Imaginemos un escenario hipotético en el cual varias naciones tras un velo de ignorancia tienen que negociar los principios básicos que regirán su convivencia como Estado multinacional. Este velo de ignorancia impediría que las naciones contratantes supieran cuál es mayor que la otra, más potente que la otra, más poblada que la otra... pero no impediría que fueran conscientes de la existencia de diferencias entre ellas y de las desavenencias que la convivencia multinacional puede comportar.

En esta posición original, parece racional y razonable que las naciones contratantes acordaran un derecho unilateral de retirada. Ahora bien, este derecho unilateral de secesión no sería absoluto ni incondicional.

Voluntarias e involuntarias

Pese a defender un derecho moral a la secesión, conviene tener presente que los estados y las naciones no son sociedades estrictamente voluntarias ni comunidades completamente involuntarias. No son estructuras herméticas o completamente ajenas a la voluntad, pero tampoco son estructuras que se hacen y deshacen según los dictados de la voluntad individual en cada momento.

De hecho, la mixtura entre sociedad y comunidad y entre voluntad y obligatoriedad permite sostener las actuales democracias liberales. Si las sociedades y comunidades más esenciales y básicas no fueran eminentemente involuntarias, la solidaridad, el altruismo, la confianza, la fraternidad, la igualdad, el respeto y la tolerancia podrían estar en grave peligro. Por lo tanto, la misma existencia de la democracia y del Estado social correrían peligro si todo dependiera de la pura y simple voluntad.

Sin embargo, los mencionados valores de solidaridad, altruismo, fraternidad... quedan mejor forjados, asegurados y garantizados si la estructura política se alimenta de un intenso sentimiento de pertenencia a un Nosotros. Es decir, el Estado social y democrático se desarrolla más cómodamente entre un grupo de personas que se siente y constituye un Nosotros (con cierto pasado, un presente y una voluntad de futuro). No parece extraño, pues, que una de las más célebres constituciones, la de los Estados Unidos de América, empezara con la expresión We the People (Nosotros el Pueblo).

Unidad y secesión

Cuando se defiende la secesión, es preciso cuidarse de promover una excesiva liquidez y una espiral de desobediencia. Ciertas teorías o prácticas pueden generar cierto efecto dominó que ponga en peligro o en entredicho el derecho público, las instituciones, la relevancia del precompromiso, el consenso y la seguridad jurídica. No podemos cambiarlo todo a cada momento, sobre todo cuando se trata de estructuras que tienen que garantizar la convivencia social a largo plazo. Un Estado no es un club de petanca.

Eso nos lleva a debatir la relación entre derecho y democracia. El derecho y la democracia, aunque son conceptos y principios que podemos distinguir, son, en general y normalmente, dos caras de una misma moneda. Podemos llamar a esta moneda democracia liberal o Estado democrático de derecho. Son dos nociones difíciles de tratar por separado por lo que hay que ser ponderado a la hora de formular una teoría secesionista, y prudente a la hora de concretar una estrategia independentista.

No podemos olvidar que las secesiones unilaterales son actos rupturistas. La normalidad democrática a veces produce vulneraciones constitucionales, pero ciertas actuaciones secesionistas unilaterales pueden ser actos que atenten o quiebren el orden constitucional vigente. Por eso convienen una teoría y una estrategia que se tomen seriamente tanto la unidad como la secesión. Ni la unidad se puede romper de buenas en primeras, ni la secesión se puede borrar del mapa filosófico, jurídico y político.

Por todo eso, tras un insistente camino durante el cual las vías negociadas y constitucionales son sistemáticamente negadas, las vías democráticas unilaterales, complementadas por una movilización popular intensa y prolongada pueden llegar a superar legítimamente las barreras constitucionales, erigiéndose la nación secesionista como pueblo constituyente. Después de mayorías democráticas claras y sostenidas se puede fundamentar el despertar y el emerger de un nuevo pueblo constituyente, un Nosotros el Pueblo.

Coerción y reconocimiento

En un proceso secesionista democrático, pacífico y basado en previos intentos fallidos de negociación bilateral, el hecho de que el Estado matriz se exceda en el uso de la coerción y de la sanción para reprimir una minoría nacional y sus instituciones democráticas puede ayudar a ganar apoyos internacionales e, incluso, puede hacer nacer un supuesto de derecho internacional de secesión basado en la vulneración de la autodeterminación interna del pueblo catalán.

Si, por una parte, la nación que busca la independencia se carga de voluntad y paciencia negociadora mientras el apoyo a la independencia es claro y sostenido, y, de otra, el Estado central no se muestra dispuesto a negociar y ejerce una coerción desproporcionada, los terceros estados y organizaciones internacionales pueden sentirse más inclinados políticamente a reconocer la demanda secesionista, al mismo tiempo que los principios internacionales de soberanía y de no intervención pierden fuerza normativa.

Por el contrario, en un contexto en el cual Europa y el mundo liberal-democrático consideren que no existe una mayoría clara a favor de la secesión y que no se ha negociado suficientemente para emprender una vía unilateral, es difícil que reprueben una conducta estatal destinada a mantener la unidad, la integridad territorial y la orden constitucional.

Perseverancia y templanza

En general, en un contexto liberal y democrático, una secesión unilateral es un reto político muy complicado, pero detener una secesión pacífica y democrática también. Ambos lados tienen que medir bien sus pasos y no pueden precipitarse.

En tal contexto, una secesión unilateral es una carrera de fondo, no una guerra relámpago. No se gana a partir del factor sorpresa, sino que hay que mantener dos grupos de factores en tensión: una movilización popular mayoritaria y la virtud de la perseverancia, y, al mismo tiempo, la virtud de la autocontención y la templanza.

 

Pau Bossacoma i Busquets es licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas y doctor en Derecho por la Universitat Pompeu Fabra. Autor del libro Justícia i legalitat de la secessió.