La última lección que España ha regalado al independentismo es el brillantísimo informe final de la defensa de Xavier Melero en el Supremo, una intervención en la que el abogado barcelonés se dedicó a relatar minuciosamente como los líderes del procés no sólo se mantuvieron fieles a la legalidad española sino que, contra todo lo que habían jurado, incumplieron de forma flagrante la legalidad republicana que ellos mismos se habían comprometido a defender en el Parlament. La alocución de Melero no debe escucharse; hay que tatuársela en la piel por doloroso que sea: “Lo que hace el Gobierno de la Generalitat es incumplir sistemáticamente el contenido de las mismas (Leyes de Desconexión) para que nada de lo que hiciera tuviera validez normativa ni desde el punto de vista de su propia legalidad republicana. El Gobierno de la Generalitat incumple la proclamación de resultados, incumple la declaración de la independencia y vota solamente una resolución que unos representantes del pueblo de Catalunya elaboraron en un local ignoto como parte declarativa. Nadie dice nada, nadie vota nada, y todo el mundo se va su casa. No se arría la bandera, no se comunica nada al cuerpo diplomático, no se dictan decretos ni leyes de desarrollo y todo el mundo se adapta a la aplicación del artículo 155.”

Estos hechos –que ayer la turba procesista todavía pretendía subsumir a una mera estrategia de defensa– son exactamente lo que pasó en Catalunya tras el 1-O. Repetidlo las veces que haga falta: “Nadie dice nada, nadie vota nada, y todo el mundo se va su casa”, lo cual no sólo certifica la inocencia de los presos políticos en lo que toca a la rebelión y sedición, sino una indiscutible y altísima traición al pueblo de Catalunya, a quien los castigados engañaron a conciencia. Así hemos vivido el enésimo y delirante final agónico del procés: ha sido necesario que un abogado inspirador de Ciudadanos como Xavier Melero justifique su minuta dejando bien claro que sus clientes engañaron a los votantes. Ésta es, insisto, la ironía final de este tiempo histórico que hemos vivido con tanta intensidad: hemos acabado aplaudiendo a un legalista español porque nos cante las verdades que nuestros políticos todavía no han tenido ni la valentía ni la decencia de compartir con nosotros. Lo repetiré las veces que haga falta: son inocentes y su prisión es injustificable, pero su candor (la historia dirá si nacido de la ingenuidad o de la simple negligencia) tiene consecuencias políticas que los electores no deben pasar por alto. Que vuelvan pronto a sus casas, que abracen a sus familias durante semanas: pero después que se enfrenten a sus mentiras.

Que haya sido sólo la judicatura española y valedores suyos como Melero quienes hayan explicado al pueblo de Catalunya lo que pasó tras el 1-O es un detalle que nos debería avergonzar a todos

Por desgracia, ni los líderes del procés ni los aparatos de los partidos que todavía controlan tienen o tendrán el menor interés en pasar cuentas con unos electores que han confundido la empatía en una situación personal dificilísima con olvidarse de la mínima exigencia para con sus antiguos representantes. ¿Si el pueblo no les reclama la verdad, pues por qué puñetas deben contarla? ¡Si el vulgo les continúa votando, pues ya me dirá usted si hay que sincerarse! Pero traficar así con la verdad, queridos lectores, no saldrá gratis: primero y antes que nada, porque si no existe una relación normalizada y sana entre pueblo y líderes la política acaba siendo esclava del chantaje emocional y de la lagrimita. Pero también, en segundo lugar, porque si se exime a la clase política de mantener su palabra todo deviene inmoral y arbitrario. Que haya sido sólo la judicatura española y valedores suyos como Melero quienes hayan explicado al pueblo de Catalunya lo que pasó tras el 1-O es un detalle que nos debería avergonzar a todos. Que no hayamos sido capaces de reivindicar el valor de la verdad y que el chantaje emocional siga siendo uno de los motivos rectores de la política catalana sólo puede considerarse trágico. En algún tiempo, nuestros hijos y nietos nos preguntarán cómo nos permitimos tragarnos tanta mierda: y tendrán toda la razón del mundo.

Ayer Xavier Melero nos regaló una última lección. No hicieron nada, no rompieron con nada, sólo incumplieron el pacto contraído con el pueblo: “Nadie dice nada, nadie vota nada, y todo el mundo se va para su casa”. Pues eso, que vuelvan pronto a casa. Y quedémonos ahí todos, un cierto tiempo, de cara a la pared.