La restauradora de la Galleria dell'Accademia en Florencia, Eleonora Pucci, tiene entre otras tareas quitar el polvo periódicamente al David de Miguel Ángel, un trabajo que describe como estimulante y angustioso a la vez. Quizá por eso, aunque le dan un lavadito seis veces al año, David no se ha tomado una ducha en profundidad desde el 2004, cuando lo limpiaron, pulieron y peinaron con motivo de su 500 cumpleaños. Y entonces hubo una agria discusión sobre el mejor método para hacerlo.

Nada comparado con la discusión sobre la de la limpieza periódica y por ley que le toca al Tribunal Constitucional. A los togados de hormigón armado les gusta tan poco el agua que han llegado a prohibir al Parlamento tramitar una ley. Y no una ley cualquiera. La ley diseñada para forzar la renovación de jueces con el mandato caducado, pero que se niegan a marcharse. Mira que han tenido ocasiones para impedir una votación del poder legislativo y han elegido esta. Por algo será.

Esta no es una crisis del TC, no existe un poder judicial que se imponga al político. Es una batalla política que va más allá de los partidos. Es un poder conservador con pánico a la izquierda que no quiere entregarle lo que ha ganado por las urnas

Entre las cosas que han vuelto en 2022 se encuentran los conciertos como Dios manda. Rodeados de gente que canta y baila como si no hubiera mañana. Es lo que soñaban los fans de Bad Bunny en Ciudad de México que pagaron cientos de dólares por una entrada, pero no les permitieron el acceso al Estadio Azteca. Ticketmaster alega que hubo una gran cantidad de entradas falsas o clonadas. Tan falsas como los dos magistrados que no se marchan ni con aguarrás y que si se aprobaba la reforma del gobierno de Pedro Sánchez para la renovación del tribunal, dejarían su puesto. Pero estos dos magistrados pudieron participar en la votación que juzgaba su futuro porque sus compañeros conservadores no vieron incompatibilidad.

Pero, cuidado, esta no es una crisis del TC. No existe un poder judicial que se imponga al político. Es una batalla política. Que va más allá de los partidos. Es un poder conservador con pánico a la izquierda —y más cosas—, que no quiere entregarle lo que ha ganado por las urnas. Y Alberto Núñez Feijóo, que ya había pactado la renovación, ha tenido que envainársela y jugar a este juego hasta las elecciones. Porque mientras siga en la línea, contará con el apoyo de la derecha mediática e, incluso, de la Guardia Civil. Si no, no. Es un poder conservador, por cierto, que comporta que la Audiencia Nacional haya cerrado la investigación que intentaba demostrar que el PP adjudicó obra pública durante los gobiernos de Aznar a cambio de donaciones de constructoras. Dice que no se ha podido demostrar que fuesen una comisión directa como cohecho ligada a contratos específicos. Claro.

Recuerden al emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, vistiendo a Leo Messi con el bisht, la túnica negra que supone la máxima condecoración en el país anfitrión y que solo lleva el líder. La pieza que representa el estatus de la realeza y la jerarquía religiosa, tapando a la albiceleste del campeón del mundo. Ahora imaginen que en lugar del emir, es el presidente del TC, Pedro González-Trevijano —especialista en másteres falsos, como las entradas y los jueces, y él mismo caducado—, quien pone su toga sobre Meritxell Batet y Ander Gil. La toga tapando a la albiceleste legislativa. Sí, esto ya lo hemos visto en el noreste antes, porque al no tener capacidad de decisión sobre los equilibrios de poder institucional, los políticos nativos chocan antes con ese poder profundo. Pero esto es exactamente lo que ha pasado en la tierra de la libertad estos días.