La política catalana se ha convertido en un sumatorio de mentiras y poses tan descomunal que resulta igualmente cómico y trágico ver quién saca la cabeza del lodazal para intentar sobrevivir en el cinismo. Sirva como ejemplo el vodevil de la previa a la mesa de diálogo. Mientras escribo este artículo (para vosotros, lectores, ayer martes a media tarde), Pere Aragonès se ha plantado como una encina delante de Junts con el fin de exigir que a la reunión con el Gobierno sólo vayan consellers, como así se había pactado entre los dos socios que sostienen la nación. Pero los convergentes, no es ningún secreto, saben que este es un meeting absolutamente insustancial, no sólo porque ni Pedro Sánchez ni ningún presidente español querrá hablar nunca de la autodeterminación de Catalunya, sino porque el líder del PSOE no tiene ningún tipo de incentivo para negociar nada de nada con una administración rendida a España.

Esquerra pretende impostar sentido de estado (español, of course) y presentarse como un partido de orden, mientras que Junts, puestos a bailar la conga, prefiere boicotear la reunión antes de tiempo, inyectando todavía más caos: los convergentes saben perfectamente que Sánchez, a pesar de haber indultado a los presos, no se hará una fotografía con Jordi Turull, pero esta negativa les permitirá inflamar la retórica del victimismo y decir que el presidente no es un hombre dialogante como dios manda. Mientras los dos socios y enemigos íntimos hacen el ridículo, Sánchez actúa como uno de aquellos rockeros que convoca una fiesta sin asegurar a ciencia cierta si irá; y bien hecho que hace, pues en una reunión donde no te juegas nada es muy desagradable encontrarte gente a la que tu indiferencia mantuvo en el trullo tres añitos. Dicho esto, el capataz socialista puede respirar tranquilo y decir: chicos, primero aclaraos entre vosotros y ya me diréis el qué.

El independentismo no sólo está consiguiendo afianzar a Sánchez, sino que puede llegar a hacer méritos para que el líder del PSOE sea presidente vitalicio de España

En el fondo, esta segunda mesa de diálogo es una repetición todavía más macabra de su primera edición, un encuentro fake sin resultados del cual sólo nació una noticia igualmente falsa: la ampliación del aeropuerto, un proyecto de hub chupi-guay e interconectado a tutti quanti que, simplemente, era una desiderata del vicepresident Puigneró a la cual el Gobierno dio el beneplácito porque sabía de sobra que los mismos políticos catalanes la acabarían estropeando con sus disputas de pacotilla. Al fin y al cabo, no es ninguna casualidad que, vista desde Madrid, la política catalana sea un algo que hoy por hoy sólo sirve para hacer chistes en las sobremesas. A los partidos procesistas ya les va bien, porque su intención oculta es que la gente acabe tan avergonzada de ser independentista y la base del movimiento acabe tan esmirriada como sea posible. En el arte de perder, lo admito, no tienen rival.

El independentismo no sólo está consiguiendo afianzar a Sánchez (por mucho que protesten, los republicanos le acabarán aprobando los presupuestos con la excusa de cualquier avance social), sino que puede llegar a hacer méritos para que el líder del PSOE sea presidente vitalicio de España. Al fin y al cabo, Sánchez sólo tiene que contemplar cómo las criaturas se pelean mientras se casca un gin-tonic y, de paso, puede aprovechar el ridículo infantil de los partidos catalanes para proyectar al PSC y a un candidato como Salvador Illa que, a pesar de tener menos carisma que una sandalia, acabará tejiéndose un traje de catalán serio y de buen futuro electoral sin moverse de casa. Al límite, no es que el independentismo ya no tenga ningún tipo de fuerza para negociar con el PSOE, sino que, de hecho, puede acabar siendo su socio más fiel. Si yo fuera Sánchez, convocaría una mesa de diálogo cada semana y me sentaría tranquilo a disfrutar del vodevil catalán.

Por fortuna, la mayoría de conciudadanos conocen de sobra todo eso que explico. También los partidos catalanes, a los cuales hoy por hoy sólo les mueve el interés de solidificar la silla. Eso es lo único que podrían negociar con Sánchez; al fin y al cabo, comen y respiran de su gracia. Y la cosa tiene pinta de durar mucho.