no habéis venido a modernizar ni a mejorar el país, ni a convivir con nosotros como buenos hermanos, ni tampoco a ofrecernos nada más que malas caras e infinitos reproches, sólo habéis venido a decirnos que no os gustamos en absoluto y que, por lo tanto, haríamos muy bien en convertirnos, finalmente, de una maldita vez , en tal como sois vosotros y nada más que vosotros. Es evidente que no lo vamos a hacer. Claro que no, porque no suscitáis entusiasmo alguno, ningún afecto ni amor, ninguna ilusión compartida ni colectiva. Está claro que no vamos a dejar de ser catalanes para contentaros aunque os parezca inconcebible tanto atrevimiento. Ni nacimos con vuestro permiso ni necesitamos vuestra aprobación para continuar existiendo. No somos nada extraordinario, tampoco somos un país admirable en casi nada, ni hemos conquistado la luna, esto es verdad, pero al menos, somos lo que somos gracias a nosotros mismos. Y queremos a nuestra patria de una manera que no podéis ni sospechar, de una manera sólida y determinada que ninguna confabulación podrá destruir. Nos queremos a nosotros mismos de una manera que vosotros no os habéis querido nunca, quizá porque nunca fuisteis perseguidos, quizá porque históricamente sólo habéis perseguido a los demás. Vuestra impaciencia, vuestra violencia verbal y física, vuestra incapacidad para la convivencia y para el diálogo, no hacen más que reafirmarnos. No es sólo que no os gustemos los catalanes. Tampoco os gustan los extranjeros, ni los de otras razas, ni los homosexuales, ni las mujeres emancipadas, ni nada que no seáis vosotros mismos. Sois pura autarquía. Somos catalanes porque queremos serlo pero, ante todo, porque no podemos ser otra cosa. Porque mientras Catalunya quiere acoger a todo el mundo, hoy España no es una opción ni factible ni simpática.

 

Cuando dos países se confrontan, cuando dos personalidades entran en competencia, se acaban de definir aún más cuáles son las características de cada cual. Es un fenómeno histórico, constante y universal. Hasta aquí los que hablan así o asá, hasta allí los que comen ranas, mejillones con patatas fritas o los que toman el té de las cinco. Hasta más acá los que viven con moqueta en el suelo o los que cocinan con mantequilla o con aceite de oliva. Algunas de estas características son detalles sin importancia que no significan nada ni identifican nadie, otros se convierten, por la fuerza de la actualidad, por la contundencia de los hechos vividos, en improvisados rasgos distintivos que se consolidan. Cuando Portugal recuperó su independencia en el siglo XVII, cuando se restauró, se dio cuenta de que si España era de esta o aquella manera inaceptables, Portugal debía esforzarse en no ser española, pero de verdad. Debía reinventarse por oposición a los antiguos colonizadores para que la frontera entre las dos naciones fuera algo más que una simple raya roja en un mapa. Portugal tenía que demostrarse, sobre todo a sí misma, que la independencia tenía solidez. En Catalunya pasa exactamente lo mismo. Cuando los militares, paramilitares y policías españoles emplean la violencia física, cuando la justicia española nos acomete con la arbitrariedad de la ley del embudo, cuando el expolio fiscal nos demuestra cada día que el Estado Español sólo nos quiere por nuestros dinero, Catalunya se ve forzada a situarse al otro extremo, a definirse por oposición, a ser lo contrario a todo esto. La violencia física pertenece después del primero de octubre de 2017 al españolismo, a los que llevan armas compradas a cargo de los presupuestos generales del Estado. El pacifismo pertenece al independentismo catalanista gracias a la decisión de Puigdemont de no enfrentarse físicamente a la violencia española. Cada uno es lo que es y hace lo que hace. Mientras independentismo y pacifismo sean sinónimos tenemos ganada esta partida