Los mercados, el FMI, el Banco de Inglaterra y el retroceso de la cotización de la libra frente a otras divisas han volcado argumentos contundentes contra el Brexit, pero los partidarios de esta opción mantienen el pulso frente a los partidarios de seguir en la Unión Europea. Las encuestas revelan un empate de 50 a 50 para cada bando. Lo que está claro es que el desafío del primer ministro, David Cameron, basado en una negociación favorable con Bruselas, ha fracasado. Volvió a Londres con la comprensión de la Comisión Europea, pero lejos de lograr el aplauso, la mitad de los británicos le dan la espalda. El grado de riesgo ha aumentado. Ante esto, Mario Draghi, presidente del BCE, ha pedido a los bancos europeos que midan el efecto que podría tener un adiós inglés sobre sus cuentas de resultados.

Gran Bretaña se construyó sobre una isla a partir del dominio de los mares al servicio de la construcción de un imperio

Según escribía Alain Minc en su ensayo El alma de las naciones, Gran Bretaña “se construyó sobre una isla a partir del dominio de los mares al servicio de la construcción de un imperio; la potencia del dinero y de los negocios; el culto al Parlamento y la obsesión de impedir la formación de un Estado dominante en el continente”.

En 1946, Churchill dijo que los Estados Unidos de Europa eran la mejor elección posible. Siempre y cuando el Reino Unido no formase parte. Sus comentarios fueron escuchados, en 1963 y en 1967 De Gaulle vetó su entrada porque una vez se efectuara el gran sueño europeo no sobreviviría.

Y bajo ese tono de confianza limitada se ha continuado. Gran Bretaña no está en la zona euro, aun cuando la moneda europea mostró por ejemplo en 2012 una resistencia mayor ante los ataques sobre las divisas que la libra esterlina, que se vino abajo tras el cerco al que le sometió George Soros bajo el gobierno de John Major.

Desde que a finales de 1980 y comienzos de 1990 el proyecto de integración europea empezó a tomar velocidad, el temor a una pérdida de soberanía se acrecentó en la isla, dando paso a la primera generación de euroescépticos. Sus filas crecieron cuando en 2004 se produjo la ampliación de la Unión a 10 países del bloque del Este, lo que diluyó el poder del voto británico. Luego, la creación del euro levantó suspicacias sobre el futuro de la City de Londres como centro financiero, temor que no se cumplió. La propia Deutsche Börse le ha lanzado un proyecto de colaboración a gran escala.

Su trayectoria reciente le ha permitido contar con una industria británica que es la sexta del mundo, el 16,8% del PIB, en línea con Alemania, y gracias a los planes de austeridad volver a crecer y disfrutar de una situación de pleno empleo.

La influyente revista The Economist le ha advertido del grave peligro que corre en esta aventura, al recordar que Europa es el destino de casi el 50% de las exportaciones británicas, mientras que a la inversa sólo llegan al 10%. A su vez, el semanario señala los problemas que podrían tener con Escocia y también en Irlanda, donde el proceso de paz con el Reino Unido ha dependido desde hace diez años de la pertinencia de ambos a la UE.

Los euroescépticos se quejan del desequilibrio fiscal y de la carga que representa la burocracia de Bruselas, punto del que se ha hecho cargo Angela Merkel. El resto, refugiados, la moratoria de varios años sobre las costosas ayudas sociales que gozan los europeos que trabajan en el país han sido concedidos. En adelante, el Reino Unido elegirá lo que toma o no toma de los tratados. Es el opt out. La Europa a la carta será un derecho.

Sea cual sea el resultado, el daño ya está hecho porque países como Hungría o Polonia tomarán nota de que protestar resulta rentable. Así es difícil reconstruir una Europa en crisis. Para algunos británicos quizá sea bueno que sea así, ya que un rival potencial sale debilitado.

De ahí que el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schauble, les haya advertido que “fuera es fuera”. No hay paños calientes.

Si hay Brexit, que se olviden los equipos de fútbol británicos de jugar en la Champions

Es más. El temible Schauble les ha amenazado con el más grave de los castigos: si hay Brexit, que se olviden los equipos de fútbol británicos de jugar en la Champions. Ese argumento puede, ciertamente, ser definitivo. 

Y es que, a la postre, los mejores analistas estiman que un acontecimiento, un elemento imprevisto, pueda decidir la orientación por la que se inclina la balanza. Es el reflejo de la incapacidad de alcanzar el punto de equilibrio, factor que sería deseable que fuera guiado por una virtud tan british como el pragmatismo.

Ese es el punto de vista de Josep Oliu, presidente del Banc Sabadell, quien atendiendo a su vez a la demanda del BCE sobre la necesidad de analizar el efecto de un abandono del Reino Unido de la Unión Europea, afirma que "creemos que hay una cierta sensación de que la alternativa más probable es quedarse en la UE. Evidentemente, cuanto mayor estabilidad mejor, pero en cualquier caso, nuestro negocio en TSB es puro retail. No estamos como otros bancos que hacen actividades en mercados mayoristas, o grandes corporaciones".

En general, se podría decir que el sector financiero catalán no está sometido a grandes riesgos estructurales.

Más allá de los juicios y los calculos de las instituciones, una encuesta revela que el 78 % de las empresas internacionales declara que un Brexit seria negativo para ellas. Si Gran Bretaña elige para el futuro una via contraria al modelo probusiness está muerta. Por tanto, el Brexit es prácticamente imposible.