Cuando Inés Arrimadas ―que ha devuelto la inteligencia a la órbita de Ciudadanos, tras la larga agonía narcisista de Albert Rivera― propuso una coalición con el PP en Catalunya, no pude evitar pensar en como el españolismo ha sido víctima de una especie de contagio inconsciente y retardado en el tiempo del procesismo. Reivindicando la unidad del constitucionalismo en Catalunya (a parte de salvar el culo, cosa siempre importante en política), Arrimadas sólo intenta calcar la estrategia folklórica de Convergència y ERC para impulsar una coalición forzada con el objetivo de mantener una apariencia de tensión en Catalunya para que parezca que algo se mueve aunque no pase nada de nada. El gesto pretendería dejar solo al PSC, de la misma forma con la que Mas y Junqueras intentaron chantajear emocionalmente a los votantes de Colau, pero desde un constitucionalismo light (si no estás conmigo, no eres un demócrata de verdad).

Ésta es la principal razón de la existencia todavía embrionaria de este futuro “Junts pel No”, artefacto político que, de hacerse mayorcito, transitará por los mismos debates estériles que os ha distraído a la abuelita procesista durante los últimos lustros: qué figura transversal y de prestigio puede liderar el movimiento, si éste acaba sumando más en la unidad que desde las tradicionales formaciones políticas, y toda una suma de mamotretos y de etcétera con la cual se disfrazará, simplemente, el impulso de supervivencia de PP y Ciudadanos en la Catalunya neo-autonómica de escasa crispación donde Pedro Sánchez y Oriol Junqueras pretenden reinar sin oposición. El españolismo, manque le pese escucharlo, ya hace mucho tiempo que vive a remolque del procesismo, de quien copió artefactos asilvestrados como Societat Civil Catalana (calco de la ANC) y esta tendencia crónica de inventarse tsunamis que acaban en olas medianitas como para surfear.

Si Casado pretende gobernar España algún día, la opción que le sería más conveniente sería intentar refundar su partido en Catalunya dándole un aire convergente

Pervirtiendo (todavía más) la idea de patriotismo constitucional, los españoles demuestran hasta qué punto no tienen aversión alguna a menospreciar su propia simbología política si esto les ofrece algún que otro rédito. De hecho, el invento se inspira en la misma parsimonia existencial de la que han hecho gala los partidos catalanes a la hora de venderles la moto a sus votantes con hojas de ruta que sólo eran humareda. Pero la historia nunca se repite exactamente igual y si lo hace, como decía el sabio, es con hedor a farsa, y de la misma forma que el soberanismo se ha dividido entre el si tu l’estires fort per aquí y los hiperventilados unilateralistas, el españolismo catalán de derechas tendrá muy pronto su batalla replicada entre los homes de seny y los partidarios de meter en el trullo a cuanta más gente mejor. El éxito del invento, como pasa siempre, dependerá sólo de la vista comercial de los vendedores de una Catalunya artificialmente pacificada.

Si Casado pretende gobernar España algún día, la opción que le sería más conveniente sería intentar refundar su partido en Catalunya dándole un aire convergente con alguna incorporación de la escuela Duran i Lleida, con un líder de perfil moderado, y dejando de lado durante un tiempo la obsesión de Arrimadas por los cartelitos, lo cual, de paso, le acercaría a los votantes del PSC desconfiados del baile entre el PSOE y ERC. Pero a Casado, como a la mayoría de líderes españoles, la vanidad le ciega las neuronas y, con la excusa del espantajo del auge de Vox, apretará el acelerador verbal de la tensión regalando el centro político español a Sánchez y Junqueras. Finalmente, si las bases indepes de los partidos no inician una revolución y los tsunamis vuelven a teledirigirse desde los partidos catalanes, el procesismo contagiado será la mejor garantía de gobierno para el PSOE y ERC. Porque el procesismo, eso nosotros lo sabemos de sobras, es el mejor estado existencial posible para que las cosas nunca acaben de cambiar.